viernes, 7 de enero de 2022

EL MILAGRO DE P. TINTO

Dir.: Javier Fesser
1998
104 min.

Creo que lo que peor ha envejecido de la película es la manía a la educación católica española impartida por curas. La juventud y jovialidad que desprende la película no casa mucho con la edad actual de la generación que ha sido educada por esa escolástica trinitaria. La parodia que se hace de los curas sólo es efectiva si se ha fraguado un odio hacia la Iglesia después de años en una de sus instituciones.

Otro personaje, quizás el peor, que no funciona mucho es el obrero. Es gracioso que un miembro de la familia sea un hombre que se dedica a excavar. Pero se explota hasta que deja de serlo. Es un gag que nos vemos venir desde el primer momento que le escuchamos decir que quizás sea necesario sanear. En general a este hombre se le alargan todos los gags demasiado. El de la ufología, el chovinismo (que por otro lado no ha existido nunca expresado de esta manera), su brutalidad… Además este personaje es el culpable de que se traiga a colación la nunca agradable de recordar “E.T. el extraterrestre” en una larguísima parodia.

La gran virtud de la película es dejar los cabos atados. Todas las líneas que se abren, que son muchas, tienen un final. Por poner un ejemplo: el cartero interpretado por Eduardo Gómez. Es un tipo que siempre que aparece es para protagonizar un gag. Es particularmente señalable la mujer ciega practicando tiro con arco y tomando como referencia un timbre encima de la diana. Pero incluso cuando la película está resolviendo su propia trama, vuelve a aparecer con su último gag.

A Luis Ciges se le mete en un papel que casi nos convence de que es un actor ortodoxo. Es cierto que tiene sus titubeos, su mirada perdida, ilusionada y maravillosa. Quizás sea por el propio ritmo de la película, pero él parece más vivo que nunca. En particular más vivo que en “Amanece, que no es poco”, película en la que él era más joven. Está muy gracioso y tierno siempre. Creo que su momento estelar es cuando espera a Poncho vestido de guardagujas. A este personaje le viene de fábula la pareja que le da la película. En todas sus edades. El envejecimiento de ambos está muy bien hecho y en particular funciona muy bien el de Luis Ciges cuyo rostro joven conocemos.

La trama de la mujer amante de las ranas está llena de ternura. Ese tarro con dos ranas haciendo de centro de mesa de todas sus comidas. Cuando Poncho se come una de ellas el cabreo que coge con todo el mundo en la casa nos deja frases brutales: para ti es fácil decirlo, no se ha comido la mitad de tus libros. El desencadenante de que ella se entere de que le falta una rana es que uno de los dos marcianos se hace cura y su nuevo sistema moral le obliga a hacer tan amarga revelación. De nuevo una muestra de lo fuertemente entretejidas que están las tramas.

A pesar de lo explosivos que son los tres hijos, sus actuaciones están muy bien. Incluso el marciano-no-cura, que es el personaje más macarra, en ocasiones tiene un guión demasiado pasado de vueltas, pero su actuación es muy buena. Quizás tiene un personaje que cabría más en la ultraviolenta película que vendría después “La gran aventura de Mortadelo y Filemón”. La historia dramática de Poncho está tratada con mucha ironía. Porque lo cierto es que es una historia totalmente desdichada. Como su objetivo es volver al pasado, como no hay nada real que se pueda hacer para solventar su situación, queda como una cruzada imposible, absurda y por ello cómica. Pero la escena en la que grita al cielo clamando po’qué, tratada de otra forma, podría resultar dramática.

Toda la batería de chistes que genera el sistema de adopción de niños africanos funciona perfectamente. Son brutos, son inesperados, son gratuitos… Son tremendamente efectivos todos y la película se da muy poca importancia por ello. Los deja pasar como si nada. Esta trama de chistes raciales termina cuando P. Tinto explica a su hijo mientras ven el atardecer: Hijo, hay algo que debes saber: eres negro. Pero no debes preocuparte. Muchos de los grandes hombres son negros, como los zares rusos.


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