sábado, 4 de marzo de 2023

JEANNE DIELMAN, 23, QUAI DU COMMERCE, 1080 BRUXELLES

Dir.: Chantal Akerman
1975
193 min.

Es lenta. Es monótona. Es el tedio de la vida de una mujer viuda en una sociedad que no le ofrece alternativas vitales. Además busca el naturalismo para que podamos ver lo lamentable de su situación. En ese sentido se aparta de esa realidad abstracta que veíamos en “El caballo de Turín”. Aunque en ambas películas vemos vidas aburridas y sin esperanza de mejora, en esta vemos una mujer. No es una máquina. Los planos se repiten, las acciones se repiten, pero es este estatismo en las formas lo que nos hace percibir lo orgánico de sus movimientos. Cómo a pesar de estar haciendo lo que lleva años repitiendo, puede equivocarse, despistarse o variarlo.

Me gusta la relación que tiene con su hijo. A pesar de que lo quiere y probablemente sea un amor correspondido, ella vive como una sirvienta para él. Algo que él no se plantea nunca. Con los ojos de hoy en día es tremendamente llamativo cómo llega el hijo a casa, su madre no puede ir a recibirle a la puerta porque está pelando patatas para la cena, él va a la cocina, se quita el abrigo, la madre lo coge para guardarlo en el armario y el hijo ni se plantea seguir pelando las patatas.

La película nos pone a prueba como espectadores. Curiosamente es más gustoso de ver cómo realiza alguna tarea mecánica como pelar patatas o fregar los platos que verla deambular por la casa, sin la situación totalmente bajo control. Uno de los momentos más angustiosos (haciendo un exceso) es cuando no tiene nada que hacer. Es un momento bastante trágico la verdad. Hasta tal punto la sociedad ha anulado su vida. Si no está haciendo tareas del hogar, no tiene nada más. Las otras actividades que le vemos hacer son tricotar y escribir cartas a su hermana. Ninguna de las dos es disfrutable.

Me gusta también la manera en la que le da un puntapié a toda esa caterva de intelectuales franceses que adoran interpretar el sexo y darle todas las vueltas posibles a Freud. El hijo pasa todo el tiempo que está en casa leyendo o durmiendo. En una de las poquísimas conversaciones de la película él le pregunta por su padre y empieza a problematizar la penetración sexual. Es divertido porque la madre atiende con una amabilidad infinita. Pero es algo que ni termina de significar nada ni le interesa. Es divertido notar que para que se den los discursos propios del cine que se hacía en Francia, hace falta un hombre al que le gusta hablar.

En cuanto al final, me recuerda a “Stockholm”. Un acontecimiento impactante que se presenta al espectador sin previo aviso, tras una escena tranquila, sin que la cámara se inmute y sin excesiva violencia. Esto da lugar a un plano final, a modo de coda, en el que por primera vez vemos a la mujer poner una cara que sienta algo. Hasta ahora no podíamos ni siquiera adivinar desidia en su rostro. Como mucho, abnegación.

La manera en la que la cámara está siempre alineada con las paredes ayuda a que los planos se repitan con una precisión milimétrica. El efecto de ver una escena que se va a repetir desde otro punto de la habitación es muy llamativo. Si no recuerdo mal, todos estos nuevos puntos de vista tienen lugar esa mañana que ella pasa aburrida. La vemos salir del portal mirando desde el ascensor, la vemos entrar a la cocina desde la puerta de la terraza. Acaso el plano más novedoso es aquel que se graba desde el sofá mientras ella pasa muchísimo tiempo sentada mirando a la pared.

La luz es el único elemento que muestra el paso del tiempo. A oscuras por la mañana, claridad por el día y luz cálida por la noche (cálida la luz, la fotografía se mantiene gélida). Sin duda el uso de la luz más importante es el que se hace cuando ella está con sus clientes. Ellos entran de espaldas a la cámara y salen por un pasillo a oscuras. El plano se mantiene y pega un salto la luz de la tarde a la luz crepuscular. Hay un elemento extrañísimo, casi abstracto, que choca con el estatismo de la puesta en escena y con el clasicismo del decorado. Me refiero a una luz de un letrero de neón que se asoma por las ventanas del salón. Es casi hipnótico cómo esa luz arrebata toda la atención de la escena mientras los personajes consumen una cena con pinta de insulsa. Tanto ellos como la película parecen ignorar ese detalle tan disruptivo.

Me parece elogiable que la película no se quede nunca sin ideas. Quiero decir con esto: la jornada que más inaguantable se nos hace es la primera: los primeros 40 minutos de película. Ahí deben sucederse todos los acontecimientos de forma rutinaria y anodina para que podamos notar las variaciones en los siguientes días. Aunque todos los días sean aburridos por igual, en las sucesivas jornadas ocurren cosas. Es cierto que la guionista tiene una ventaja: con cada suceso que añada, se come casi un cuarto de hora de película. Así por ejemplo la vemos tomarse un café que le sabe repulsivo. No sabría decir cuantísimos minutos dura esto.

Si hay tantas cosas que señalar de la película es porque uno se pasa mucho tiempo a solas con sus pensamientos. La película es aburrida. En ocasiones, como he dicho, es relajante verla a ella dedicada a una sola tarea, otras veces deambula por la casa y ni siquiera nos da un respiro para ponernos a pensar en nuestras cosas.


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