viernes, 10 de mayo de 2024

LA PASIÓN DE JUANA DE ARCO

Dir.: Carl Theodor Dreyer
1928
110 min.

Viendo el cine europeo iniciático uno se pregunta qué salió mal en el proceso para que Estados Unidos fuera la referencia en este arte durante tantas décadas. Es alucinante cómo explota un decorado sobrio de esa manera. Cómo los muros blanquísimos dan aire a las figuras humanas. Unos muros que no tienen ningún sentido en las estancias de una fortaleza del Siglo XV.

Entre la sobriedad de la celda de Juana gana protagonismo la reja de su ventana. Dos únicos barrotes que forman una cruz, símbolo de su fe. Se le acerca un clérigo. Uno particularmente malintencionado. Al entrar en la habitación su sombra tapa la luz que entra por la ventana y la cruz que se proyectaba sobre el suelo, desaparece. Este mismo hombre se aprovecha de que Juana no sepa leer. Inventa qué le ha escrito el rey. Esto está ejecutado de forma muy bonita. Él va recitando una carta inventada que nos muestran los intertítulos. Su mirada está dirigida a la cámara: no al papel.

Las líneas que trazan el entramado de las vidrieras son casi serpenteantes como en los mejores decorados del expresionismo alemán. Las escaleras blancas de estrechos escalones rechazan la horizontalidad. Otro momento en el que se evita las líneas equilibradas es en el que le ofrecen a Juana la posibilidad de retractarse. El hombre que le habla desde el estrado está vertical. Para añadir una línea oblicua al cuadro se recorta la esquina superior izquierda poniendo un toldo. Igualmente cuando Juana llama a todo el jurado a su celda los clérigos desfilan ascendiendo por el cuadro. Aunque estén simplemente atravesando una puerta, los vemos como si subieran a ver a Juana.

El cuadro se utiliza con una habilidad pasmosa. Cómo ahoga el rostro de Juana. Apenas se la permite torcer el cuello y alzar la vista para que adquiera brillos en sus ojos de mártir. El primer momento en el que somos conscientes de lo que se está haciendo ahí es cuando dice que es la enviada de Dios. Su cara siempre había ocupado todo el cuadro durante el interrogatorio. Pero el plano suyo tras el intertítulo tiene un desenfoque fuerte y además ella apenas aparece en la parte baja. No sólo los personajes que la escuchan se han escandalizado. Casi se diría que el camarógrafo no da crédito a lo que oye.

Aunque con razón la sala de torturas se ha llevado la gran fama de la película, el resto no se queda atrás. La escena con la famosísima rueda de pinchos es completamente atmosférica. El monje que hace girar de forma obsesiva esa rueda parece fuera de sí. No sólo el sadismo de su oficio. También es que lo ejerce obsesivamente. Las caras que pone detrás de los radios de esa gran rueda. Una rueda cuya efectividad me parece dudosa. No tengo claro de qué manera se puede ejercer una tortura con ella. Pero las caras del tribunal impaciente, el montaje velocísimo y la cara de Juana dan un momento magnífico.

Me ha parecido brutal la imagen del fuego. No sé cómo no la vemos por todas partes. Es un momento de violencia extrema. Violencia no sólo por lo que ocurre, (un enfrentamiento entre el pueblo y las fuerzas del orden) sino por lo explícito de las imágenes. Es conocida la cara en éxtasis de Juana. Moviendo el cuello lentamente con la mirada puesta en el cielo. Casi orgásmica. Pero lo que yo nunca había visto es el momento en el que su silueta se puede adivinar claramente entre las llamas. Casi la imaginamos sonriendo mientras el pueblo se revela contra sus asesinos.

Los instantes antes de la revuelta también son tremendos. La tranquilidad con la que los soldados, con cascos que vistos desde arriba parecen las mismas piedras que empiedran las calles, se arman por lo que saben que ocurrirá. El máximo militar ve cómo el pueblo se ha puesto del lado de Juana. Con un gesto manda sacar las bolas de pinchos. Caen una a una de una torre mientras la cámara lo observa con un suave balanceo.

Y es que la cámara se mueve con una gracilidad tremenda. En particular estoy pensando en el primer juicio a Juana. A pesar de que la mayoría de los jueces está sentada mirando a la rea, la escena es de gran dinamismo. Alguien se levanta. Uno mueve su mirada. Cuchichea al oído del de al lado. Se escandaliza por lo que ha oído… Es una escena para ver mil veces. Siendo un momento tan estático se consigue que el jurado no pare quieto nunca. Es muy pictórico en el sentido de que las miradas marcan un ritmo y una coreografía a la escena.

Aunque la interpretación sea magistral y sus lágrimas remitan constantemente al arte de santos, puede llegar a cansar ver tanto dolor tanto rato.


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