viernes, 7 de abril de 2023

IT’S SUCH A BEAUTIFUL DAY

Dir.: Don Hertzfeldt
2012
62 min.

El primer temor que me entra al ver la película nace cuando leo que son capítulos. Las películas por episodios funcionan tirando a mal y la película ya había generado en mí una simpatía que no quería ver traicionada por su estructura. Pero no hay motivo para alarmarse: son episodios pero la historia es única.

Es soberbia. Utiliza los recursos del cuadro con una libertad absoluta. La imagen es totalmente expresiva. El dibujo, los flashazos de luz, los sonidos abstractos. El collage de los planos. La repetición de segmentos breves de imagen y de audio. Imágenes nuevas, repetidas y otras imposibles de reconocer consiguen que se difumine el presente y pasado. Esa manera en la que se adelanta la muerte del personaje varios minutos antes de que acabe la película y aún así todavía le vemos en su rutina en varias escenas.

Un dibujo naíf que al principio uno pensaría que se usa para que la película se pueda posicionar en un nivel un poco arrogante, como insensible con lo que narra, termina revelándose una descripción de una manera de ver el mundo. Un mundo distorsionado por una enfermedad mental que le impide fijarse en los detalles de la realidad. Como digo, nunca pensaríamos que el propio medio fuera a ser parte de la narrativa. Cuando por fin el personaje asume que va a morir y entonces siente una fuerza, un amor por el mundo que le hace prestar atención a cada detalle pasamos a tener imagen real. Contemplamos el mundo con la infinita información que cada cosa contiene sin reducirla a trazos.

Resulta crudísima la segunda parte. En ella se nos cuenta toda una estirpe de familiares con problemas mentales tremendos. Me da un poco de rabia que siempre que se habla de la animación adulta se apele tarde o temprano a “Mary and Max”. Pero lo cierto es que el desfile de gente desquiciada que vemos en este árbol familiar recuerda a ciertos secundarios de aquella película. Si bien en aquella parecía que se culpaba a la soledad que generan las sociedades contemporáneas, aquí la crítica parece bastante dirigido a un tradicionalismo religioso. Así por ejemplo la abuela del protagonista cuando llega a la ciudad se dedica a perseguir a judíos.

Hay un chiste recurrente en esta secuencia. A pesar de la fragilísima salud de todos los personajes que muestran de todas las formas posibles su desequilibrio muchos mueren por el atropello de un tren. Es cierto que esta es la parte más cómica de la película, pero igualmente es muy extraño que de forma tan clara se haga una apuesta por un chiste en vez de plantarnos la mitad sonrisa mitad tristeza que tienen el resto de las situaciones.

La parte de las alucinaciones es muy imaginativa. Con una línea narrativa muy firme, que no se va de madre. No se deja llevar nunca por la posibilidad de introducir toda clase de locuras. Esta imaginación brillante parece que es lo que le faltó ver a al artífice de lo grotesco que resulta todo el “Todo a la vez en todas partes”. Como el dibujo es tan agradable de ver nos quedamos fascinados por el pez que vive en su cabeza, el hombre mosca que espera el autobús con él. Estas imágenes son bastante surrealistas, pero también hay otras imágenes, que se evocan casi siempre en la línea narrada, de corte psicodélico. Haciendo uso de la sinestesia con frases no muy originales, del tipo puedo oír el cielo.

Se nos rompe el corazón cuando se muestra la vida absolutamente derruida que lleva esta persona comparada con las ilusiones que tenía de pequeño. Aún con la enfermedad escondida, sin manifestarse se maravilla por las cosas de su alrededor, por el agua del mar, por la luz. Y tiene grandes ilusiones de lo que hará con su vida. Se concibe la vida como un don, como una oportunidad de hacer cosas maravillosas. Al contraponer esta imagen con, por ejemplo, la pirámide de grapadoras que hace en su oficina, vemos la crudeza de la rutina y lo anodino de la mayor parte de vidas.

Me gusta mucho que se explore lo que sería para alguien sin memoria redescubrir cosas. Quedarse absorto con cotidianidades como la luz que entra por la ventana y las motas de polvo que vuelan en ella. Imposible no acordarse de la bolsa de plástico que vuela en “American Beauty”. En esta película sí hay una clara justificación de por qué alguien se admiraría por algo así. Y creo que, como se ha mostrado lo terrible de su enfermedad mental, no hay riesgo de que la película romantice este hecho. Aprovecho para señalar una vez más la habilidad con la que se juega con el cuadro. Mientras que la escena es blanquísima, el haz de luz es completamente amarilla. Se superpone al resto del plano. Es maravilloso.


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