viernes, 11 de agosto de 2023

TREN DE SOMBRAS

Dir.: José Luis Guerín
1997
88 min.

Es fascinante. La premisa que se nos explica en los carteles iniciales es extrañísima. Desde el principio estamos desubicados con una recreación tremendamente verosímil, pero a la vez con un montaje que no cuadra ni con la época de las grabaciones ni con el formato de vídeo casero.

Hay tres actos muy diferenciados, con planeamientos muy radicales. El más narrativo es el que resulta más atractivo visualmente. Juega con el cuadro casi como lo hace Don Hertzfeldt en “It’s such a beautiful day (2012)”. Utiliza los desperfectos de la película para conseguir centrar la atención en un personaje. La primera vez que hemos visto unas imágenes nos parecían todo lo frío que en ocasiones transmite ese cine incipiente en el que la cámara no parece saber implicarse en lo que está mostrando. Es de una habilidad tremenda cómo se estropea todo el cuadro salvo el rostro de una mujer. Esto hace la imagen algo abstracta, rodea de misterio ese rostro.

Por supuesto lo que hace avanzar la acción es el sonido de las bobinas de película. En este sentido lo que vemos recuerda mucho a “La conversación (1974)”. Funciona a la perfección y lo cierto es que es una forma de narrar extrañísima, algo único. Lo que se está narrando realmente es lo que piensa el montador. A quien nunca vemos. Es quien está produciendo las imágenes que vemos. Si la propuesta llamativa de la película es esa fusión de realidad y ficción como en “Play (2019)”, lo que se hace con este juego de planos de realidad es infinitamente más revolucionario.

El primer acto creo que es el que menos estímulos propone. Como digo tiene algunas cosas que despiertan nuestro escepticismo acerca del año en el que las imágenes fueron tomadas, pero en general está preparando todo para asombrarnos en el último acto. Aunque no se muestren las cosas con el aura de misterio que se construirá en el tercer acto, la distancia con la que vemos todo hace que algunas imágenes resulten mucho más extrañas de lo que realmente son. En particular estoy pensando en un baile alrededor de una mesa en el que algunos de los ahí presentes llevan máscaras. Cuando miran a cámara con esas máscaras es una sensación inexplicablemente perturbadora, la escena es festiva, no parece haberse propuesto nada para no estar cómodos viendo aquello.

De este primer acto me gusta mucho el plano de las corbatas bailarinas. Un plano que es muy adecuado porque esta es la clase de trucajes que estamos hartos de ver en Segundo de Chomón y demás padres del cine.

Hablemos de la parte más etérea. Un ejercicio narrativo brutal. La casa se ha envejecido casi un siglo. Permanecen las fotos de los personajes que hemos visto. La luz hace mil maravillas. Cae la noche. De alguna manera se consigue que se nos hagan familiares algunos planos que no parecen tener nada de memorable. Puede resultar aburrida, pero es imposible que a uno se le escape que ahí se está construyendo algo. Es casi una historia de fantasmas. Muchas veces me he preguntado si la narrativa está inexorablemente ligada a los personajes, este segmento radicalmente pone en duda esta ley.


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