viernes, 4 de octubre de 2024

MEGALÓPOLIS

Dir.: Francis Ford Coppola
2024
138 min.

Es agotadora. Es un cúmulo de cosas. Eso da una sensación deslavazada. Pero además de eso tiene una estética muy fuerte estéticamente: unos colores dorados muy cansados y, quizás lo más fatigoso, el frenético montaje. Los cortes dentro de las escenas son rápidos, pero además hay escenas que se despachan con una duración arbitraria. Incluso en algún momento se rompe el eje de la cámara.

No hay un esfuerzo por hacer que las escenas por ordenador luzcan realistas. Hay una subida por un ascensor en la fachada de un edificio con un croma lamentable y con una iluminación terrorífica. Hay muchas escenas con luz de contra. Una iluminación que recuerda a la que tenían en “Barbie (2023)”. Ocurre que la película no es tan irreal como “Sin City (2005)”. No tiene esos filtros que amalgamen imagen real y por ordenador.

El paralelismo entre la Roma imperial y Estados Unidos es imposible de aceptar. Por ejemplo el discurso de la decadencia moral aparte de sonar manido, no parece que pronostique ninguna caída de ninguna época cuando el desenfreno que aquí se muestra remite a las orgías del Hollywood de hace más de un siglo que retrata “Babylon (2022)”. Establecer el vínculo entra ambas películas es muy inmediato aunque solo sea por los mismos colores dorados. Un poco en la misma línea de querer hacer películas epatantes podemos señalar las recientes entregas de Mad Max, especialmente “Mad Max: Furia en la carretera (2015)”.

El personaje de Adam Driver como utopista tecnológico nos puede recordar a Elon Musk. Su megalomanía es ciertamente difícil de percibir. Más que alguien con un proyecto gigantesco, parece una especie de mago. Alguien que ha accedido a una tecnología infinitamente superior. Esta idea está planteada con mucha inconcreción. Ha creado algo que para el tiempo, pero que controla el espacio… No hay Dios que lo entienda. Por ello digo que no parece tanto alguien que luche por conseguir sus objetivos. Nunca tenemos esa sensación de “Fitzcarraldo (1982)”.

En aquella película se enfrentaba violentamente la burla de alguien con grandes pulsiones de grandeza contra el hecho de que la producción cinematográfica de Herzog tenía que llevar a cabo los delirios de su protagonista para que se pudiera recrear ante la cámara. Pero esta película tiene tanto croma, es todo tan falso. Lo percibimos todo tan de plató, que esa grandeza no termina de epatar. Me refiero a la producción, porque la obra en sí misma sí tiene esta vocación de ir embalada y sin frenos. Una aceptación de cualquier idea o recurso que a Coppola se le haya ocurrido. Imagen partida, entiendo que con intención de ser proyectada en tres pantallas al estilo de Abel Gance en “Napoleón (1927)”. Pero, insisto, utilizada con una arbitrariedad pasmosa.

Del mismo modo que la famosa escena de Adam Driver hablando con una persona que se dirige a la pantalla. Obviamente en el pase al que yo asistí no hubo nadie leyendo ese texto. Pero si ese actor debe decir las palabras a las cuales contesta Adam Driver, es una propuesta formal radical al servicio de la nada más absoluta. El cuadro, sin sentido, se vuelve pequeño. Quizás solo sea para que podamos reconocer más fácilmente que algo raro está pasando ahí. La escena que tanto boato arrastra es ¡una rueda de prensa! Este es el hecho extraordinario para el que Coppola ha necesitado reinventar el lenguaje audiovisual.

Hay una ligera sensación de “Fellini, ocho y medio”. Se ha hecho traer un poco de todo. Una estética que puede recordar a “El gran Gatsby”, pero un futurismo que no nos deja nunca reconocer cuán lejano pretende ser. Por supuesto que vengan los romanos. No sólo la parte cortesana en la que hay traiciones, seducciones y asesinatos. Que vengan los romanos con sus carreras de cuádrigas. Antes he mencionado que la película tiene aspecto de plató. Las carreras de caballos son reales, pero hay algo tan artificial en lo que vemos que a pesar de percibir el gasto en la producción, ello no se traduce en las grandísimas imágenes de “Ben-Hur (1959)”.

En esta parte del circo será donde ocurran las locuras que más me interesan. Hay un elemento extrañísimo: unos payasos saltimbanquis. Es un delirio absoluto. Asistimos a este grupo de personas nosotros, pero bien pudiera ser que no fueran diegéticos. Nadie interactúa con ellos, no se recoge nunca este elemento que acontece sobre un croma obsceno. La película en este segmento no se decide a representar un circo: se decide a coinvertirse en uno. Es que toda esta locura desenfrenada después no tendrá elementos estéticos con que rimar cuando la acción se traslade a la calle, al mundo real.

Puede que el paralelismo se me haya ocurrido solo por el protagonista. Pero he pensado en “Annette (2021)”. Hay un gusto por explicitar la narración. Su chófer de repente es una voz en off... También hay una asunción de su propia espectacularidad cuando Adan Driver empieza a drogarse. Se abraza la pantomima. Desata un histrionismo que me resulta muy divertido de ver. Parece que Coppola quería reproducir lo que vio en “Doctor Extraño (2016)” o, con mejor reputación “Todo a la vez en todas partes (2022)”. Aquí el montaje endiablado sí está al servicio de la situación. Nunca será algo pesadillesco como “Clímax (2018)”. Por no abandonar a Leos Carax, podemos señalar su despliegue de elementos deslabazados en “Holy Motors (2012)”. Pero aquella película no trataba de contarnos una trama tan intermitente como los enredos palaciegos de esta. Pero por ejemplo me ha gustado cómo se decide que las estatuas que representan los grandes mitos de la antigüedad de esa civilización cobren vida. Con unos efectos correctos, pero sin que sean apabullantes, se muestran agotados.

Ese diálogo con el pasado es una constante. El protagonista obsesionado con alguien de su pasado cuando tiene todas sus esperanzas puestas en el futuro no es una idea particularmente original y tampoco se la explota muy bien. Él tiene visiones del pasado de su exmujer. Digamos que es una relación con el pasado como la que podrían tener los protagonistas de “Interstellar (2014)” u “Origen (2010)”. Se remata con una especie de canto de esperanza en los niños nuevos que nacen. Este es el final de la película y es un momento muy torpe. No hay nada interesante en ese discurso y la imagen de todos los protagonistas en picado sobre un suelo transparente es feísima. Entiendo que se abandone la película con la sensación de que se ha asistido a un despropósito.

Mencionemos algún elemento más que me ha gustado. Cuando caen unas bombas, creo que procedentes de un satélite soviético, se proyecta sobre los edificios las sombras de los ciudadanos aterrorizados. Unas sombras gigantes e imposibles.

También me ha gustado una mención en un titular de periódico a Hitchcock. Bastante cogido con pinzas. En un momento en el que un personaje resulta que recopila recortes de prensa oportunamente para que se facilite la narración. Aquí de nuevo el problema: ¿qué clase de futuro es este en el que la gente aún compra periódicos? A Hitchcock lo volveremos a recordar cuando una figura femenina aparezca como cabeza giratoria, remitiendo a “Vértigo (1958)” o, por buscar un referente femenino, “Carretera perdida (1997)”.


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