viernes, 3 de junio de 2022

¡DOLORES, GUAPA!

Dir.: Jesús Pascual
2021
108 min.

En general creo que está lastrado por un cierto localismo. Las ideas que plantea siempre quedan supeditadas a la reivindicación de la Semana Santa como algo de la identidad sevillana. La propuesta realmente agresiva de que la imaginería de Semana Santa es muy gay se hace de puntillas para que el colectivo no se apropie de lo que el documental considera que es del pueblo sevillano.

Y la lástima es que esta es la idea realmente original del documental. Parece que antes de plantearla tiene que hacer una apología del ritual de las procesiones en particular y de la religión católica en general. Así dedica un trozo largo a explicar por qué gente no ya del colectivo gay, sino progresista en general, puede participar de la vida religiosa y de la Semana Santa. Una reivindicación parecida y menos panfletaria la hizo Saura con el flamenco. Aunque en absoluto desarrollada, me gusta la idea del anticapitalismo que supone la institución eclesial.

Creo que la película flojea mucho al poner a gente a decir su experiencia personalísima de la religión. El problema de la relación entre la Iglesia, la homosexualidad y la imaginería es demasiado profundo, antiguo y complejo como para que se pueda decir algo interesante a partir de unas opiniones. Así vemos un desfile de textos eclesiales que parecen prohibir la Semana Santa sevillana. Pero nunca se explica por qué a pesar de ellos, tiene el beneplácito de la Iglesia. Supongo que la intención es sugerir una secularización de la fiesta.

En este sentido se deja uno de los testimonios más icónicos de la película. Me refiero al chico que habla con su pareja fumando en la ventana. Al decir que hay dos religiones: la sevillana y la vaticana hace un gesto de manos para describir el recato del catolicismo de una potencia estética muy fuerte. Llama este momento la atención por la artificiosidad en general de esta persona. Y es que creo que este es uno de los problemas de la película. Hay algunas escenas, no muchas, que pretenden convencernos de que la cámara es un testigo invisible. Pero la realidad es que las personas que vemos son muy conscientes de que ahí hay una cámara, hablan para la cámara, para seducirla a ella y al espectador.

Sí me gusta cómo se describe la fascinación por las vírgenes. Esa descripción de sensación mística sólo durante el momento en el que pasa la imagen. Cómo le abruma la belleza cuando ve la imagen brillar al fondo de la calle… Estos relatos sí me interesan. También me gusta cómo se describe con fascinación el juego infantil que eran las procesiones representadas en el suelo de casa con una caja de fresas. Esta serie de testimonios creo que son interesantes en sí mismos, pero sólo en sí mismos. Porque al juntarlos todos se produce esa apología de la Semana Santa de la que hablaba antes.

Lo que es casi de vergüenza ajena es lo forzado que suena en algunos testimonios al mencionar el colectivo. Cada vez que lo oigo recuerdo la escasísima presencia femenina. Y es que aquí lo que se reivindica es una homosexualidad masculina muy concreta. Que es la que encarna el entrañable anciano de cuya muerte nos enteramos al inicio de los títulos de crédito finales. Una homosexualidad que no consiste tanto en la atracción sexual, sino en una feminidad propia de, como se solían llamar, maricones.

Me parece de agradecer que la reivindicación se haga bien lejos desde el individualismo atroz identitario al que nos tiene acostumbrados el colectivo. Ello hay que agradecérselo al carácter social de la religión católica. Dado que se trata de reivindicarse en una sociedad católica, debe hacerse apelando a una comunidad. Así apenas se habla de los descubrimientos y torturas personales que tanto gustan en los relatos melodramáticos en las salidas de armario y se centra mucho más en cómo se reacciona a esta conducta fuera de lo común en según qué círculos, en qué circunstancias y en qué niveles de oficialidad.

La banda sonora de BronQuio de los créditos es una maravilla.


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