viernes, 9 de abril de 2021

EL GABINETE DEL DOCTOR CALIGARI

Dir.: Robert Wiene
1920
77 min.

La película es perfecta. Toma el cine y lo explota hasta el límite de sus posibilidades. Todos los recursos que utiliza están usados con maestría. La historia funciona. La trama es sólida. Los personajes son los justos. Hay saltos de tiempo. Hay cambios de narradores. No puedo sino aplaudir los cambios del color de la fotografía para indicar los cambios de luz. Cuando se está inspeccionando el despacho del doctor pasan de tantear a oscuras a encender una luz. De un fotograma a otro pasamos de unos colores azules a colores amarillos. El recurso es perfecto.

El decorado es una determinación férrea. Dialoga con los personajes, con las acciones. La cámara acepta con naturalidad la ruptura de cualquier línea coherente. Los maquillajes exagerados de los protagonistas están en perfecta sintonía con su fondo. Son una maravilla los barrotes de las ventanas. Sin ningún sentido ninguno. Es una maravilla el propio pueblo: esa montaña con casas apretadísimas, con tejados que se alzan como llamas. Las sombras: muy al principio un hombre enciende una farola. El suelo tiene pintada una especie de estrella que representa los destellos de la farola. Un recurso muy hábil. Más aún cuando vemos que esa estrella estaba ahí antes de que se encendiera la luz.

Los decorados se repiten con absoluta desvergüenza. Me maravillan las telas que giran a a un ritmo vertiginoso para hacer las veces de tiovivo. La escena de la feria reúne a una cantidad de personajes curiosos. Los sombreros en la película adoptan geometrías como los tejados de las casas. Chisteras como las de Caligari y sombreros de pico como los de Chico Marx. En la feria aparece un enano con un sombrero dando una limosna al tipo que toca el organillo con su mono. 

Cuando se produce el rapto de la chica hay dos hombres que se despiertan en la habitación contigua. De esta habitación sólo vemos unas paredes negrísimas y unas camas blanquísimas. Llenando el plano, en un ángulo imposible. Juntas en el cabecero y separadas en el piecero.

El decorado juega con los efectos especiales. Cuando Cesare entra a casa de la chica a raptarla rompe una ventana. ¿Cómo consiguen eso? A corte de cámara. No hay ni que cambiar de plano, la imagen salta y los barrotes oblicuos están en manos del monstruo. Es una maravilla cómo se despierta el monstruo. La película se toma su tiempo. Un plano de cerca, cerquísima con esos ojos pintados que se abren poco a poco. Ojos negrísimos para una piel clarísima. Hay que tener en cuenta que toda esta tensión la película la sostiene ella sola. No puede confiar en la música que vaya a venir. Ella se sabe lo suficientemente potente como para poder sostener esta imagen.

Todo Cesare es una maravilla. Por supuesto sus apariciones como sonámbulo, despertándose de su ataúd. Pero no sólo. Es una maravilla cómo se arrastra con pasos felinos. Rozando con su mano larguísima el muro de la casa de la chica. Se deja siluetear por el escenario. El sumun de todo esto es la famosísima imagen de él subiendo por unos tejados imposibles. Tejados que suben y bajan, chimeneas evidentemente bidimensionales. Es una escena genuinamente frenética que culmina con maestría. Emociona asistir a algo con tanta fuerza. Tan irreal y tan poderoso.

No puedo dejar de hablar de ningún protagonista. La chica tiene una mirada casi siempre perdida, pero un rostro muy potente. Ella protagoniza un plano donde la cámara se mueve. Hace un ascenso siguiéndola a ella. Estamos hablando de los años 20. Algo único. Es otra maravilla la parranda que se pegan los tres jóvenes antes del primer asesinato. La complicidad de los dos chicos, cómo le gusta saberse querida a ella. Su último momento estelar es cuando está en el patio el manicomio. Se cree una reina y tiene unos labios pintados finísimos.

El primer asesinado tiene una actuación magnífica cuando se enfrenta a Cesare vaticinando su muerte. A pesar de que las separan muy pocos minutos, vuelve a ser icónica su cara de terror cuan Cesare llega a matarle a su casa. La cara de angustia de su compañero de nuevo es brutal. Cuando descubren el cuerpo muerto él y la casera del finado es una maravilla de plano. La ventana de su habitación está rota. Pero de nuevo la cámara lo obvia por completo. El decorado es tan potente que no necesita que nada ni nadie lo señale. En este momento de angustia, que el amigo es el centro absoluto del plano, la casera de él está en una esquina. Oscurísima, llorando.

En cuanto a Caligari sus sombras en la cara son una maravilla. Es otra maravilla la mutación que hace su personaje el relato del narrador a su forma final, mejor peinado, sin marcas oscurísimas en la cara. Muy buena también la forma en la que su figura es oronda. Cuando le vemos trabajando en el manicomio descubrimos que es más estilizado de lo que lleva aparentando toda la película. Tiene el honor de compartir plano con una de las imágenes más radicalmente expresionistas de la película. Hablo de la conversación con el funcionario, quien debe autorizarle el puesto en la feria. Cuando esta escena acaba, Caligari se dirige hacia un pasillo que se nos quiere hacer creer interminable pero que apenas serán dos metros antes de encontrarse con el telón de fondo. Con este taburete altísimo del funcionario riman las mesas de los policías. Unos policías que rotan y que nos dan un desfile de distintos bigotes. Esos policías trabajan en sillas altas siempre con la espalda en posiciones antiergonómicas.


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