viernes, 6 de noviembre de 2020

SOLARIS

Dir.: Andrei Tarkovsky
1972
165 min.

A veces parece que quienes se dedican a la ciencia ficción deban pagar una pena dando un mensaje trascendente a su historia. Parece que compiten por quién cuenta una historia cuyo significado se aleje lo máximo posible de los hechos materiales que narra. No diré que las reflexiones aquí expuestas sean vacuas pero desde luego hay muchas de ellas que necesitan una exposición mucho más profunda y sobre todo detallada.

Solaris es un planeta con consciencia. Replica lo que aprende de las mentes de los humanos que se le acercan. Así mismo parece verse alimentado cuando los humanos creen lo que Solaris genera. Sin embargo nunca se explica muy bien este mecanismo. Desde muy al principio se nos explica que todos los espejismos de Solaris están hechos de neutrinos. Esto nos permite descartar que los humanos que genera sean realmente humanos. No se le da mucha importancia pero propone el conocido debate acerca de cuánto debe parecerse un ser a un humano para que se le considere humano.

Aquí se propone un punto de vista no muy recurrente. Las copias de Solaris no son perfectas. En particular son bastante vacías. No tienen recuerdo de una vida pasada y tienen graves carencias emocionales. Por no ser seres vivos cuando mueren, resucitan. Al volver a la vida tienen las heridas de aquello con lo que murieron. Por tanto sus primeros minutos de vida son traumáticos. Esto nos lleva a pensar lo duro que es tener características humanas sin la fortaleza de ser un humano. Por ejemplo vemos la tortura que le supone no ser capaz de dormir.

A nuestro protagonista se le aparece una exmujer suya que murió. Un detalle precioso es que lleva un vestido con un cordón para cerrarlo. Sin embargo no tiene la espalda abierta. La copia que ha hecho Solaris es imperfecta: está basado en las apariencias. Lo único de lo que dispone Solaris para hacer la copia es la imagen que tiene el protagonista.

Sorprende mucho el cambio de la fotografía constante. Las escalas de grises cambian mucho de tonalidad y de contraste. Uno podría pensar que tratan de clasificar distintos estados de conciencia del protagonista. Sin embargo son tantos y muchas veces hechos en momentos tan inesperados que es muy difícil confirmar esto. Está la tentación de considerar lo que está en color el sueño y en blanco y negro la realidad como ocurriera en “El mago de Oz” pero no parece muy viable.

Para crear este ambiente onírico observamos que en todos los paisajes de la Tierra reina la niebla o el humo. Ya en la estación espacial aparece un enano como hace Jodorowsky. Es extraño que se haya llegado a esta convención de que los enanos representan lo onírico. Hay un elemento muy abstracto de peligro que se representa con zumbidos, algo muy propio de Lynch. Además este aspecto rima con la coral desafinada que emana del monolito de “2001: una odisea en el espacio”.

Se ve también algún paralelismo con “El espejo” de Tarkovski. En particular me refiero al momento de ingravidez que nos recuerda a la mujer durmiendo varios metros por encima de su cama. También al aspecto contemplativo de la última escena con ese trasunto de planeta Tierra. Ese plano con su padre en su casa mientras le caen cascadas dentro de su cocina es muy poderoso. Solaris ha intentado reproducir lo mejor que ha podido la lluvia que él recuerda del último día en la Tierra. Lo que consigue es un mundo helado por influencia del cuadro de nieve que cuelga del salón de su casa. Sin alma, vacío. Aun así el protagonista llega a él casi como un hijo pródigo.

La estación espacial tiene un fuerte componente estético. Tiene la decadencia de las planchas de metal rotas o abolladas. Muchas cosas tiradas por el suelo. Ese par de neveras torcidas en un pasillo circular. Y ese rojo de las predes interrumpido por los colores metálicos de los ordenadores. Es un escenario menos impresionante pero más rico que el de “2001”.

Se menciona mucho a Tolstoi y se lee un par de frases de “Don Quijote de la Mancha”. A Cervantes sin embargo no se le cita. Se habla del sueño y su semejanza con la muerte. Vivir una fantasía es estar muerto. La expresión cadavérica del protagonista al entregarse por completo a la visión generada por Solaris así lo confirma. Casi recuerda al Jack Nicholson de “El resplandor”.

Uno sólo ama lo que puede perder. Por eso nunca podemos amar a la humanidad. Con los viajes espaciales este punto adquiere una nueva dimensión. Si la humanidad se enfrenta a otra cosa, en este caso a los humanos de neutrinos, aparece un amor no ya a lo que parece humano sino a lo que lo sea genuinamente. Este punto sin embargo queda sin mucha explicación. Como esta reflexión, muchas otras a lo largo de las casi tres horas de película. Esto en muchas ocasiones nos aleja mucho de lo que se está hablando ya que se pone una barrera intelectual insalvable.


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