viernes, 15 de julio de 2022

EL DESENCANTO

Dir.: Jaime Chávarri
1976
97 min.

Empieza siendo interesante y termina siendo hipnótica. El gran centro de la película es Felicidad. Sí, empiezan hablando de Leopoldo Panero. Pero eso se acaba rapidísimo. Pronto empezamos a oír a Felicidad hablar de cómo debía soportar a los amigos de su esposo. Y, más adelante, la frialdad. No se cuenta, pero seguro que el alcoholismo de su marido tuvo también que ser duro.

Aprovecho que menciono el punto del alcoholismo para hablar del esperpento que son los hijos. Lo primero que vemos son a Michi y Juan Luis hablando en algún patio suyo. Esto es increíble, porque hablan con gran rimbombancia. Interrumpiéndose. Nunca escuchándose. Es increíble su deje pijísimo. En ocasiones con eses tan marcadas que comprometen la calidad del sonido analógico.

Ya sean testimonios individuales como conversaciones están siempre fumando. Si además hablamos de Juan Luis o de Leopoldo, será bebiendo. Ya que se jactan de ser alcohólicos como su padre. Esto es alucinante porque muestra la pose que todo supone para este mundo de ricos. Con respecto a la salud mental, adicciones y suicidios se hace toda una serie de comentarios de una enorme pretenciosidad y que revela cómo todo este asunto es lúdico para ellos. Hablan de sus problemas a golpe de cita de filosofía francesa. Mi hermano Michi es esquizofrénico, lo cual es algo precioso… Comienza un testimonio de Leopoldo. Por supuesto con una cerveza en la mano. En esa misma entrevista termina diciendo que se quiere acostar con su madre, por supuesto después de haber citado a no recuerdo qué psicoanalista. Antes de este momento, cuando la película aún no se ha ido de madre, Juan Luis está contando una anécdota …el camarero me confundió con el gigoló de mi madre, lo cual me excitó en cierta manera.

Todas sus intervenciones parecen escritas cuidadosamente. Hablan como recitando. Especialmente Felicidad, es quien tiene una forma más evocadora de hablar. A los hijos tampoco creo que les interesen demasiado los recuerdos en la finca llena de encinas a las que tanto se apela. Así cuando Felicidad está contando una anécdota de pueblo típica de una camada de cachorros (que acaba con todos ellos muertos) Michi comenta

—…la perra había parido…

—¡Dulcifica!

—Bueno, había dado a luz…

Cada vez que Felicidad da paso a que alguno de sus hijos cuente algo, ellos se van por unos derroteros imposibles de seguir. Hacen metáforas imposibles, le reprochan de todo, la llaman cobarde. Así Leopoldo cuenta una historia acerca de una fiesta de disfraces en la que quiere devaluar a su padre hasta convertirlo en el conejo blanco de “Alicia en el país de las maravillas”. Pero antes ha generado un discurso lleno de confusión en el que mezcla el conejo blanco, la liebre que acompaña al sombrerero y al gato. El ridículo es tal que asistimos a tal escacharre con asombro de que se dejaran grabar. Es como si vivieran en un mundo en el que no son conscientes de que en las clases populares puedan provocar sentimiento de ridículo.

Esta fascinación supongo que me la puedo permitir porque son figuras que están no en su mejor momento y, sobre todo, porque no son contemporáneos míos. Supongo que si escuchara estos discursos en televisión a las 10 de la noche por nuestra aristocracia contemporánea, me incendiaría como el que más.

Sus dos otros hermanos lo identifican claramente como el problema de esa familia. En general ninguno de los hijos escucha demasiado su madre. Pero lo de Leopoldo es exacerbado. Es increíble la serenidad con la que ella escucha todo. Él le reprocha que en su primer intento de suicidio ella dijera lo malo no es que se haya querido suicidar, es que se droga. Dejando así constancia de que su suicidio fue una forma de llamar la atención. Cuando la culpa de haberle hecho desperdiciar su juventud en un manicomio tiene la soberbia de decir En el manicomio me la chupaban los subnormales por un paquete de tabaco. Momento magistral de montaje en el que la madre contesta con un sobrio e incómodo Ya. Y cuando por fin la madre cuenta que ir a Carabanchel a visitarle a la cárcel suponía para ella un sufrimiento él la interrumpe invalidando todo su argumento con Yo es que no creo en esa idea de persona.

Es impresionante también cómo cuentan los apuros económicos que pasaron con la muerte de su padre. Es divertido oír eso mientras vemos el caserón desde el que nos cuentan todo. Pero es que además los sacrificios que tienen que hacer es vender y vender. Nunca nadie tiene que trabajar hasta altas horas. Nunca se tiene que ahorrar nada. Podrán permitirse todas las drogas que quieran en sus adolescencias. Para ellos los apuros económicos es vender cuadros, casas o libros.

Me alegro muchísimo de que el documental sea en blanco y negro. De vez en cuando me imaginaba de los marrones tristísimos y feísimos que poblarían esos interiores de decoración feísima. La fotografía es maravillosa y técnicamente en general impecable.

Se tarda un rato en asimilar que Leopoldo Panero no es Berto Romero.


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