- Dir.: Mamoru Oshii
- 1985
- 71 min.
Siempre resulta muy abstracta; con una cosmogonía que se resiste a ser explicada. Lo máximo que tenemos es un relato de un origen del mundo mítico en el que la paloma que suelta Noé en el arca no vuelve. Dios ha condenado a la humanidad sin posibilidad de esperanza. Todo lo que se nos muestra parecido a nuestro mundo aparece como una sombra de éste. Las aves que conocemos solo se ven en huevos, dormidos. No llegaremos a ver cómo la paloma avisa que ha terminado el diluvio. Las primeras veces que vemos a estos seres en posición fetal no podemos evitar pensar en el primer plano del bebé de “2001: Una odisea del espacio (1968)”.
Hay un ojo gigante, lleno de detalles como con frecuencia vemos en la animación japonesa. Cuando se nos muestra un plano de lejos vemos unos trazos circulares, como si fueran antenas o algún tipo de alambres de trazos muy limpios y livianos. Nada que ver con las figuras pétreas que componen esa esfera. Las rocas en general aparecen con frecuencia en este mundo. No creo que la película tenga un diseño particularmente surrealista. Pero se repite muchas veces un icono fácilmente reconocible como propio de este movimiento: grandes rocas flotando en un equilibrio imposible sobre menhires clavados en el suelo.
En consecuencia el argumento tiene un papel muy poco central en la película. Desde el principio ya percibimos que la animación tiene un gusto por las imágenes abstractas que forman las algas dentro del mar. Se recrea en el uso de la pintura para crear los cielos brumosos que avanzan implacables y lentos. Me gustan mucho los planos acuáticos iniciales, en los que se dedican varios minutos al flujo de agua prescindiendo por completo de los personajes. Vemos en general poco diálogo. Lo que no la convierte en absoluto en una película silenciosa. Silenciosa y hasta desafiante para el espectador es aquel plano en el que el compañero del ángel decide esperar a los pies de su cama a que se duerma. No nos da nada este plano. No hay sonido, no hay acción. Lo único que nos confirma que no se ha detenido la proyección es una hoguera cuya llama bailará hasta consumirse completamente. Sucumbo al sueño durante este plano. La diégesis obviamente lo es, pero tendremos siempre una banda sonora muy interesante.
La música atraviesa estilos bastante diferentes. Casi nunca melódica. El estilo que más adopta es del canto coral operísitico, nunca con letra. Una sonoridad casi europea, como europea resulta la ciudad en que se desarrolla. Muy abrumadora. También tiene otras sonoridades más abstractas, etéreas y otra tercer tipo de música, que sonará en los momentos en los que vemos la escalera de caracol con una larga fila de botellas que la niña ha ido recopilando. Es una música de cuerdas, atonal.
Los cabellos del ángel, trazados individualmente con líneas blancas son quizás el plano cuya animación más nos llama la atención. Se busca un pelo enmarañado, se consigue y se renuncia sin complejos a la fluidez del movimiento. Son muy poderosos los planos en los que aparece la larga fila de tanques y en los que se nos presenta al personaje masculino. Me gusta mucho ver ese rostro tan serio, con el arma al hombro, mientras tras de sí se mueve esa poderosísima y atronadora comitiva de motores.
La escena que me fascinó y que recuerdo de forma más vívida es la pesca de la sombra de un pez. Como han muerto todas las especies, no veremos animales. La ciudad se llena de hombres pétreos, grises, que salen a pescar. Como un ejército que se enfrenta a un enemigo abstracto, a una sombra que se desliza por las paredes, por el suelo empedrado. Me gusta cómo se mueve esta gente, que parecen caminar sobre las cornisas de las ventanas de forma imposible. Flotando. Cuando veamos esta ciudad europea inundarse estos seres se irán cubriendo de agua impertérritos, agarrados su caña de pescar mientras levitan. Es una escena absolutamente fascinante. Me encanta.
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