viernes, 6 de enero de 2023

REPULSIÓN

Dir.: Roman Polanski
1965
105 min.

Me gustan las películas obsesivas. Es una película obsesiva. Me ha gustado.

Hay que admitir que en ocasiones la obsesión es un poco superficial. En concreto estoy pensando en la clase de cosas que hace la protagonista pasando días y días sola en casa. Las únicas actividades que realiza son planchar y coser. Como mucho se sienta a ver la tele. Parece que a Polanski no se le ocurre qué más puede hacer una mujer sola en casa aparte de los trabajos domésticos típicamente femeninos.

Creo que es muy interesante ver hoy en día el detonante de la trama. Un chico genuinamente interesado en la protagonista, con las mejores intenciones intenta besarla. De hecho le termina robando un beso en su coche. Ella sube despavorida a su casa donde está su hermana con el hombre que la mantiene a cambio de la relación extramatrimonial. Supongo que la lectura original es que ella es tan misándrica que hasta un inocente beso la hace desarrollar una espiral obsesiva. Pero actualmente es fácil fijarse en que incluso un hombre con sus mejores intenciones llega a perpetrar un contacto sexual no consentido. Para que este chico ideal quede aún mejor retratado se lo mostrará en un par de escenas en la barra del bar con dos amigos que se refieren a la mujer de la forma más impersonal posible.

Las primeras escenas de la película casi parecen cine francés. Esos planos en los que vemos a la gente sorprenderse por la cámara que sigue a la chica. Ruido de coches. Una música que me gusta mucho. La música rápidamente se alejará de las melodías y se centrará en la percusión. Hay una escena en la que la chica vuelve del trabajo hasta su casa. Anda por un puente, tocándose la nariz ya de manera enfermiza. La banda sonora son unos redobles intermitentes y un clarinete que suena por encima. Al poco rato el clarinete incluso se vuelve percusivo emulando los redobles.

Hay un gusto por el plano secuencia. No se hace de manera muy exagerada. Lo que más delata este recurso es en un cierto momento que un personaje ciega por completo la cámara para que sea viable el plano sin cortes. Me gusta mucho la escena con el casero. A ella ya la hemos visto fantasear cada noche con una violación. Quizás sean pesadillas, pero sus movimientos, la manera en la que agarra las sábanas, que se maquille para la ocasión y el hecho de que no oigamos nada, me hace pensar que se trata de una fantasía erótica. El caso es que a pesar de estas fantasías, cuando el casero se abalanza sobre ella, le rebana el cuello. Pues este momento está muy bien construido. La navaja lleva en el salón muchos días. La hemos visto multitud de veces. En un momento dado ella la coge. Desde este momento la escena se carga de suspense.

En los dos asesinatos tenemos un plano final desde la posición del cadáver. Cuando mata al chico con el candelabro nosotros recibimos el golpe y cuando se está desangrando el casero, veremos cómo nos cubre con el sofá.

Toda la decrepitud me gusta mucho. En cierta medida recuerda a la madre en “Babadook”. Personalmente me parece inverosímil que no adelgace enfermizamente. Es cierto que se mira con mucho morbo. Pero es que la actuación de Catherine Deneuve es una gozada. No es la primera vez que la vemos perder la cabeza, pero el momento en el que le mete un corte en el dedo a una clienta es una imagen difícil de olvidar. Ella está en una esquina. Mirando lo que ha tirado. Con los ojos abiertísimos. Es tremendo.

A esta actuación se le suma una fotografía muy expresiva. Sobre todo en los interiores la luz es muy dura. Hace que los personajes siempre estén muy perfilados. Ahí donde les da la luz se vuelven blanquísimos. En la escena con el casero la región del cuadro que ocupa ella es blanquísima y el traje negro del casero es negrísimo. Por supuesto el momento en el que más luce la iluminación de la película es en la mítica escena de las manos que salen de la pared del piso. Unas manos que es fácil reconocer en la avalancha de hombres lascivos de “Última noche en el Soho”.

Toda la deconstrucción de la casa es maravillosa. Cómo se abren las paredes de esa forma imposible. Cómo le parece ver caer el techo. No ya es que se acerque el techo al suelo. Parece incluso que se inclina. Y esta es la parte más alegórica. Pero incluso lo que ella perpetra. Rompiendo el cable del teléfono. Dejando el cadáver de un conejo sobre una pila de libros. Cómo arranca una balda de la cocina para clavarla en la puerta de entrada tirando latas de conserva tras de sí… Está emparentada con mi predilecta escena final de “La conversación”, posterior a esta.

Me gusta el asunto de la privacidad. Cómo los muros parecen hechos de papel y nos permiten oír cómo el vecino ensaya el piano y, sin embargo, permiten alojar un panorama desolador. Hay un plano habilísimo en el que el pretendiente está presentándole toda clase de excusas. Están discutiendo dentro de casa pero enfrente de la puerta principal abierta. En un momento dado se abre un espacio entre ambos que permite ver desde la otra puerta del rellano a una mujer que no entra a su casa por interesarse por la conversación. Pero es una mujer en la que nos podemos ver reflejados nosotros mismos. Igual que ella está invadiendo una privacidad, nosotros estamos viendo lo mismo. El momento en el que este tema alcanza su cumbre es cuando toda la escalera se entera de que algo ha ocurrido en ese piso. Se llena de gente y todo el mundo tiene un montón de opiniones no pedidas que ofrecer.


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