sábado, 18 de julio de 2020

LOS AÑOS OSCUROS

Dir.: Arantxa Lazcano
1992
92 min.

La película es mala en su ejecución y un cliché en el cine español en cuanto al argumento. Pero quizás por lo primero es absolutamente intrigante. La posguerra se trata siempre con una pesadez que encorseta el tono de las películas en general. Aquí se rompen tradiciones en la dirección de actores o en el montaje. Esto dota a la película de una artificiosidad flagrante y un ritmo único.

Es claro que la intención de la película es una reivindicación de la tierra vasca y en particular de contar la historia que hemos visto una y mil veces en Castilla. El vasco se escucha fundamentalmente en la casa de la protagonista, no tanto en las calles. Para mostrar este choque cultural aparece una niña que viene de Badajoz con un acento extremeño despampanante y que aparece tal y como se va. Sin embargo no se oculta el nacionalismo rancio heredero de Sabino Arana con su discurso de raza y de imposición de la lengua que tiene el padre de familia. Todo su aspecto parece sacado de nuestra derecha nacionalista española actual. Ese irracionalismo con el que exige a su hija que hable en vasco y ese silencio sepulcral cuando ella le pide explicaciones.

Es curioso ver el contraste entre un pueblo en general deprimido y la iglesia llena de alegría cínica. El cura del pueblo retratado redondo, como una figura moral. Chapela, gran papada e interminables botones en la sotana. Las monjas con impecables velos a diferencia de las ropas que las rodean. En particular cuando la protagonista se toca las bragas por pura curiosidad y nula libido la Iglesia enciende su obsesiva y absurda maquinaria de represión contra amenazas enteléquicas.

A los niños se los trata de retratar con la inocencia y curiosidad típica de las historias de estos años. Pero los actores son enormemente poco naturales y todo lo que pasa parece una ocurrencia. Imagino que la directora recuerda con cierta añoranza cómo saltaban todas sus amigas en la playa. A la hora de llevar esto a la pantalla ocurre como si estuvieran hipnotizadas por el malecón y una fuerza sobrenatural las llevara a saltar desde ahí. Hay varios planos de niñas corriendo y cuando llegan a la playa las vemos hacer a plomo. Dejando cráteres en la arena y volviendo a subir para repetir la aventura.

Hay otra escena en la que juegan a alguna suerte de juego místico esotérico con velas en la torre de la iglesia del pueblo. Esto es una maravilla. Todo lo que ocurre tiene pausas entre frase y frase. Hay una tensión absolutamente absurda y no intencionada que no nos dejan despegar los ojos de la pantalla. Como es natural una escena de este tipo debe culminar con un mayor llegando al juego y asustando a los niños. Incluso la aparición parece realmente fantasmal. Es todo casi lynchiano.

Un personaje cuya función es sentarse en un banco y cantar en vasco muere. El plano de las niñas mirando el féretro es increíble. Se cuestionan por qué está vestido de fraile y concluyen que así llega antes al cielo. La niña extremeña cuenta la miseria de su pueblo que debe hacer colecta de dinero para pagar la caja de cada muerto. En algún caso quedándose algún cuerpo sin ataúd y teniendo que resignarse a ser enterrado en una sábana. Hay un pregonero que antes de hablar anuncia su llegada con un redoble con muy poca habilidad y da su anuncio en una calle demasiado vacía como para pretender que se entere todo el pueblo.

Como es natural en este tipo de películas se quiere representar los deseos de libertad de los personajes. Nuestras niñas protagonistas corren por campos vascos justificando el patrocinio regional dando unas vueltas por esos montes loquísimos y con una resistencia física increíble. Ejemplos como este muestran que esta película es casi una sublimación del cine de posguerra. También la niña tiene un deseo de ser bailarina que debe saciar viendo cómo niñas con familias más liberales reciben clases.

Por una alergia o sabe Dios qué complicación respiratoria debe irse del pueblo. Cuando vuelve se nos presenta típica escena nostálgica en la que ella espera reencontrase con sus amigas pero se encuentra a personas que han crecido y, en definitiva, cambiado. Es clarísimo cómo la película busca este efecto y no le interesa nada contar el tiempo que ha estado ausente, tal y como parte en un Citroën para el internado, baja del tren Talgo modernista. Lo primero que ve es un tipo gritando Gora Euskadi askatutá y los ridículos tricornios echando a correr. La niña está impactada y no menos divertidos estamos nosotros viendo lo oportuno del momento de su llegada.

Hay un baile de pueblo. Dos adolescentes deben actuar nerviosísimas al lado de los chicos que les gustan. Como todo lo que ocurre aparece como un cliché más que cumplir. Y con la misma espectacularidad que el cine americano de los años 40, se pone a llover mientras todo el pueblo huye a ocultarse del agua y la banda desafinada sigue con una tonada para la única pareja que queda.


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