domingo, 16 de junio de 2019

PERSONA

Dir.: Ingmar Bergman
1966
81 min.

Me resulta muy difícil hablar de Bergman. Siempre tengo la sensación de que no sé lo suficiente para poner en contexto sus películas. Es un tipo muy introspectivo, habla mucho del alma y de vivencias que supongo se reconocen con la edad. Hay muchas reacciones de los personajes que no se entienden demasiado. Todos los sentimientos están siempre a flor de piel. Se enfadan, lloran, odian su pasado. Son sufridores natos y esta película no es una excepción. Creo que puedo sentenciar que no la he entendido y que ha sido la que más me ha gustado de las pocas que he visto suyas.

Que Bergman sabe de cine se demuestra a cada plano. Desde las primeras imágenes donde vemos por primera vez a nuestras protagonistas vemos un maestro tras la cámara. Esos planos tan cercanos, con el formato del fotograma con las mismas proporciones que un rostro. Las caras llenas de sombras marcando los poros, las cuencas de los ojos, el vello facial… Esa mujer tumbada en la cama medio a oscuras y la luz baja poco a poco hasta quedarse completamente a oscuras. Pero lo último que deja de verse es el brillo de los ojos dejando una imagen bastante cadavérica.

Supongo que es porque ahora lo tengo muy visto pero no resulta demasiado emocionante la declaración de intenciones del principio de la peli donde vemos trozos de película de celuloide, audio reproduciéndose hacia atrás. Si hay algún criterio para cuándo recordar que estamos viendo una ficción, no lo he sabido encontrar.

La película es algo críptica pero creo que es bastante evidente que habla de la relación de una persona con su alma. De hecho esto en castellano queda más meridiano que en sueco. Alguien sueco a lo mejor no entiende por qué Elisabeth escribe a su doctora hablando indistintamente de su alma y de Alma. Alma por ejemplo es quien realiza los movimientos de un ser endemoniado. Elisabeth escucha el drama de Alma con un gozo en sus ojos maravilloso. El alma sufre pero es la persona quien se enriquece con esto.

Hay una cierta resonancia al cine de Godard. Por ejemplo, antes de que la película llegue a su escena central, los personajes hablan a cámara. Hablan de ellos mismos y cuentan trozos de su pasado. Imposible no acordarse de “Dos o tres cosas que yo sé de ella”. Con esta peli me ha ocurrido algo que también me ocurre a veces con el cine de Godard: la primera parte de la peli se me hace lenta, hay una escena de diálogo donde se concentra el conflicto entre los personajes y cuando me quiero dar cuenta estoy enfrentando el tramo final de la peli.

La escena de diálogo principal es un monólogo porque una de las dos protagonistas no habla. Es una gran escena. Se juega mucho a fusionar los cuerpos de las dos mujeres. No dejar claro de quién es la mano que parece en plano, mezclar ambas caras… Viendo esto me da la sensación de que “Habitación en Roma” es la fantasía erótica de alguien que se aburría viendo esta escena y dejó volar su imaginación. El relato que hace Alma sobre su encuentro sexual es asombroso. Sin morbo alguno, con una riqueza en detalles inesperada…

No me gustaría olvidar nunca la escena en la que Elisabeth se aparece en la habitación de Alma por la noche. Es una secuencia magnífica. El plano es único. El sonido solo son una especie de sirenas a lo lejos. Suenan con una intermitencia muy lenta. Sale de entre unas sábanas con muchísima calma y blanquísima. Mira a Alma y desparece. Es muy hipnótica, bella y genial.


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