viernes, 9 de octubre de 2020

CINEMA PARADISO

Dir.: Giuseppe Tornatore
1988
155 min.

El primer plano de la película, quizás por pura simplicidad, es inolvidable. Un mar sobre el que sobreimpresionan unos letreros de neón flagrantes que dicen “Nuevo Cinema Paradiso”. La cámara se mueve hacia atrás y vemos en una barandilla un bol vacío, el plano termina en una mesa con un bol lleno de frutas donde está la madre de nuestro protagonista intentando contactar con él por teléfono. Las interpretaciones que se le da a la rima de los dos cuencos son variadas pero lo que es claro es que este plano nos está hablando de un viaje de vuelta.

La película trata de la nostalgia y la memoria. La vuelta de Salvatore a Giancaldo es la realidad aplastando los recuerdos. Ni siquiera se culpa al progreso de que muera el Cinema Paradiso, simplemente se muestra que nada de lo que recordemos lo encontraremos con la pureza con la que lo conservamos en nuestra memoria. De hecho tampoco se condena la nostalgia: la pone en su sitio. No se juzga a Salvatore por pasar toda una noche soñando con un mundo que ya no existe. Es algo natural, pero cuando vuelvas a por aquello que recuerdas, prepárate para la decepción. Esto solo es posible por el imperativo de Alfredo de no volver nunca al pueblo: todo queda conservado purísimo. De hecho lo único en Giancaldo que conserva la esencia de lo que Salvatore recuerda es su habitación debidamente conservada por su madre, el único lugar donde no ha pasado el tiempo.

De la vida actual de Salvatore conocemos muy poco. Aquí la película peca de simplista. Se refleja el tópico de hombre de éxito que no consigue ser feliz. No tenemos esto último tan claro, pero su madre está convencida de ello y él solo la mira confirmando sus sospechas. Parece que aquí Salvatore desobedece el otro imperativo de Alfredo: hagas lo que hagas ámalo como amabas de niño la cabina de proyección del Cinema Paradiso.

Con respecto a la analepsis: está hecho con una suavidad infinita. Como recuerdo que es todo ocurre sin apenas obstáculos. Morricone consigue unificar todo el relato a pesar de los muchísimos saltos que da. Todo cuanto hay es anécdota.

Desde ese primer momento en misa, el niño recibe una regañina por dormirse en misa mientras hace de monaguillo. El cura dice ¿no te das cuenta de que sin la campanilla no sé seguir? Lo siguiente que vemos es la escena preciosa en la que al cura se lo llevan los demonios mientras hace de censor de la película. Es una maravilla. El niño mirando la pantalla encandilado a través de las cortinas, el gran bigote de Alfredo asomándose por la mirilla de la cabina de proyección, el haz de luz que sale de la boca de aquel león, los papeles señalando el punto exacto donde se debe cortar la cinta… La película está rebosante de detalles preciosos. Aquí se siembra el final efectista y efectivo cuando Alfredo le promete a Salvatore que todos los besos de películas son suyos.

Son preciosas las imágenes de niños asombrados por el cine, muy en la línea de la famosísima imagen de “El espíritu de la colmena”. Todo cuanto ocurre alrededor del cine es precioso. El momento en el que se proyecta la película en la plaza del pueblo como exordio al terrible incendio. El burgués en el palco que escupe al patio de butacas cada vez que aplauden algo con tintes sindicalistas en una película. El tipo que se enamora poco a poco de una mujer del palco, la vida le lleva a él al palco y poco después a los dos y a sus hijos de vuelta al patio de butacas. Los analfabetos del pueblo disfrutando de unas letras que no saben lo que dicen. El vaivén de los comunistas. El hombre que se queda dormido sistemáticamente. Una misma copia de una exitosísima película que debe proyectarse en dos pueblos sincronizando el trasporte de las bobinas. Una mujer que da el pecho durante la película. El despertar sexual adolescente con cualquier resquicio de erotismo que se colara en la pantalla, mostrado sin juicio alguno. La gente repitiendo las frases que conocen de memoria…

El lunático que repite cada vez que hay una pequeña aglomeración que la plaza es suya es muy divertido. Pero es demoledor cuando Salvatore regresa. Todos mirando con gran pena la ruina del Paradiso, reconvertido a cine porno, y alguien muy mayor, con bolsas de plástico murmura sin ningún tipo de emoción: la plaza es mía. Y desaparece entre los coches aparcados. Que hace años estaba loco es indudable, pero en ese momento comprendemos que hace años la plaza era suya… era de la gente.

La historia de amor no me interesa demasiado. La analepsis es un recuerdo. Entiendo que el primer amor es un recuerdo que debe tener un gran peso. Pero realmente es una historia muy típica, con el punto irreal de la espera de muchas y muchas noches, con el punto obsesivo de “Big Fish”.

La escena final de los besos con un montaje estupendo, con gran daño en la imagen, con los ojos de Salvatore empapados, la música que vuelve a coger fuerza a cada repetición… esa escena es la que más queda en la memoria y es lógico. Es muy efectiva a la vez que sencilla, por otro lado una declaración al cine. Sin embargo creo que uno de los momentos más demoledores se produce unos pocos minutos antes, Salvatore acaba de volver a Giancaldo y su madre le dice:

— Estarás cansado del viaje.

— No, es solo una hora de avión.

— No me digas eso… No después de tantos años.


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