- Dir.: John Frankenheimer
- 1964
- 133 min.
La primera mitad es inaudita. Hacen de todo con los trenes. Velocidades de vértigo, una iluminación dura, un sonido intenso, complots fastuosos con personas de toda Francia colaborando para desubicar a los nazis que tratan de llevar las obras de arte a Alemania. Es una gozada. No podemos creernos de ninguna de las maneras lo que vemos, pero nos lo pasamos tan bien con ese engranaje, que nada nos importa. A pesar de que Burt Lancaster acapara más minutos ante la cámara por ser el maquinista, no se pierde ni por un momento esa sensación de trabajo en equipo.
Todo esto se desmorona después del grandioso choque de trenes. La secuencia del transporte es larguísima. Este momento es un cierre perfecto. A partir de aquí se deshecha la acción y se pasa a adoptar un tono mucho más bélico y culmina en una secuencia casi sonrojante diseñada para que el protagonista tenga su dosis de heroísmo.
La secuencia final no desmonta toda la película, pero es cierto que es feísimo esa contraposición entre dos hombres que luchan por poseer unos cuadros. El nazi los reclama con argumentos elitistas. Que él ha alcanzado un estado de contemplación que le permite apreciar las obras de arte. Mientras tanto nuestro héroe repentinamente sanguinario los reclama o bien por el mero acto del heroísmo o bien por el discurso nacionalista en virtud del cual las obras de arte pertenecen a Francia. El legado que deja tan excelsa nación en la historia. Ambos son argumentos perversos. Por supuesto entendemos que, siendo la película estadounidense evidentemente se va a posicionar del lado del nacionalismo. Pero el único argumento con el que acalla al nazi es con una ráfaga de metralleta.
La acción está rodada espectacularmente y sin miedo al exceso. Por ejemplo hay un bombardeo aéreo a una estación. Todo lo que hay en el escenario explota. Nunca vemos aviones que perpetren ese bombardeo. Mejor así porque nadie creería que esas explosiones vienen del aire. Vemos explotar los vagones desde dentro. Todo se destroza sin mesura. Hay una máquina militar que me gusta mucho ver sobre los raíles. Una especie de tanque ferroviario.
Cuando la cámara debe mostrarnos cómo un personaje se mueve por un escenario hace unas acrobacias admirables. Por ejemplo vemos a un chaval salir por el tejado. No diré el tópico de que la cámara vuela, pero desde luego, escala con gran pericia. Igualmente está genial rodada la escena en la que unos nazis tratan de localizar a nuestro protagonista, que trata de ocultar que ha abandonado la habitación en la que se hospeda. Es una maravilla cómo se juega con la profundidad de campo para que veamos a los nazis acercarse mientras él, en primer término huye dentro del hostal.
Hay muchos planos en los que varios rostros en distintos términos deben ocupar todo el cuadro. Sobre todo es muy útil cuando tienes a un alto cargo dando órdenes y vemos detrás al subalterno encargado de ejecutarlas. Por el tipo de recinto que es la locomotora de un tren, es muy habitual que tengamos a todos sus ocupantes alineados y dan lugar a este tipo de composiciones en el cuadro.
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