- Dir.: Pietro Germi
- 1956
- 118 min.
No es la tónica general, pero hay algunos planos en los que el escenario queda en penumbra y los elementos iluminados hacen un juego de claroscuros muy impactante.
Me gustan mucho los primeros momentos de la película en los que vemos cómo se prepara el atropello que desencadenará la decadencia del protagonista. El tren avanza a gran velocidad. El montaje es rápido. El cigarro del maquinista echa humo. Es frenético. Es un poco llamativo que el atropello se mantenga como punto de partida de la trama, cuando realmente la muerte de su nieto es el punto donde arranca la película. Además, dado que se termina en un día de Navidad, un año justo después de que desatienda el parto de su hija, tendría sentido que fuera este el punto sobre el que pivota todo.
Quizás lo que más chirría es la redención. Creo que la única excusa que tiene es el espíritu navideño. Como que todos los conocidos de este hombre conmovidos por el calendario decidan hacer las paces con él el mismo día. Lo cierto es que, salvo la humildad de ir a visitarles al bar de la cooperativa no hace nada para reconstruir su vida. Él no pide perdón a nadie, no hace el esfuerzo por hablar con sus hijos…
Nada permitía presagiarlo, pero el niño no me ha caído mal. Creo que la voz en off con la que narra algunos fragmentos de la historia le aportan una cierta madurez que me hace simpatizar con él. Quizás en los momentos en los que las desgracias se acumulan, se tira de su visión inocente para apelar al tópico de que los mayores se meten en conflictos que los niños no entienden. En este caso se sostiene muy poco. Están muy claras las irresponsabilidades del padre, sus pretensiones de controlar todo lo que sucede en la familia.
A pesar de todo, el padre me ha caído muy simpático.
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