viernes, 29 de noviembre de 2019

RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS

Dir.: Céline Sciamma
2019
120 min.

La película se vende como una historia de amor lésbico. Eso nos dice toda la crítica. Sin embargo me habría gustado entrar a verla sin saber esto. Habría sido un descubrimiento muy bonito. Empieza con una relación entre dos chicas que chocan bastante. Uno podría pensar que es solo la historia de una amistad y con el avance de la trama sorprenderse con la evolución de su amistad en amor. Pero nunca sabremos cómo es ver la peli con esta mirada.

La pintura está en toda la película. No diré cada plano, pero sí la gran mayoría desprenden estética, limpieza en la imagen y extremo cuidado en su composición. Los planos que abren cada escena suelen presentar una figura humana muy bien perfilada, con fondo austero para no distraer la atención, con una iluminación muy cálida (muchas veces con velas) y muy blanda. Puede parecer a ratos algo impostado, pero la belleza es muy homogénea en toda la película y, sobre todo siempre evoca cuadros muy deciochescos.

La pintora es preciosa. La cara es finísima y su nariz delicada. Perfila siempre estupenda en cámara. Y la directora le regala montones de primeros planos, delicados. Su cara apenas se desfigura. Cuando miramos a la chica prometida siempre es analizándola porque va a ser dibujada, sin embargo mirar a la pintora es ver su cara de concentración y recreo en su modelo.

Se agradece que a pesar de ser un cine marcadamente de autora, renuncie a los fueras de foco. En general todo el espíritu poco ortodoxo del cine de autor no se divisa en esta obra. El sonido ambiente sí está muy presenta pero está tremendamente cuidado. Los planos no tiemblan, el foco es perfecto. Se renuncia a la crudeza que predomina en la actualidad a cambio de elegancia suma.

Aunque la insatisfacción que le producen sus primeros cuadros es un motor principal de la trama, resulta enormemente frustrante ver cómo destroza sus primeros intentos. Cuando vemos arder el cuadro a medio terminar el fuego nace justo en el corazón de la modelo, es una imagen muy potente.

Una de las escenas más llamativas es una especie de aquelarre. La música juega un papel muy importante en la película. La clave es que hay muy poca. Son por eso momentos muy llamativos cuando aparece. Acostumbrados a ver a cuatro personajes de repente nos topamos con quizás 10, pero perece una multitud. Un coro celestial envuelve el momento en el que la musa arde. No entendemos muy bien lo que se quiere transmitir, pero la sensación de trance es perfecta. Antes de que empiece el aquelarre, vemos a las tres chicas andar por una montaña con una silueta en sombra con un negro muy negro pero con un perfil definidísimo. La luz del cielo está perfectamente tratada.

Personalmente, toda la intensidad con la que sienten su relación y ese juego de culpas y de impotencia ante lo que la sociedad impone no me interesa demasiado. Sus diálogos apelan a sentimientos que suenan a veces vacíos. En esos momentos transmiten mucho más sus caras que sus palabras.

El final es algo magnífico. Esperamos un epílogo muy poco interesante, sin embargo después de que un par de secuencia refuercen esta creencia, aparece la escena del concierto sinfónico. Después de mucho raro sin escuchar nada de música entra una orquesta con el Verano de Vivaldi. La interpretación de Adèle Haenel es soberbia, real, con iluminación tenue. Puede que efectista, pero funciona de maravilla.


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