viernes, 27 de mayo de 2022

ARREBATO

Dir.: Iván Zulueta
1979
110 min.

Es tremendamente obsesiva. Se ponen frente a frente las adicciones a la droga de la época con la adicción a filmar de un extraño personaje. Es un chico delgado como uno esperaría de un heroinómano. Viste con un abrigo marrón, pesado y largo. El pelo largo como el cantante de The Cure. En sus primeras apariciones está siempre estático. En un rincón de la sala, subido como un cuervo a una mesa…

La primera imagen que tenemos de él es muy potente. José está sumergido en su bañera, totalmente vestido. De fondo se oye un caset que ha recibido por correo. Cuando oye la voz y la reconoce se le aparece la visión de este chico. Es un flashazo brevísimo. El plano es breve, pero más breve es el tiempo que Pedro aparece en pantalla.

Es alguien obsesionado con el cine y que busca el sentimiento de arrebato. Quedarse conmovido tremendamente por algo estético. Cuando él lo consigue llora, grita y se retuerce. Como una especie de mal viaje lisérgico. Los paralelismos entre cine y droga son varios. Vemos sobre todo a los personajes masculinos mirar la imagen proyectada con enormes ojeras. Expresiones faciales agónicas. La luz es otro elemento que tienen en común. Tanto para encender el proyector como para consumir drogas se necesita que la habitación esté a oscuras. El dinero que cuestan amabas actividades. Son impresionantes las escenas en las que ambos se acercan a la tienda de fotografía a comparar los rollos de película y después a obtener su botín revelado.

Pone a prueba a las personas. Cuando Ana, la novia de José, vuelve de meterse un tiro la hace sentarse en una incomodísima y pequeña silla de madera para admirar una muñeca de Betty Boop. Una muñeca bien fea. Ella lo contempla horas. Lo que este chico consigue mediante la contemplación de imágenes es lo que los adictos a la droga consiguen en su cuelgue. Se habla mucho de la pausa. Que es allí donde se encuentra la esencia del cine, donde está su poder. Estas ideas nos recuerdan al chico que vive en la casa de al lado en “American Beauty”. Pero aquel está mucho más contenido.

Quizás el momento más icónico de la película es el plano en el que recibe el tomavistas. José le regala este aparato. La felicidad de Pedro es absoluta: ya no tiene que estar preocupado de su pulso para tomar las fotos que hagan el efecto de movimiento, ahora ocurre automáticamente. Planta el trípode en su campo de Segovia, apuntando al cielo. Él, con su cara de quien está ido, es feliz. Gira dando saltos alrededor de la cámara. Con el abrigo bailando. Parece una escena de cine italiano. Es una maravilla de imagen. Es quizás el único momento en el que un personaje muestra tal felicidad. Hasta entonces le habíamos visto a él obsesionado por conseguir sus imágenes, le habíamos visto agónico con su arrebato, José tampoco había disfrutado ningún momento particularmente. Es una isla en la película.

Sonoramente también es muy interesante. Con mucha frecuencia oímos un sonido sintetizado, muy punzante. Empieza grave y sube hasta resultar molesto. El sonido traqueteante de las cámaras también está presente. Oímos cuerdas reproducidas hacia atrás. Pero una de las cosas más alucinantes que oímos es una de las chicas que va a visitar a Pedro cuando está ansioso por no recibir su dosis de arrebato. Como ocurre frecuentemente en estas películas, ella está doblada. Antes de verla por primera vez oímos su voz a través de una puerta. Lo que oímos es, claramente, la voz de un hombre fingiendo ser mujer. Dado el año de la película no nos extrañaría que un personaje fuera transexual. En su lugar vemos que tras la puerta hay una mujer de la que nos esperaríamos una voz femenina. Investigando, ya que no está acreditado, descubrimos que esta voz es de Pedro Almodóvar.

Todas las interpretaciones están espléndidas. La naturalidad es asombrosa. Hablan de manera muy llana. Algo que contrasta enormemente con las pretensiones de la película. La hermana de Pedro, interpretada por Marta Fernández Muro, es dicharachera. Habla como si las palabras le salieran totalmente solas. Su actuación cuando conocemos a Pedro es una maravilla para conformar la escena. Madre e hija hablan naturalmente a su invitado mientras Pedro hace toda clase de marcianadas. Desde grabar el cielo gritando a tomar un plato de azúcar manchada de café.

Las últimas escenas, en las que descubrimos el final de Pedro son totalmente increíbles. Hemos visto la valentía de la película. Pero cuando la cámara finalmente toma vida propia y acaba con quien quiere simplemente nos rendimos ante ella. Consigue que la cámara sea antagonista al nivel de HAL en “2001: una odisea del espacio”. Por su lente delantera vemos cómo parpadea el obturador. Por detrás vemos cómo parpadea el piloto rojo. El propio argumento de la trama ha conseguido que ella sea un elemento peligroso. Pero cuando por fin ¡se mueve! Es maravilloso.

También me fascina la idea de dónde tiene que ir a buscar Pedro su arrebato. Descubre que después de grabarse cada noche, hay algunos fotogramas donde él se levanta y los siguientes fotogramas están sólo en rojo. Muy probablemente haya puesto la mano delante del objetivo o algo por el estilo. Es algo que a nosotros nos produce bastante poca intriga. Sin embargo él está convencido de que en esos momentos tiene la visión de algo que, noche tras noche, le fascina. Y ya no es el arrebato lo que disfruta: es el testimonio de haber tenido un arrebato. Un arrebato que no ha podido tener por nada que haya visto ya que duerme con un antifaz puesto.

Esta forma de observar la cinta de manera obsesiva recuerda en cierta manera a “La conversación”. Nos dejará una imagen que se contrapone con el cuerpo machado de José, la ventana con restos de celo que ha usado durante el montaje. Vemos mucho celuloide a lo largo de la película. Arrancamos con una sala de montaje donde están trabajando José y Antonio Gasset. Por mencionar otra gran aparición en la película: Luis Ciges en un breve papel de portero. Un personaje muy anodino pero que no impide que él actúe como sabe.

Cuando Pedro desaparece dentro de la cámara José va a esa casa. La muerte de José quizás es lo más inexplicable de la película. Muere por un tiro. Pero por un tiro sonoro. Cada vez se oyen más martilleantes las capturas de la cámara, hasta que se venda los ojos, se oyen tiros y él cae. Con respecto a la adicción de José trata a su novia con misoginia al culparla de que ella no supera su adicción y, al tener siempre encima droga, él tampoco puede dejarla.


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