viernes, 16 de octubre de 2020

PLAY

Dir.: Anthony Marciano
2019
105 min.

La magia del cine. Todos sabemos que el cine es mentira, que las personas que vemos no son reales: son personajes. Las acciones que vemos no son reales: son un guión… Esta película nos hace dudarlo con demasiada frecuencia. Está presentada con tanto mimo, con tanto amor a sus personajes, tanta naturalidad que creemos todo lo que vemos.

Un niño recibe una cámara de vídeo por su cumpleaños. A partir de ese día graba cuanto le ocurre. El guión es enormemente sabio. Vemos lo que creemos que realmente le resultará de interés a alguien de la edad que representa en cada momento. A ratos nos sorprendemos de que estén grabados algunos momentos dramáticos, pero la película se mantiene en un nivel de verosimilitud que nos impide sentenciar que aquello sea un guión. Por ejemplo vemos al amigo pelirrojo tener un ataque por haber consumido drogas. Dado que es francés, probablemente cocaína. La escena que está grabada en el hospital es posible sólo porque el chico sobrevive, tan sólo pasa una noche hospitalizado. Si hubiera tenido un desenlace trágico, se habría alejado del tono creíble.

El truco se mantiene por el aspecto de película de presupuesto nimio. Al ver según que recreaciones no nos podemos creer que esto haya ocurrido en una película que se base en algo más que videoteca antigua. Según se penetra en el Siglo XXI la calidad de la imagen aumenta cada vez más. Por otro lado la narración adquiere más intensidad e interesan menos los desperfectos de la grabación analógica que pueda restarle potencia a lo que se nos cuenta.

El argumento es muy simple. Pero la película está tan llena de anécdota que hasta el final estamos encandilados con cualquier cosa que se nos cuente. Se atisba bastante pronto que habrá un romance entre dos personajes que están enamorados pero que por acciones de las que no están muy convencidos no terminan de estar juntos. La amistad entre ambos es preciosa. Desde siempre es un enamoramiento. El momento de la nochevieja del año 2000 es demoledor. La abnegación de ella ante el desprecio de su compañero es natural, la ambientación no cambia ni un ápice a su favor. La película simplemente entrega toda su naturalidad.

El personaje derrotado de padre divorciado también tiene una habilidad brutal. Es cierto que la fiesta del cuarto cumpleaños de su hija borracho y rompiendo la tarta es demasiado lamentable para creérnoslo. De todas formas aquí ya estamos cerca del final, ya la película se cuida cada vez menos de guardar el truco. Es graciosísimo cuando pide a su hija que haga un resumen de la película que acaban de ver y cuenta el argumento de “Terminator”.

La música. Usada de manera inteligentísima. El odio natural a “Wonderwall”. Él volviendo de la boda de su amor vital. La conversación de ambos en la pista de baile es maravillosa. Está en su coche y se pone a sí mismo “Where is my mind?”. Referencia imprescindible para un amante de “El club de la lucha”. La música es efectista, es efectiva y es perfectamente coherente por la consciencia del tipo de estar grabándose día y noche. A esto se hace referencia más adelante cuando él sentencia Tengo nostalgia del presente. Este plano resume este concepto: vivir por el recuerdo. Querer hacer el momento lo más intenso posible para tenerlo grabado. Las buenas y malas decisiones del protagonista apenas sufren juicio. Él es el director de su propia película y por tanto están mostradas con la mirada de quien lo está viviendo en ese momento. Nunca nadie considera que esté actuando mal en el presente. Con esa limpieza se muestra todo.

La nostalgia que le da a la casa vacía donde él pasó su infancia. Pretendiendo de forma quimérica tener los recuerdos que tuvo ahí. Repite el plano donde él simplemente se pone delante de la cámara y con un chasquido de dedos desaparece dejando una habitación vacía.

La libertad con la que se muestra la adolescencia. Los chicos llenos de testosterona que quieren entrar a una discoteca y se ponen a reírse del portero a una distancia prudencial. La fiesta donde una pareja de policías canta Slipknot. El cambio radical en sus caras cuando un porro hace acro de presencia. Cuando un amigo trabaja de portero de discoteca y echa a unos pijos de la fila sin motivo para dejar entrar a cuatro matados. Cuando abandona una clase cogiendo el micrófono del profesor… Su recuerdo de adolescencia es una maravilla. No paramos de sonreír en toda esta parte.

Es graciosísimo el gag del tipo soplando el didyeridú ante Notre Dame. La voz narradora dice Podría haber elegido el piano, la guitarra… Es un chiste que aparece con una habilidad extrema. El plano anterior era una reflexión acerca de la eternidad de la fachada de Notre Dame. Nada pretenciosa, sólo lo que cualquier persona siente ante un monumento de tal calado. El plano del músico. Parece algo meramente observacional. Dada la construcción del momento parece que la película quiere que veamos belleza ahí. De repente cae el telón y vemos la realidad que todos pensaríamos con sinceridad.


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