viernes, 25 de agosto de 2023

HÄXAN. LA BRUJERÍA A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS

Dir.: Benjamin Christensen
1922
105 min.

Maravillosa. Es imposible no pensar en esta película sin que las imágenes de los demonios eclipsen todas las demás. Son unas imágenes efectivas, imaginativas. Con una falta total de incontinencia. Todos los demonios son soeces con total osadía. Esa imagen del diablo con la típica lengua fuera y gesto masturbatorio es una perfecta traducción a la pantalla de la clase de imágenes luciferinas propias del medievo que todos tenemos en el imaginario.

Todas estas imágenes son todo lo que yo le puedo pedir al cine. Esas brujas volando sobre un pueblo… Ese plano es todo un prodigio. El pueblo es una maqueta y las brujas son siluetas que poco casan con la perspectiva que vemos del entorno. Pero es un plano tan maravilloso. Hay tantas siluetas moviéndose. La cámara parece realmente volar… Es maravilloso. Esta secuencia termina con las siluetas negras de una mujer de espaldas desnuda, un búho y un cuervo, las tres sobre la rama de un árbol. Es una imagen de las brujas que permite la mirada erotizante y la mirada empoderante.

El demonio visitando a la casta esposa en mitad de la noche para inducirla a la lujuria es una escena directamente maravillosa. Ese cuerpo del diablo seboso, esa lengua inquieta. Esa forma de golpear la ventana de una forma artificial. Esa forma de aparecerse al lado de la cama. Las actuaciones de los diablos suelen ser tremendamente nerviosas. Marcando los tendones en sus movimientos. Uñas largas. Cuando los demonios dejan de ser actores con maquillaje y pasan a ser actores con disfraz, el efecto de extrañeza aumenta. Quizás cuando más raro se vuelve todo es cuando un diablo con un disfraz muy poco disimulado se dispone a que una fila de brujas le besen el trasero. Entre que no nos podemos creer la ficción que ahí hay montada y que la escena es obscenamente explícita el asombro es mayúsculo.

A nivel de lenguaje llama poderosamente la atención el primer capítulo, el más didáctico de ellos. Ahí se nos presentan una serie de grabados obviamente anacrónicos en los que se nos pretende explicar cómo se veían a las brujas en el medievo. Lo maravilloso es que, a medida que los intertítulos van narrando lo que vemos, un puntero señala lo que sea necesario. Me parece precioso. En este sentido es genial cómo la película toma distancia con los hechos ficcionados. María la Costurera es la bruja a la que más tiempo seguimos en pantalla. Algunos minutos después de que ya haya acabado su trama el documental se pone a hablar de esta actriz y de sus creencias supersticiosas.

Otro momento en el que el documental se mueve en un nivel superior a aquello que está narrando es cuando está relatando los testimonios de mujeres que dicen haber hecho pactos con el diablo. Una de ellas asegura que entra a una iglesia convertida en gato mientras otros dos animales hacen de centinelas en la puerta. El propio documental dice que no da crédito a esta historia. Por lo tanto las imágenes que vemos son ridículas. Son disfraces muy mal hechos, toda una astracanada. Esto es la primera vez que se hace; toda la imaginería satánica que habíamos visto estaba genialmente recreada.

En este sentido también me gusta mucho cuando están mostrando instrumentos de tortura con los que se buscaba la confesión de las brujas. Uno de ellos es un tornillo que aprieta los dedos. Durante esta exposición hemos visto a distintas personas ponerse los instrumentos de tortura y a un actor simulando lo que el verdugo debía ejecutar para infligir daño a la víctima. Cuando llegamos al tornillo del dedo los carteles dicen como descargo al director que la propia actriz insistió en probarlo. Vemos un breve plano de ella poniendo una ligera mueca de dolor y la siguiente cartela es un chiste en el que dice: no se imaginan las confesiones que saqué de ella. Pero hasta ese momento el capítulo llevaba un tono muy expositivo.

La actriz que hace de María la Costurera consigue una imagen única. Es cierto que está muy ayudada por un tipo de cine que hace mucho hincapié en los rostros. La actuación de ella cuando está confesando tras recibir la tortura es brutal. Asimismo la escena previa a su prendimiento en la que come una sopa oscura sin ningún tipo de modales, con esta tendencia que tiene el cine mudo de distorsionar el tiempo. Es una sopa que parece no acabarse nunca. Mientras se come ese cuenco da tiempo a que se reúna toda la familia, que una salga corriendo de casa, que llegue a un convento y pida a los monjes que la ayuden a capturarla. Es imposible que esa vieja pase tanto tiempo comiendo. Y, de hecho, la actriz no come nada. Solo se lleva a la boca el líquido una y otra vez para asegurarse de que su rostro no se limpie nunca.

Me gusta mucho en los primerísimos planos en los que se busca reflejar el más mínimo detalle de los rostros de los actores la cantidad de maquillaje que llevan. Es una delicia ver esos rostros preparados para que resalten las artificiales e inmóviles lágrimas.


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