viernes, 4 de octubre de 2019

MIENTRAS DURE LA GUERRA

Dir.: Alejandro Amenábar
2019
103 min.

Por hablar del alzamiento militar del 36 y por tener muchos personajes conocidos había un gran riesgo de convertir aquello en un desfile de cameos. Esto no ha ocurrido ni por asomo. Si a alguien hay que llamar caricaturizado es al propio Unamuno. No llega la sangre al río ya que Karra Elejalde hace un papelón. Pero dado que el parecido físico es muy escaso, la actuación, en ocasiones, se centra en darle el carácter que el imaginario colectivo tiene de Unamuno a través de sus fotos. Para apoyar esto se utilizan unos planos primerísimos que de alguna manera constriñen al actor. Esto no ocurre solo con Unamuno. Hay muchos personajes a los que les ocurre esto. El propio Franco por ejemplo. Lo principal de estos planos es que no son frontales. La cámara casi siempre está picada o contrapicada, distanciándonos un poco del personaje. A esto se le une que los diálogos son muy escasos. Estos dos factores hacen que la película sea poco agradecida con las actuaciones.

En general lo más memorable de la película son las actuaciones. El brevísimo papel que hace Luis Zahera es brutal. La naturalidad de la que goza ese personaje la he visto muy pocas veces. Interpretativamente es perfecta la discusión que tiene Atilano con Unamuno. Ese enfado que debe contener por su religiosidad… Aunque Salvador, el amigo de izquierdas de Unamuno, no sea una gran interpretación, tiene un personaje muy bonito.

En cuanto a los militares as interpretaciones de Franco y Millán-Astray son maravillosas. Franco está impresionante. Nos creemos absolutamente todo lo que hace. Su personalidad está creada acorde con las decisiones que toma y su mirada perdida es perenne. Incluso en los momentos de máximo fervor como cuando cuelga la bandera monárquica o cuando es nombrado el general del ejército esa alegría guarda una coherencia férrea con el reto de la interpretación. Con respecto a Millán-Astray está muy bien construido el personaje. Sin embargo las imágenes que nos llegan de él son de un militar absolutamente fanático, sádico y orgulloso. Por lo tanto parece que es una interpretación un poco contenida.

La viuda del alcalde de Salamanca hace también un papelón. Lo que ocurre es que en su escena más importante tenemos a la hija de Unamuno reticente a condenar el franquismo que nos cae bastante mal. No todas las viudas son buenas. De hecho la viuda del cura nos da una grima impresionante. Especialmente en aquella escena en la hace las veces de confesora para Unamuno.

La interpretación que puede tirarse a la basura es la del nieto de Unamuno. Está todo mal. El niño es repelente. Pero dice frases de un niño varios años menor que él. Pero si hubieran elegido a un actor más joven nadie se habría creído que lee los artículos de su abuelo. Está todo mal. Además que ninguna de las escenas en las que aparece están bien. De hecho él aparece en una de las peores escenas de la película en la que Unamuno dice algo así como que él no es de piedra… Es lamentable. A la altura de la escena en la que Unamuno enferma y tiene delirios. Lo único bueno que nos deja esta enfermedad son las toses de Karra enormemente realistas.

El personaje de Cabanellas no es de vital importancia en la película pero Tito Valverde con esa gran barriga y esa gran barba llena la pantalla como pocos. Supongo que la idea es contraponer una figura llena de poderío a la escasez de persona que es Franco.

Al desengaño que sufre Unamuno a lo largo de la película no se le da importancia alguna. Dentro de la cultura española es normal, es algo que es sabido por todos. Unamuno tradicionalmente es reivindicado por la izquierda, a nadie le sorprende su posición final. Pero es cierto que esto es un defecto muy grande como narración: lo que se supone que es tu trama principal se da de lado por conocida. La conversación de Unamuno con Franco debiera ser un momento trascendente para Unamuno, sin embargo se trata con mucha normalidad.

El discurso de Unamuno en la facultad es un momento grandioso. Es archiconocido en España y se trata como tal. Millán-Astray gritando de fondo con violencia militar, valga la redundancia nos genera un nivel de repulsión que produce gran satisfacción a mis instintos más salvajes. De la universidad sale de la mano de la esposa de Franco. Una mujer que se nos ha presentado como profundamente católica y parcialmente responsable del lastre religioso que Franco ató a España. El mensaje de este momento tiene relación con el entendimiento y la no confrontación entre ideologías. Pero con verle la cara nos viene un eco de rosario tan fuerte que nos dan ganas de gritar a Unamuno que no la toque.

El gran momento que produce un dolor de España terrible es la conversación que tienen en un risco Unamuno con Salvador. Un intelectual que ha sido afín a todo, que aun así es considerado un grande de España, maestro de la contradicción, aferrado firmemente a las convicciones políticas que toquen en esa ocasión; hablando con un chico joven de izquierdas que le admira. Son grandes amigos y esa relación no impiden que a las cuatro frases de conversación estén discutiendo y tirándose en cara todo cuanto defiende el otro. La última frase que se oye antes de que se funda la escena es pero ¿qué tendrá que ver en esto Stalin?. Ese campo extenso de castilla, ese sol bajo, esas ruinas de un castillo… España está representada con tanta crudeza que uno se ve con una mezcla de ternura, desesperanza, arrepentimiento y resignación.

Está plasmada con asombrosa simplicidad la actitud eterna del nacionalismo: aunque haya discrepancias terribles, lo que hay que hacer es unirse bajo el símbolo que han abrazado como suyo. Da igual cómo se cante el himno, con qué letra, si es silbado o desafinado: un nacionalista se aferra al himno como elemento de unidad y con ello se saben invencibles. Del mismo modo ocurre en la jefatura militar. Muchos están en desacuerdo con Franco, pero lo principal es ganar la Guerra y dirán “sí” a todo lo que sea necesario.


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