viernes, 18 de marzo de 2022

LA CRÓNICA FRANCESA

Dir.: Wes Anderson
2021
108 min.

Bill Murray encontró en Anderson la forma de poder actuar cada vez menos. En esta película su hieratismo es absoluto. No sé si mueve un solo músculo facial en toda su interpretación.

Anderson se radicaliza. A decir verdad no hay nada que no viniera explotando desde antes. Pero en esta película hace todo más insistente, todo más artificial. Quizás lo único que se aleje un poco de las propuestas anteriores sea el blanco y negro. Puede que incluso sea un recurso para no cansarnos de sus exigentes propuestas. A cambio tenemos los cambios incomprensibles del color al blanco y negro. Más comprensible es la alternancia entre el formato panorámico y cuadrado.

Otra característica suya que aquí se hace con desvergüenza es la combinación de platós adyacentes. Vemos cómo la cámara se mueve en trávelin pasando por cientos de estancias y sin cortar nunca el plano. Pienso en particular el recorrido que hace el periodista negro por las estancias de la comisaria en la que visita a un comisario; también cuando se expresa el éxito del pintor interpretado por Benicio del Toro. En esta última secuencia hay muchas escenas de fiestas de alta sociedad. Cada una de estas escenas es un plató con los actores quietos, formando la estampa y los objetos flotando en el aire.

Resulta muy provocador que Anderson quiera tener en su película a todos sus grandes actores pero reservando a algunos de ellos papeles diminutos. Nos sorprende por primera vez el indio coprotagonista de “Hotel Budapest”, hace de Benicio del Toro de joven, completamente ido de la cabeza. Es brevísimo. Pero lo más grave es cuando aparece Willem Dafoe. Su aparición en el gallinero, una jaula diminuta, es estelar; pero su papel consiste en aparecer. Algo parecido ocurre con Christoph Waltz haciendo de pretendiente de Frances Macdormand.

Todo el mundo sabe que a las películas no les sientan bien las estructuras episódicas. En este caso no se nota muchísimo. La principal aportación de Anderson es la estética y estéticamente la película es continua. La última historia, quizás la más narrativa, se me hace algo dura. Ya llevamos dos historias a las que hay que sumar la presentación de Owen Wilson, que nos deja el efectivo gag del ciclista cayéndose por las escaleras del metro.

La apelación a Francia se reduce prácticamente al escenario. Así vemos al camarero que trabaja en la redacción recorriendo las estancias del edificio en una copia casi exacta del mítico plano de “Mi tío” de Tati. No solo. También tenemos a una periodista americana que se acuesta con el universitario Timothée Chalamet influida por los constructivistas de ese marzo que remeda mayo del 68. Creo que es la historia que tiene más fuerza.

Todo el estilo de Anderson marca una distancia con lo mostrado en pantalla. Quizás el momento más radical es cuando se mata a un niño con una pistola para poder secuestrar al hijo del comisario. En la desenfrenada persecución en coche por las calles francesas no se atrevió a atropellar a un gato que estuvo cerca. Si Anderson tiene de forma natural un gusto por la violencia, en este caso que puede hacer lo que quiera con la animación se divierte como un enano. Así tenemos ese maravilloso plano del forzudo agarrado a un capó de un coche que sale despedido contra el escaparate de una tienda. En esta misma escena le vemos arrancar el capó. ¿Por qué? Sospecho que por el gusto de Anderson por los mecanismos: solo para poder mostrarnos el motor del coche.


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