viernes, 28 de abril de 2023

VIVIR

Dir.: Akira Kurosawa
1952
143 min.

Su segunda mitad dialoga fuertemente con “¡Qué bello es vivir!”. Es su segunda mitad la que tiene un mensaje más definido por lo que resulta fácil que la atención se desvíe a este segmento. Sin embargo creo que la primera mitad tiene mucha más carga emocional y más poder visual.

En el optimismo de su segunda parte parece que las buenas acciones se consiguen con buenas intenciones. Que se puede sobrepasar la burocracia y la corrupción política sólo poniendo buena cara e insistiendo hasta que la humanidad de tus superiores les haga ceder a tus peticiones. El protagonista no traza un gran plan. No moviliza a masas de personas que creen un escándalo político para que la alcaldía oiga sus ruegos. Lo único que hace es conocer la estructura funcionarial. Y digo la estructura, porque no es que se aproveche de recovecos burocráticos. Él solo sabe a quién tiene que acudir y acude una y otra vez hasta que le aprueban el modesto proyecto que mejorará la vida de la gente.

Lo que sí hay que concederle a la película es que nos muestra la escasez de la voluntad de hacer las cosas bien. Es muy potente el contraste entre sus compañeros de trabajo llorando borrachos en el velatorio, jurando que van a convertirse en mejores personas y en la siguiente escena la oficina del ayuntamiento delega todo a otras oficinas para nunca conseguir nada.

El retrato del héroe que construía Capra tenía una especie de dignidad del hombre americano que no deja cabida a la sumisión y la actitud reverencial de mártir que tiene este personaje. Entiendo que traten de conmovernos, pero, sinceramente, la cara de pánfilo con la que mira al alcalde mientras éste le da la espalda para reunirse con sus colegas que hablan de geishas es ridícula. La imagen quijotesca en la que un simple hombre se enfrenta a los grandes poderes (como en “Caballero sin espada”) ya estaba más que construida por su avanzada edad y por su pronta defunción. Hay que señalar cómo estos elementos lacrimógenos que en una película estadounidense habrían sido mucho más burdos aquí se utilizan bastante mejor.

El montaje en el que se nos muestra cómo Watanabe se ha desvivido por su hijo y ahora recibe su desprecio me gusta mucho. Es cierto que no me gusta nada el trato que recibe del hijo al respecto de la joven amante que se echa. Si el conservadurismo inculcado por los mayores ya me cuesta de asumir, al revés es insoportable. En este conflicto familiar me gusta la idea que plantea la amante de Watanabe: no puede culpar a su hijo de no agradecerle un trato que él no ha pedido.

La secuencia que más impacta a todos los niveles es en la que sale de fiesta con un hombre que conoce en un bar. Está en un momento vital en el que quiere fundirse todo su dinero para disfrutar de la vida con un hedonismo que hasta ahora no había conocido. El diálogo que tienen ambos hombres en la taberna es una maravilla. Me encanta cómo rara vez se están mirando el uno al otro. Cómo tienen esa conversación de un existencialismo pesado casi hasta el ridículo. Los rostros de ambos personajes adquieren en el cuadro todas las posiciones imaginables.

Me encanta cómo se mueven por la noche llena de gente. Hasta acabar en una sala de baile. No cabe nadie. El único trozo de suelo que vemos es el escenario ajedrezado alrededor del pianista. Espacio que se cubrirá también por la banda de vientos metales. El personaje que acompaña al protagonista lo interpreta Yūnosuke Itō. Es una maravilla ese rostro fantasmal (con razón se atribuye el papel de Mefisto). Ambos rostros, con todo su patetismo, crean una gran estampa cuando Watanabe empieza a cantar con voz grave y temblorosa “La vida es corta”. Creo que en este punto de la película viene mucho más a cuento esta letra de tempus fugit que cuando se repite más buscando la lágrima en el famoso columpio bajo la nieve. En su primera aparición el tipo realmente está descubriendo los placeres de la vida que se había perdido. Por eso exhorta a una doncella a que se enamore.


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