viernes, 29 de abril de 2022

UN CONDENADO A MUERTE SE HA ESCAPADO

Dir.: Robert Bresson
1956
99 min.

No sé cómo nadie se ha atrevido a hacer otra película de evasiones carcelarias después de esto. ¡Qué maravilla! ¡Qué genio del suspense! ¡Qué forma de ganarse todo! ¡Qué paciencia! ¡Qué cuidadoso y qué listo!

Tiene todo de lo que carece el cine americano. Hay conflictos reales. El personaje protagonista hace todo cuanto está en su mano. Vemos que siempre avanza. No hay tropiezos por su estupidez o por ser ambicioso o demasiado precipitado. Desconfía de quien tiene que hacerlo. Le vemos tomar todas las precauciones que necesita. Sólo ejecuta sus planes después de haberlo estudiado todo. No tenemos una acción heroica e inexplicable como el agujero ridículo de “Cadena perpetua”.

Todas las escenas son soberbias. Consigue que todo lo que nos cuenta sea atrapante, a pesar de que en la mayor parte de la película realmente no está ocurriendo nada frenético. Primero estudia cómo es la puerta de su celda, luego debe crear una herramienta para trabajar la madera. Debe esconder las astillas. Cuando se parte su herramienta necesita obtener otra más. Con una única brizna de una escoba debe recoger todo el estropicio que arma cada vez que trabaja. La implicación con esa puerta es total. Uno pensaría que este es el único obstáculo que debe salvar antes de salir de la cárcel. Pero no. Es sólo el primero. Es decir, todo el tiempo que ha dedicado la película a ese elemento después quedará olvidado porque tiene que salvar muchas más adversidades.

La mirada de la cámara siempre es tranquilísima. Debe ser él quien nos cuente sus pensamientos en una voz en off, muy propia del cine francés. Es por ejemplo una maravilla la primera vez que tiene acceso al patio donde ve a tres hombres que tienen el privilegio de pasear sin vigilancia. Esos tres hombres que andan sincronizadamente son algo casi kafkiano. Es una delicia.

Otra maravilla es el asunto del lápiz. Cuando los nazis deciden hacer una cruzada en contra de que los presos escriban cartas él tiene muchísimo que esconder en su habitación. Tiene cuerdas, un somier desmontado, unos ganchos… Cualquiera habría entregado el lápiz para poder tener la máxima confianza de los carceleros. En su lugar él se guarda el suyo. Si estuviéramos en cine americano, esto habría sido su ruina. Pero aquí hace un agujero en la pared para poder esconder el lápiz. Todo, todo está hecho con gran inteligencia.

La alegría de ambos cuando por fin consiguen escapar la compartes absolutamente. Has vivido todas las adversidades con ellos. Se había construido una atmósfera de tensión desde unas perspectivas desde las que nunca antes habíamos observado la cárcel. Sonidos que vamos descubriendo. Desde la grava en el tejado, la bicicleta de un soldado, los trenes a lo lejos: su motor y sus aullidos. Has compartido sus 4 horas pensando cómo esquivar a cada soldado alemán. Has vivido tan de primera mano todo el proceso que te emocionas enormemente. Para potenciar el efecto, el chico que acompaña al protagonista en esta hazaña dice: Mi madre estaría orgullosa. Los pelos como escarpias mientras truena Mozart.

Las actuaciones son otra maravilla. Hay poco espacio para interpretar ya que todo se debe limitar a las filas para ir al aseo o al propio pilón donde se frotan constantemente con toallas. Aquí hay un cura interpretado por un tal Roland Monod. Gesto serio, muy esperanzado. Rostro delgadísimo. Se come la pantalla. Es su máximo apoyo ahí dentro.


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