viernes, 17 de marzo de 2023

LOS PARAGUAS DE CHERBURGO

Dir.: Jacques Demy
1964
88 min.

Siendo sinceros es una película que se construye en base a un único tema. Romántico a la vez que triste. La canción maravillosa con la que se despide la protagonista de Guy cuando éste debe marchar a Argelia. La primera vez que suena no sabemos que va a adquirir esa importancia, pero ya llama la atención porque suena a composición con entidad propia. Toda la música que ha sonado en la película hasta ese momento era casi canturreo. Todos los personajes cantan muy bien, pero no habíamos oído canciones que pudiéramos recordar o reconocer más adelante.

Lo que más llama la atención es una estética de colores muy artificiales. No llegan a ser chillones porque la fotografía se encarga de ello, pero son estrafalarios. Esos papeles pintados que muchas veces riman con el vestuario de los personajes. Me gusta también la coreografía que se hace con los paraguas en un plano cenital mientras desfilan los créditos iniciales. Entiendo que todo esto tiene que ver con una idea de autoasunción del género musical como algo fundamentalmente artificial.

Quizás la expresión máxima de esta idea sea cuando ambos enamorados están llegando a casa de él. No andan por la calle. Flotan. Supongo que están en alguna especie de plataforma con ruedas. Pero ellos pueden dedicarse a ser todo lo expresivos que quieran, porque se van a mover solos. En el mismo sentido veremos cómo él se sube al tren. Ella desde el andén le grita Te amo. Él, tan atractivo como es, con su traje marrón y su camisa celeste, sube al tren y nosotros le acompañamos sin que la cámara corte. Termina el plano con un solitario andén en el que sólo queda ella inmóvil.

Aunque toda la decisión que debe tomar la chica acerca de si casarse con el hombre rico que la acepta a pesar del hijo ilegítimo no sea lo que más me interesa del mundo, sí me gusta que las posturas de ambas mujeres sean razonables. Ninguna se encona en lo suyo. Me gusta por ejemplo cuando ella le confiesa a su madre que está embarazada, ¿Y cómo ha sido? Y contesta la hija No te preocupes, como todo el mundo.

Hay un plano de este tramo de la película que me ha fascinado por su aspecto onírico. Cuando se está narrando la boda, la madre entra en una sala donde se están probando los vestidos de boda. Una sala blanquísima, algo que ya se aleja de toda la propuesta cromática de la película, llena de maniquís, también pálidos, haciendo que ella destaque muchísimo. Y en apenas dos planos más se han ventilado el matrimonio de estos dos. Y es que esto se hace bastante en la película. No hay miedo en narrar las escenas que son un trámite como puro trámite. Así se deja espacio a momentos más dramáticos como, por ejemplo, cuando la hija está envuelta en lágrimas. Sin saber qué hacer con los dos hombres de su vida. Mientras ella lleva un peso dramático descomunal, en la calle hay un carnaval lleno de gente corriendo, serpentinas y confeti.

Me gusta mucho la relación entre los dos personajes una vez que ha pasado el tiempo. No es originalísima, pero por su toque agridulce es suficientemente infrecuente como para que no se haya convertido en un cliché sin ninguna fuerza dramática. Esa manera de enfrentarse el uno a la otra. Con seriedad. Una escena con mucho más aplomo que el recorrido fantasioso y espectacular con el que acaba “La la land”. La música del tema central suena con un coro celestial, mientras nieva.


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