viernes, 1 de julio de 2022

DJANGO

Dir.: Sergio Corbucci
1966
91 min.

En la frontera sur de Estados Unidos hay un tipo que va vagando por ahí tirando de un ataúd. Este hombre es temido por todos y se ha ganado el odio de los confederados del Sur, a los que la película llama simplemente racistas, y también de los mexicanos revolucionarios.

La trama se desarrolla en un pueblo cuya carta de presentación es muy buena. Tenemos un pueblo con el suelo embarrado y esquema tópico de pueblo de western. Cuando llegan Django y Marina, la prostituta protagonista vemos una fotografía que no nos esperamos en una película de estas características. La imagen se vuelve muy gris para representar la desolación del pueblo. No es nada impresionante pero sí sorprendente por contraste con los colores típicos del género.

Toda gira entorno al burdel. Esto es un aburrimiento. Se reparten las mujeres, deciden quién trae el barullo al pueblo… ¿Qué pueblo? ¡Si los únicos que viven en ese sitio son el regente del burdel y las prostitutas! La película llega a deleitarnos con una pelea de tres prostitutas en el barro. Un soldado confederado pone cara de repugnancia ante lo que ve. Nosotros un poco también.

La estética de los confederados es curiosa. La banda la conforman un malo malísimo que tiene como deporte disparar a mexicanos corriendo. A su alrededor sus secuaces son unos incels impresionantes. Pero lo mejor son el resto de la banda. Es gente con capuchas rojas en la cabeza; con dos agujeros para los ojos. De alguna manera se quiere apelar al Ku Klux Klan pero sin que sea muy explícito. Se introduce también el símbolo de la cruz ardiendo. Según se nos explica, las capuchas son para que no se pongan morenos, porque son así de racistas. Yo sospecho que es una estrategia de la película para poder repetir los extras.

Quizás lo más potente de la película sea el ataúd de Django. Al principio contiene una ametralladora. La matanza de los confederados es espectacular. También hay que decir que las muertes a lo largo de la película se hacen un poco repetitivas. No lo digo por su exceso, sino por lo poco originales. Ver esta película después de 2012 inevitablemente nos remite a Tarantino. Él, que es el rey de las muertes, nos presenta muchas más sin que nos cansemos nunca. Toda la idea del ataúd es que dentro siempre contiene lo que acerca Django a la muerte. Así primero es la violencia y después es el oro. Hay otro juego con el ataúd: él siempre cuenta a todo el mundo que ese ataúd es para él. Pero al final pierde el ataúd y él no muere…

Como elementos de cine más clásico tenemos arenas movedizas. El tópico de que el que perpetra una matanza ordene a otro que limpie los cadáveres. Se produce entonces el diálogo en el que el camarero dice Hay que abrir otro cementerio y Django contesta: No sería mal negocio si consigues que te paguen por adelantado. El villano que tiene asolado a un pueblo con métodos de la mafia: pidiendo dinero a cambio de protección de sí mismo. En esta película los mexicanos cortan con una navaja la oreja a un confederado, sirviendo de inspiración para “Reservoir Dogs”.

Tenemos a nuestro protagonista que es capaz de derrotar a la banda de villanos con las manos pisoteadas por un desfile de caballos. Esta imagen podría resultar estimulante. Quita la protección al gatillo y logra disparar con ayuda de la cruz de su difunta esposa. A todo punto increíble. Sin embargo la película contrarresta nuestra incredulidad con el atronador tema principal que después sonaría en “Django, desencadenado”.

A pesar de la sonoridad general del spagheti western esta película apuesta bastante por el silencio. Esto hace que muchas escenas carezcan de fuerza. El carisma del protagonista no es suficiente para levantarlas. Casi es más potente su sombrero negro y sus botas embarradas que él.


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