viernes, 22 de diciembre de 2023

TÍO BOONMEE RECUERDA SUS VIDAS PASADAS

Dir.: Apichatpong Weerasethakul
2010
113 min.

Es un tipo de cine al que le sienta muy mal salir de las salas de exhibición. Esa experiencia inmersiva, radical, que propone es imposible de conseguir en un sofá. Reconozco en esta película elementos que tenían gran efecto en una butaca cuando vi “Memoria (2021)”. Ese fondo de pájaros, casi de ruido blanco. Las conversaciones distendidas. Aunque la descripción pueda cuadrar con los diálogos de Albert Serra, aquí el texto tiene una densidad que él no permite. Los diálogos de Weerasethakul nos convencen de que algo interesante está por decir.

Supongo que hay cosas que saber acerca de la historia de Tailandia para entender las referencias, del mismo modo que en “Memoria” se hablaba de no recuerdo qué hecho traumático de Colombia. Aquí en cierto momento un hombre que está cerca de su muerte se plantea si la enfermedad que le aqueja es el pago que el karma le envía por haber matado comunistas. Quienes se le aparecen son su mujer y su hijo. No sé si hay un largo historial de desaparecidos y que la película fabula como ese icónico hombre simio de ojos rojos.

Es un tópico cinematográfico que es mejor insinuar que mostrar, pero lo cierto es que me parece un momento muy potente aquel en el que por primera vez nos convencemos de que vamos a ver a plena luz al hombre simio. Le hemos visto silueteado, en una sombra negrísima, con esos ojos sin forma de ojo, solo puntos rojos. Cuando camina hacia el porche vemos con incredulidad cómo avanza hacia la luz. Cómo se nos va a revelar el truco. No llego a entender los contraplanos que finalizan muchas de las escenas de varios individuos simio observando.

La escena que queda en el recuerdo, también, es aquella en la que una princesa conversa con un pez en un lago. Un pez que es el que diseña el reflejo con el que ella se ve preciosa y del que se enamora su esclavo porteador. Esta escena es larga y tiene muchos minutos en los que lo único que oímos son los ruidos del monte. Como digo, en casa esto genera dispersión de la atención. En el cine, seguro que habría sido más poderoso. El caso es que todo esto culmina con una relación sexual entre el pez y la mujer. ¿Lo consideramos pretencioso? Pues después de tantos minutos de vacío narrativo es de agradecer.

El final de la película, que parece que se hace menos poético porque el escenario se traslada a un entorno más urbano, tiene una última jugarreta en la que un personaje se desdobla. ¿Cómo se explica? Ni idea. Hay un detalle minúsculo en esta escena que me parece un destello de realidad abrumar. Un monje se ducha y se viste con ropa de calle. En el momento que se está vistiendo se sienta unos segundos a ver la tele en la que se muestran imágenes de procesiones militares por la selva. La manera en la que olvida lo que está haciendo y se queda absorto por la televisión es de un naturalismo tremendo.


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