viernes, 8 de noviembre de 2024

L’AMOUR FOU

Dir.: Jacques Rivette
1969
255 min.

Extenuante. Hay muchísimo diálogo que reproduce el texto de la obra de teatro que están ensayando. El momento en el que he decidido dejar de leer los subtítulos mientras estuvieran leyendo el guión ha sido un descanso total. Estas frases son un ruido a veces de fondo mientras el protagonista luchas con sus pensamientos interiores. Nunca se dirá nada de Pirro y compañía relevante para la película. Supongo que así empatizamos con la sensación de estar perdiendo el tiempo.

La mujer en casa volviéndose loca me hace pensar, aunque sea una película muy distinta, en “Repulsión (1965)”. Vemos la relación de pareja como una experiencia tortuosa. Que ocasionalmente puede ser lúdica. En un punto de la película muy avanzado, en el que mi aguante ya estaba diezmado, la pareja se encierra en casa y destrozan su piso entre carcajadas. Una forma de olvidarse del mundo y de entregarse al disfrute de la pareja. Cada vez que se hace una elipsis es porque van a desvestirse para acostarse.

Pero este entregarse al disfrute parece un oasis en el letargo de celos, rechazo, incomunicación, amenazas… Ella repite de cuando en cuando que se va a ir de casa, una decisión que habría estado totalmente justificada. Incluso a él le convenía dejar a una pareja que le apunta con una pistola o que juega con un clavo cerca de su ojo mientras duerme. Él le es infiel con la misma actriz que sustituye a ella en la obra de teatro: una guapísima Josée Destoop. Como respuesta, ella empieza a llamar a todos los amigos a los que hace tiempo que no ve, buscando a quien tenga un rato libre para echar un polvo. Lo cierto es que el tipo al que finalmente encuentra solo nos genera rechazo, pero no más que el que le genera a ella.

Los ensayos los graba un equipo que realiza un documental acerca del montaje teatral. Las declaraciones del director a cámara me hacen pensar en “La noche americana (1973)”. Las grabaciones que realiza este equipo a veces se cuelan en el montaje. Entonces el sonido es más ruidoso y la imagen pierde contraste, se vuelve más gris. La fotografía de estos planos me recordaba a la de “Sombras (1959)”. Es curioso el complemento perenne del director teatral: cuidadosamente se cuelga unas gafas de las orejas, con los cristales apuntando hacia el suelo y pegados a su barbilla. Nunca las usará para mirar nada a través de ellas.

Todo el mundo fuma una barbaridad. No es que lo hagan compulsivamente. Más bien es algo mecánico, por tener las manos ocupadas. El protagonista además apura los cigarrillos hasta que debe sujetarlos con cuidado para no quemarse. Cada vez que vemos la mesa en la que ensayan está repleta de botellas de Coca-Cola vacías. En un momento dado se usan estas botellas de para emitir ruidos entre frase y frase de la obra de teatro. Esta idea alcanza su culminación en el ensayo general. Ahí hay alguien en un rincón del escenario encargado de toda una serie de instrumentos de percusión con los que generar una atmósfera etérea y algo pretenciosa.

El momento exacto en el que se cortan las escenas muchas veces parece arbitrario. Algo marca de la casa en la Nouvelle vague. Pero en este caso adquiere un cariz muy radical porque cada nueva escena cae como la confirmación de que todavía no podemos abandonar la sala. Se usan carteles de fondo negro en el que se nos indica qué día es. Un dato que nos da igual. Pero si hay un nuevo día, nos quedan unas cuantas escenas más. No sabemos qué hechos son determinantes para la relación. Una tentativa de suicidio se resuelve como si fuera un episodio más de su vida conyugal. Eso hace que estemos perdido en la progresión de la trama. Podemos sospechar que el final de la película llegará (o no) con la ruptura de la pareja. Pero nos es imposible saber cuándo se precipitarán estos acontecimientos. Solo avanzamos por escenas y más escenas.


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