sábado, 8 de agosto de 2020

EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD

Dir.: Leni Riefenstahl
1935
110 min.

El título nos lleva la cabeza directamente a Nietzsche. Los discursos que escuchamos plantean la ideología nazi pero también su mitología. Hablemos primero de la exaltación del nacismo y después de sus aspectos más cinematográficos.

Hay una curiosa mezcla entre Nietzsche, el imperio romano y la Iglesia. Digo curiosa porque no casan muy bien entre sí. El soldado muerto sigue vivo en Alemania. Esta frase parece una variación sobre el tema de la Legión española: “La muerte no es el final”. En España, por nuestro ínclito catolicismo, no podemos buscar una trascendencia que no sea la divina. En Alemania hacen responsable a la entelequia de la nación de la inmortalidad de la entelequia del alma. Todo cuanto hagas pasará, pero Alemania sobrevivirá. Esto es cristianismo absoluto. Me pregunto cómo ha podido haber alguna vez un cristiano nazi. El propio Hitler en algún discurso menciona a Dios; es cierto que nunca le da gran peso en sus discursos.

El culto a Hitler es absoluto. Evidentemente por parte de sus “fieles” pero también por parte de los otros miembros del partido. Resulta asombroso esa muestra de unidad. Evidentemente no esperaba encontrar ninguna crítica al dictador, pero todos cuantos hablan se deshacen en halagos. Nuestro mayor líder es nuestro mayor juez. El deísmo es impresionante. Cabe señalar que, si bien Hitler la mayor parte del tiempo habla de fidelidad a Alemania y al Nacional Socialismo tampoco le cuesta nada halar de fidelidad a él mismo. No esconde en absoluto su personalismo. Se dice explícitamente Un Reich, un líder.

Son muchas las escenas en las que Hitler pasa revista o saluda personalmente a los militares que están al frente. Hay un momento en particular que pareciera un rito religioso. Como quien va a comulgar Hitler toca los estandartes con la esvástica procedentes de distintas partes de Alemania. Lo que hace es tomar la bandera Nazi y rozar con ella cada estandarte.

El su último discurso Hitler habla de cuánto ha costado al partido llegar hasta ese punto. Hay que decir que esta clase de reflexiones les encantan a políticos de todos los tonos. Cuenta los primeros tiempos del Nacional Socialismo Cuando sólo éramos 7 personas. Cuenta con fervor que sus dos únicos objetivos desde la creación fueron la fidelidad a Alemania y ser el poder único de Alemania. Quitar el poder a la mayoría y dárselo a la minoría. Puedo ver a Ortega y Gasset tomando buena nota de estas ideas.

En la línea de Rousseau o Marx reivindica que el Estado no ordena a los hombres sino los hombres al Estado. Por otro lado, para conseguir la unidad nacional promete una Alemania sin clases sociales. Si bien el discurso comunista va en la línea de liberarse del trabajo, Hitler le da una dignidad que estamos hartos de escuchar en la política de hoy en día. De hecho hay un escudo de un casco Nazi y dos espigas reivindicando el trabajo en el campo. Los hombres de esta sección llevan palas en lugar de armas.

La violencia no se reivindica mucho. Aunque sí la fuerza. Lo segundo es una forma encubierta de conseguir lo primero. Así se pide a la gente que sean Amantes de la paz y fuertes. Perpetuando así la tradición de considerar violentos a quienes luchan contra un régimen injusto y además teniéndoles listos para combatir las adversidades.

Hablemos ahora de los numerosísimos elementos que aparecen para agrandar la imagen del partido. Los escenarios son todos impresionantes. Los desfiles son abrumadores. No tanto los desfiles militares, a los cuales estamos acostumbrados, sino los desfiles de militantes. Esa tierra llenísima de alemanes al sol. Banderas moviéndose en caminos trazados. Es impresionante en todos los sentidos. Estas tres banderas verticales. Además los planos se toman desde todas las partes imaginables. Arriba, abajo, entre las filas… Los jóvenes alemanes siempre aparecen felices, jugando a carreras, peinándose con la raya bien definida. Hay un muchacho que escribe una carta apoyado en el parche de un tambor. Los soldados llevan una esvástica en el casco a la altura de la sien. Ese plano es muy simbólico de lo único que ocupa su pensamiento.

Los discursos de Hitler se oyen a un volumen altísimo, ello a pesar de habla a gran distancia de los micrófonos. El efecto del primitivo sonido es maravilloso. El saludo nazi que hace a los soldados que pasan ante él es muy llamativo. El brazo se estira con mucha energía, pero se recoge con sorprendente dejadez. También sorprende el amaneramiento de Hitler cuando Rudolf Hess está adulándolo y él le contesta con un ligerísimo saludo y una cara con ligera sonrisa pudorosa.

Los desfiles resultan muy repetitivos. De hecho la cámara se aburre de los soldados y se recrea en Nuremberg. No es para menos. Los tejados afiladísimos parece que imitaran el cine alemán. Los arcos de la ciudad, las iglesias pinchudas, los canales. Probablemente con color habría sido una imagen bastante más hortera. En los desfiles vemos de vez en cuando soldados haciendo el famoso paso de oca, pero muchos menos de los que nos esperaríamos. Hay un tipo que toca los timbales a caballo. Hay tanquetas de mercedes; elegancia y beligerancia. Hay un mar de banderas, descrito con ese nombre de manera explícita.

La cámara tiene una calidad muy impresionante para la época. La nuca de Hitler y su mano saludando se ven con sorprendente estabilidad para estar en un coche. Cuando se enfoca a la masa muchas veces se aberra lo que no está en foco. Intencionadamente o no, la militancia nazi se vuelve informe. Hay decisiones de montaje como los fuegos artificiales, la recurrencia de la cara de Hitler una y otra vez, una transición usando una bandera de transición…


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