viernes, 28 de junio de 2019

LA GRAN BELLEZA

Dir.: Paolo Sorrentino
2013
142 min.

El título hace honor a la película. Habla sobre la alta sociedad italiana. Un hombre de avanzada edad que se hizo famoso por una novela y desde entonces se ha dedicado a disfrutar de su fama y, sobre todo, de su dinero. En lo que él llama la vorágine de la mundanidad. No se avergüenza de ello. Simplemente le ha aburrido. Cuando le hace ver a una de sus amigas que ella no tiene una vida sacrificada, que nada de lo que hace es muy relevante ni siquiera lo dice para que se replantee su vida, solo que sepan que su único objetivo es la estética.

La presentación de su persona es genial. Me encantan sus paseos por Roma en los que cualquier cosa en un rincón le llama la atención. Él se ve como un buscador de la belleza. Se deleita mirando unas monjas que corren en el patio de un convento. Se entretiene con esas sutilezas reforzando su propia imagen de persona con una sensibilidad especial. Todo esto es muy crudo porque él tiene acceso a toda la belleza que quiera de Roma. Vive delante del Coliseo. La película con toda la chulería del mundo se harta de darnos planos desde su terraza a esa apabullante vista. Pero ahí nadie mencionará ese edificio. Lo dan por hecho.

Sus vidas son hedonistas. Si quieren recrearse con el cuadro que pinta una niña, no les importa que ella sufra, que haya un caso flagrante de explotación infantil. Se arman sus discursos snobs pero después en sus fiestas suena Rafela Carrá y todo es degradado. ¡Qué bella esa imagen de la enana viéndose sola en la mesa sobre la que se ha celebrado el cumpleaños del protagonista! Tras ella despunta el amanecer y como si fuera el Sol en el horizonte un anuncio de Martini.

En un funeral del hijo de una familia rica el cura dice que los amigos del muerto cojan el ataúd y lo saquen de la Iglesia. Nadie se levanta. Entonces 4 ricos, que apenas conocían al chico, se levantan y lo sacan. No lo hacen por él. Simplemente un funeral es un espectáculo que se tiene que llevar a cabo. De hecho, esa escena está prologada con una tienda de ropa en la que eligen qué se pondrán. Todo debe ser impecable.

La cara del protagonista siempre con una cara de comodidad. Cierta superioridad. Pero no se pavonea. Solamente, Roma es suya. Es algo bello de lo que él va a disfrutar. Donde juega un papel importante la luz. Todo lo que es bello tiene luz propia. Cuando ve a su primera novia, ella brilla. Están en mitad de la noche, cuando ve su cuerpo, se le ilumina la cara. Todo brilla. La iglesia es oscura, apagada. El cardenal, a quien le confía la salvación de su alma, es oscuro. No está ahí tampoco su belleza.

Me resulta muy emocionante esta visión de la vida humana con la que cierra la película. Se asume de forma radical la miseria humana. Desesperanzada en cierto sentido, pero a la vez luminosa. Este hombre que busca esa gran belleza, que ha disfrutado todo lo que ha podido, al final la clase de cosas que se le quedan grabadas son cosas como su primera vez. Podemos ver cómo imagina ese verano una y otra vez siempre que se acuesta en su cama. Cómo mira el techo y vuelve a ver el mar de su juventud. Se podrá criticar esta deificación de la figura femenina, pero creo que en esta película está hecho de forma infinitamente más sutil que en “Parthenope”.

Los simbolismos no son demasiado sutiles. El primer momento, cuando abre su corazón y cuenta a sus amigos la vida mundana que llevan está seguido de una piscina con corriente donde un rico nada hacia delante sin moverse. Más adelante dice que los trenes de sus fiestas (refiriéndose a sus congas) son los mejores trenes de Roma porque no van a ningún sitio.

Por cierto, sale el Costa Concordia.


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