viernes, 22 de abril de 2022

HANA Y ALICE

Dir.: Shunji Iwai
2004
135 min.

Antes de conocer el argumento los planos iniciales en la estación de tren me recordaban al inicio de “¡Olvídate de mí!”. Cuando avanza el argumento y la memoria entra en juego, dejan de parecer casualidad. Lo curioso es que ambas películas son del mismo año. En esta primera escena en la que las dos chicas juegan a entrar y salir de los vagones y, de forma más preocupante, a sacar fotos a un chico que les parece guapo tenemos un recurso que fue muy popular en el cine independiente y que hoy no es tan frecuente. Me refiero a los planos fijos que saltan. Ha sido un bonito reencuentro.

La estética es de película independiente y es consciente de ello. Lo que vemos en general es limpio aunque con una fotografía no siempre agradable de ver. A veces está quemada, a veces tiene filtro azul en el cielo… Hace de casi todo y lo hace bien. Pese a su falta de academicismo, nos tragamos todas sus propuestas. Es raro que se hagan filigranas. De hecho la escena en la que el muchacho protagonista se da un golpe contra la puerta de chapa y se empieza a jugar con luces de colores resalta tanto por la sobriedad del resto de la película.

Es maravillosa la imposibilidad de la trama que se plantea. Nadie la considera verosímil. Pero la película sigue adelante. No se preocupa en explicar lo inexplicable. Avanza como si nadie nos tuviéramos que hacer preguntas y lo hace con tanta seguridad que nosotros la seguimos de la mano. Es una maravilla que el chico esté mosca con las historias que le van inventando las dos amigas y que aun así las vaya aceptando. Por otro lado es una maravilla cómo ellas inventan de todo sin preocuparse lo más mínimo de que él pueda sospechar. Todo se soluciona preguntando ¿No te acuerdas?

Las actuaciones son una delicia. Pero particularmente me han gustado las que explican trama. Se hace con una naturalidad brutal. Ello a pesar de que la trama es imposible. La escena en la que están las dos amigas hablando bajo la lluvia. Una ha ido a la compra, la otra es una figura negra haciendo taichí. Cuando Hana mira a Alice ella de repente echa a correr hacia ella. Claro, Hana huye y todo queda en un divertido malentendido. Pero la potencia estética de alguien bailando bajo la lluvia y corriendo hacia cámara es asombrosa. Ahí empieza a explicar todo lo que ha ocurrido; su amiga acepta igual que nosotros que eso que le cuenta es insostenible y a pesar de todo ¡le parece bien! Para darle más potencia a todo el chico que completa el triángulo amoroso está en casa de Hana después de que Alice se le haya aparecido en una alucinación por mirar fijamente unos molinillos de viento.

Las distintas resoluciones de la trama son maravillosas. Hay varios momentos en los que se van cerrando asuntos. El primero es con la escena de la gelatina. Alice, en un afán por vivir con el chico toda la relación paternofilial que no tuvo con su padre, quiere hacerle recordar que solían comer gelatina. Recuerdo del todo imposible porque él es alérgico. Aquí hay una maravilla de momento. Porque ella sabe que la ha cagado y su reacción es totalmente sincera. En su posición de tierra trágame se tapa la nariz, da respuestas cortas y habla con sinceridad pero eludiendo responsabilidades por haberle hecho luz de gas. Y esta escena termina con una de las rupturas más maravillosas que he visto con una carta de baraja. El padre de ella había hecho un discurso largo para justificar que un regalo inútil sirve para mirarlo de vez en cuando y recordar. Ella pretende que él haga lo mismo con la carta que le ha regalado, con el as de corazones. Él contesta que no la mirará de vez en cuando, que no la guardará en un cajón, que la tendrá presente constantemente. En vez de fundirse en un abrazo romantiquísimo, ella le amonesta porque no funciona así.

Este es el cierre con Alice. Pero con Hana hay dos conversaciones maravillosas que transcurren mientras en el instituto hacen una especie de actuación. La primera conversación de una gran intensidad empieza en un aula vacía. Dan apenas unos pasos y cambian de ventana. En el nuevo fondo aparece un muñeco de aspecto manga gigante. ¡Cómo será la conversación para que esto no le reste ni un ápice de intensidad!

Lo mismo ocurre en la otra gran conversación cuando Alice le confiesa que le ha mentido, a pesar de que ya lo sabe. Aquí tenemos al personaje más estrafalario de la película haciendo un número supuestamente cómico que se basa en pellizcar el culo a un mensajero. La actuación es lamentable, es fea y es lo que tenemos de fondo mientras ella se sincera y llora. Maravilloso.

Un golpe fuerte que da la película es tener bien claro quiénes son las protagonistas. Son las dos amigas, no el chico. Por ello después de que se haya terminado esta trama, aún nos dedican un rato largo a contarnos la carrera como modelo de Alice. Ha sido algo que, aunque ha estado presente desde muy al principio nunca nos habíamos detenido a mirar. Una vez que los otros asuntos se han cerrado, se le regala una escena maravillosa en la que baila ballet sobre unos vasos de papel.


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