viernes, 16 de agosto de 2024

NO ESPERES DEMASIADO DEL FIN DEL MUNDO

Dir.: Radu Jude
2023
163 min.

Como protagonista una mujer asistente de producción, explotada por su empresa. Empresa que está grabando un clip de concienciación de los accidentes laborales. Por si esta paradoja no fuera suficiente aunque la empresa tiene buenas intenciones y quiere reivindicar los derechos de los trabajadores que retrata ante la cámara, sus clientes retuercen el testimonio de sus empleados accidentados para que de ninguna manera puedan perjudicarles.

Realmente esto es lo que tiene que ofrecernos el argumento de la película, que no es poco. Pero mientras la estamos viendo tenemos una realidad tan cruda, que se nos olvida prestar atención al argumento. Estamos todo el rato viendo flagrantes contradicciones. Por ejemplo la mujer protagonista es tremendamente soez. Además de ello tiene un alter ego en redes sociales cejijunto con el que hace sátira extremadamente zafia y, cuando la gente que la ve grabar estos vídeos cortos le afea su lenguaje, ella dice que simplemente es una caricatura de los discursos de odio. No deja de ser llamativo que ella excuse su lenguaje bajo un personaje cuando la hemos visto decir de todo al volante. Recuerda a los tantísimos ejemplos de personalidades de internet que se escudaban bajo una ficción que se aproximaba muchísimo a llanamente maldad.

La hipocresía de esta filmación aparece innumerables veces. Cuando se esconde al padre ultranacionalista para que no pueda decir ningún exabrupto delante de las cámaras. Cómo eliminan la barra metálica que dejó a su víctima en coma para que no quede mal en plano. La directora de marketing, austriaca, se muestra partidaria de incluir a una gitana en su película para dar una imagen más inclusiva a su película y todos los rumanos le dicen que generará rechazo en su país. Se elimina del texto la palabra Rusia para que el espectador no escuche algo que le pueda hacer sentir cosas distintas al efecto conmovedor que la película trata de generar.

El testimonio se graba con un filtro dorado de la escena. Esto lo hemos escuchado muchos minutos atrás. Para cuando arranca la grabación hemos olvidado ese comentario. En un momento dado, que hacen un reajuste del rodaje el foco dorado para a reducirse sólo a las personas que aparecen en plano. Entonces vemos cómo el cine distorsiona toda la imagen. La estampa soleada que veíamos de repente nos muestra una zona industrial gris. Lo único que queda en tonos luminosos es esa familia.

La escena del rodaje es un plano fijo. Representa el último tercio de la película. Es un ejercicio tremendamente radical. Vemos y oímos a las víctimas que la empresa quiere instrumentalizar. Es donde la película lanza los mensajes más ácidos después de habernos tenido unas dos horas siguiendo la jornada laboral extenuante de nuestra protagonista. Aunque ocupa un buen trecho de la película, no deja de ser sólo una sección de ella. Pero es tal la transformación de lo que nos habían contado que ocurriría en el rodaje, que se nos queda marcado en la memoria como una gran injusticia. Por otro lado, la película no usa muchos recursos para recrudecer esta humillación a la que sus personajes se ven sometidos.

El culmen de esta degradación de su relato será cuando su testimonio pase a no valer nada. Ni su voz ni siquiera su rostro. Se le hace pasar carteles verdes delante de la cámara. Carteles en los que la productora escribirá lo que contente a su cliente. Este desfile de cartulinas verdes se repetirá dos veces para que podamos ver el absurdo de la escena. Los carteles los sostiene el propio accidentado delante de su cara: él y su historia han quedado totalmente invisibilizados. Esa familia no puede actuar para reclamar su dignidad y respeto porque necesitan el dinero que les van a pagar por el rodaje.

Después de habernos compadecido nosotros mismos por esa pobre gente que ha estado aguantando esta humillación, mojándose bajo la lluvia, callados y quietos ante la cámara no pueden ir a comer porque su chófer tiene que salir ya del rodaje con prisa.

El juego del blanco y negro no deja de ser curioso. Sólo veremos en color lo que diegéticamente esté capturado por una cámara. El clip publicitario, sus vídeos para redes sociales, la película “Angela merge mai departe (1982)”… Los clips de esta película buscan construir un paralelismo entre las protagonistas de ambas películas. La pareja de actores protagonistas de aquella película interpretan a los mismos personajes en esta. Ella es Dorina Lazar. Él, por algún motivo, en la película antigua estaba acreditado como Vasile Miske, pero al parecer si verdadero nombre es László Miske. Muestra también la destrucción del pintoresco barrio de Urano para construir un palacio brutalista.

La otra secuencia en color, muy extraña en la película, es aquella en la que vemos una serie de cruces. Una por cada víctima en una carretera de Rumanía de alta siniestralidad. Según nos cuenta la protagonista, los accidentes se deben a cómo conduce la gente. La productora austriaca se muestra escandalizada: que la policía debería hacer algo. Aquí hay un contraste de visiones muy llamativo: mientras que los rumanos creen que todos los males de su país se deben a la corrupción, quien viene de un país donde la ficción de la democracia funciona a pleno rendimiento, culpa a los propios habitantes del Rumanía por permitirlo. De nuevo esto es una crítica porque hemos visto a la protagonista conducir temerariamente durante toda la película. En particular la hemos visto cambiarse constantemente de carril para intentar sortear los coches en un atasco. Algo que no creo que se pueda reproducir llenando la carretera de extras.


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