viernes, 13 de enero de 2023

EO

Dir.: Jerzy Skolimowski
2022
86 min.

Al empezar la película nos tememos que se reduzca a poner la figura más o menos tierna de un burro ante las atrocidades y oscuridades de la condición humana. Hacerle presenciar violencia, desprecio y en ocasiones sufrirlos en sus propias carnes. Un poco este era el pecado de “Al azar de Baltasar”. Pero aquí rápidamente se despliega un virtuosismo de montaje, sonido, cámara, iluminación y fotografía.

La interpretación del burro es la mejor interpretación animal que he visto en mi vida. Sus reacciones son de una precisión increíble. Lógicamente no es que el animal sea un prodigio: todo ha habido que construirlo con el montaje de planos y de sonido. La forma más evidente que tiene de expresarse es la respiración. La película consigue transmitir sus sentimientos de miedo, incomprensión, abnegación a través de sus resoplidos. El trabajo de sonido es tan cuidado que incluso oímos caminar a unas hormigas por encima de las maderas que forman su redil.

En general tenemos la sensación de que los animales están enteramente a disposición del director. Hay una escena nocturna en la que el burro está en mitad de un bosque. Hay un primer plano de un búho al que vemos siluetado en el plano general. Hay un plano de una araña que trepa por su tela, pero visto con una claridad pasmosa. El ritmo de la araña no es acelerado y nervioso como cuando se suelen ver bichos en las películas. Parece que la araña asume que la escena es de calma tensa y con esa elegancia se mueve. Es una escena de miedo porque en mitad de esa noche empiezan a cruzar entre los árboles rayos de luz verde. Rápidamente entendemos que son cazadores buscando lobos. Pero los instantes antes de llegar a esta conclusión generan una incertidumbre maravillosa. Es un bosque con una iluminación soberbia. Una noche clara, nos creemos que no se ve nada y aun así podemos ver absolutamente todo. Es impresionante, inexplicable. Pasamos de estar encerrados entre los árboles a estar en campo abierto, delante de un imponente cortado geológico, con un gris clarísimo. El burro mira cómo agoniza un lobo que se desangra tras un disparo de cazadores.

Esa noche acabará con un plano negrísimo de una especie de pesebre. El siguiente plano es el burro paseando con un caminar muy estilizado, casi femenino, como si llevara tacones, localizado en un túnel. Un túnel que no entendemos dónde está, ni cómo ha aparecido ahí. El desconcierto es absoluto. En otra transición de escenas el cuadro está negrísimo y a lo lejos aparece un destello de luz. Un punto informe. Según va entrando a foco descubrimos que el punto es un rectángulo y que es el final de un pasillo en el que se siluetea Eo. De cuando en cuando hay algún foco de luz que se refleja en la lente. Pero nunca llega a cegar la cámara. Podemos ver los halos de las farolas, pero nunca se comen una sección del plano.

Uno de los últimos escenarios en el que vemos a Eo es frente a una presa. Unos chorros de agua imponentes. Él delante, sereno, sobre un humilde puente. Está todo tan a foco que podrían ser planos distintos superpuestos. Sin que se llegue a explicar, el agua de repente empieza a fluir hacia arriba. Lo vemos en los chorros, pero es que cuando la cámara enfoca a las ondas que hace el agua al caer cuesta mucho ubicar lo que vemos. La imagen sigue yendo hacia atrás, pero es que la cámara también se mueve. Se confunden olas, salpicaduras…

Me gusta mucho todo lo que ocurre alrededor del partido de fútbol. La película nos deja claro que es un partido sin ninguna trascendencia deportiva. Tras la victoria, en la fiesta de celebración meten al burro al local del equipo ganador. Al burro le intentan hacer beber cerveza, fumar marihuana, besar… No sé explicar qué magia hace el director que la escena no nos resulta en absoluto agobiante. El burro no padece esta fiesta. Solo la presencia como un espectador. Que cuando tiene oportunidad se va, pero de la que no huye despavorido.

Se juega con la visión del burro haciendo que los bordes del cuadro aparezcan desenfocados. Hay varios planos en los que el burro mira hacia el exterior del vehículo en el que le trasladan. Hay uno de ellos que es una de las rimas de planos más impresionantes que he visto. Por una rendija estrechísima ve las rítmicas líneas blancas discontinuas sobre el asfalto negro. El siguiente plano en los Alpes está repleto de nubes blancas que sólo dejan asomar una finísima línea horizontal de negra piedra de la montaña. Son unos planos de grandísima belleza. Ya llegados a Italia ocurre algo que personalmente me parece simplón: el primer italiano al que vemos está conduciendo en su coche y va escuchando “Vesti la giubba”.

Hay una escena de una belleza soberbia en la que vemos el vuelo de un ave en una fotografía en rojo y negro. El pájaro vuela entre los árboles con una suavidad que no hemos visto nunca. Supongo que esto está grabado con un dron. No podemos esperar estas imágenes antes de que éstos se inventaran. Pero es que incluso al comparar con las horas de grabaciones desde dron que hay en YouTube la suavidad de las que aquí se nos muestran es única. Esta escena de nuevo es tremenda porque acaba señalando lo mortales que son los aerogeneradores para las aves.

El rojo es el color con el que nos recibe la película. Lo veremos aparecer en varios momentos. La primera dueña de Eo aparece iluminada por las luces de freno de la moto de un novio que no comparte el amor que ella tiene por el burro. Con una luz muchísimo más envolvente de la que puedan proporcionar los faros de freno ella le mira proyectando toda su ira sobre él. Hay otra escena muy extraña en la que se ve un robot que parece de Boston Dynamics. La cámara lo sigue y con la cámara viajan unas luces rojísimas que alumbran la hierba en mitad de la noche.


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