viernes, 21 de octubre de 2022

EL MUNDO SIGUE

Dir.: Fernando Fernán Gómez
1965
115 min.

Se enfrenta a dos hermanas que han decidido tomar vías distintas para ganarse la vida. Una prefiere dedicarse a seducir hombres que la vayan manteniendo mientras que la otra se casó con el hombre a quien amaba: Fernando Fernán Gómez, quien terminó siendo un camarero ludópata. La única esperanza que tiene para progresar es que le toque una quiniela.

¡Hasta qué punto será realista la película! El padre, de uniforme echa a Luisa por deshonrar a la familia. Toda esa ira desaparece cuando se presenta en casa con un anillo para el padre y un reloj de pulsera para la madre. El momento en el que ella entra a casa tiene un montaje en paralelo precioso. Ella sube estrepitosamente los escalones de madera del edificio mientras se intercalan imágenes de ella de niña subiéndolos. La madre recuerda toda su crianza hasta ese momento en el que regresa a su casa hecha una mujer.

Hay un personaje, Agustín González, que se cruza de vez en cuando en la historia sin nunca llegar a explicar mucho. Es un periodista, una especie de narrador que nunca narra. Sin que se explicite él está enamorado de Eloísa. Pero lo que se dice es que ya es demasiado tarde. Aquí se muestra el drama de una sociedad en la que no está permitido el divorcio. Ella debe soportar a su marido y aunque él no quiera estar con ella y otro hombre pueda ofrecerle otra vida mejor ya no hay nada que hacer.

Se denuncia todo lo denunciable. Todos los trabajos para la mujer son humillantes en algún u otro sentido. O bien debe hacer de maniquí en una casa de costura, luciéndose para los hombres, o bien debe arrodillarse para fregar suelos. Es decir, el trabajo femenino existe, pero ninguno es honroso.

Donde la película peca en los estándares actuales es al poner en valor a Eloísa. Se quiere escribir un relato en la que una joven prometedora se echa a perder. ¿Cómo se construye esta imagen ideal de su juventud? Ganando un concurso de belleza. De hecho, siempre que amenaza a Fernando Fernán Gómez con irse de casa lo hace siempre poniendo en valor lo tremendamente atractiva que es y que cualquiera de sus amigos la desea.

Pero claro, esta es una vía que la equipararía con su hermana y eso no lo puede tolerar. Y es que esta envidia entre ambas es lo que desata el drama final. Este es otro punto muy realista de la película. Una ha tomado una vida que la sociedad y ella misma consideran digna, pero esa dignidad no da de comer. Así la película nos muestra como exitosa a la hermana que con una pseudoprostitución consigue ganar dinero, y finalmente casarse de forma decente, y como cada vez más demacrada a la chica biempensante.

De quien la película nunca se pronuncia es del hermano meapilas. Vive en casa de sus padres y nunca sabemos si recibe algún sustento de ningún lado. Solo está por ahí para aprobar o condenar los actos de sus dos hermanas. En particular las acciones de Luisa. Pero ese dinero bien que lo aprovecha.

La fotografía todo el rato es impecable. Se ve estupendamente. En interiores y exteriores. Es una delicia. Del sonido podemos decir lo mismo. Es cierto que escuchamos cómo baja el volumen cuando se alejan del micrófono, pero la técnica en general es impecable. Lo único que me parece ridículo de la película es cuando Agustín González recuerda a Eloísa bajando las escaleras del edificio de joven. La actriz con una caracterización, casi de colegiala, muy ridícula, blanca, baja las escaleras con un plano cuyos bordes se difuminan. Es un momento esperpéntico porque este rejuvenecimiento no se lo cree nadie.

El suicidio final es una propuesta estética muy fuerte y creo que justifica el título de la película. Mientras la madre grita desquiciada desde el balcón por el que Eloísa ha saltado se oye música alegre. Música muy animada que sale del coche que el marido de su hermana le ha regalado a ésta. Así tenemos una escena trágica acompañada de una música que no la acompaña. La hermana iba a lo suyo y, aunque muere Eloísa, su mundo sigue.


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