- Dir.: Jacques Tourneur
- 1943
- 69 min.
De igual forma que tiene características del cine de serie B, tiene algunas imágenes muy potentes. Con sensibilidad artística. De lo primero tenemos el esquema clásico de la chica de cierta inocencia que llega a un lugar donde suceden hechos paranormales. Hay un cierto encorsetamiento en las escenas. No pueden disimular que están rodadas en un plató. Así por ejemplo es bastante fascinante el primer encuentro con Carrefour (nombre que hoy en día quizás no atemoriza como quisiera). Mientras que esa cabeza funciona a la perfección, incluso el montaje de ver los pies y después su cara es efectivo, no podemos dejar de percibir esas cañas altas como tremendamente artificiales. Nada que ver con lo conseguido que estaba el campo denso en “Onibaba (1964)”.
El monstruo de nuestra película funciona bien siempre. Su silueta es potente. Estilizada, de hombros anchos. Aunque tenga una expresividad corporal muy distinta, me hace pensar en Cesare en “El gabinete del doctor Caligari (1920)”. Sus andares son elegantes a pesar de que se nos muestre cómo arrastra los pies por la arena. Percibimos una fuerza sobrehumana a pesar de que nunca se ejerza. Los ojos pintados sobre los párpados generan un efecto maravilloso. Me gusta mucho el allanamiento de morada. Se acerca a nuestra protagonista inexorable. Esto está rodado sin apenas ningún sonido. No hay gritos de terror. La cámara aguanta fría este rostro acercándose más y más. Saliendo de foco. No es el único momento en el que la acción no está perfectamente a foco, pero en esta ocasión es así buscando un efecto.
Hay una especie de resolución de la trama que nunca me interesa demasiado. Ni termino de enterarme bien por qué la policía investiga nada, ni entiendo qué tiene que confesar la madre… Es la típica explicación que un personaje debe decir de palabra para resolver todo. Pero en este caso yo diría que tampoco hay un misterio como tal que nos haya mantenido en vilo. Nos ha interesado mucho todo el juego del vudú, que no necesita resolución ninguna.
Las imágenes de esta fiesta tradicional esotérica también parece muy alejada de las largas parrafadas que se dicen en la casa de los aristócratas para hacer avanzar la trama. El sonido te atrapa, el baile te convence del trace en el que se encuentran los participantes. Hay un hombre que baila con espadas, de ropa ceñida y negra, que hace unos movimientos muy misteriosos. Hay otras mujeres que sacuden su cuerpo con movimientos eléctricos casi como los que veíamos en “Orfeo negro (1959)”.
En cuanto a la luz hay un poco de todo. Hay momentos en los que las sombras se usan muy bien. Pienso en la primera interacción con la mujer zombi. En esta escena no le veremos el rostro con claridad pero su aspecto resulta muy cadavérico. Su delgadez, cuando ya la veamos bien iluminada, no es nada escandalosa. No tiene unas facciones que por sí solas puedan provocar el efecto de esa primera vez.
Hay sombras en el exterior proyectadas por las plantas del jardín que dificultan la iluminación de alguna escena, pero son las menos. Lo que sí será una constante en las estancias de esa casa son las sombras horizontales de las cortinas venecianas, como la oscura escena de “Casablanca (1942)”. En algún momento las sombras se vuelven duras, nunca tanto como la famosa carrera en “El proceso (1962)”. Hay una conversación entre la enfermera y ese trasunto de Vincent Price. Vemos las figuras humanas a contraluz y cuando la cámara nos muestra sus rostros de frente tienen una luz muy blanda que les proyecta finas líneas.
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