viernes, 16 de junio de 2023

LAS CRUCES DE MADERA

Dir.: Raymond Bernard
1932
110 min.

El Hollywood clásico nos tiene tan acostumbrados a sus estrechos platós y sus historias de diálogos interminables que a veces se nos olvida que en aquella época también se hacía cine.

Hay un hallazgo importantísimo en esta película: las columnas de humo y polvo tras las explosiones de artillería en formato cuadrado. Por mucha habilidad que tenga la cámara no cabe un horizonte muy grande. Aunque oigamos explosiones y las intuyamos muy cerca de lo que se ve en pantalla a lo sumo se ven 4 o 5 hongos humeantes. Esto les permite parecer mucho más estilizados que en las panorámicas de “1917”.

La iluminación sin duda es la gran protagonista. Los planos nocturnos perfilan a los personajes con los resplandores de las explosiones. La oscuridad se administra a conveniencia. Las reflexiones en mitad de la noche se hacen en trincheras totalmente oscuras demostrando la enorme diferencia que hay entre ver una película en versión original y en versión subtitulada. Creo que la primera escena en la que hay oscuridad total están todos metiéndose en el catre y la vela la apaga uno lanzando una bota mientras está tumbado en el suelo haciéndose la oscuridad de golpe.

Las escenas de batalla son las más espectaculares. Es infinita la cantidad de planos que muestran los cañones de artillería y su violento retroceso. Desde la visión de quien carga el cañón. Debajo de la boca del cañón. En un plano general suficientemente corto como para que no identifiquemos los cañones camuflados hasta que efectúan el disparo. No tememos por la vida de los actores, pero sí nos asombramos de cómo una explosión que han tenido cerquísima levanta polvo de entre los sacos de los parapetos.

Me gusta mucho la falta de heroísmo. Por supuesto los altos cargos son desconsiderados con los soldados. Nos hubiera sorprendido lo contrario. Pero es que además los caídos en batalla no tienen una muerte que les dignifique. No digo que se les falte al respeto, porque la película empieza y acaba con un pebetero ardiendo por los caídos. Cuando muere un sargento que ha ido al aljibe (qué agradable sorpresa cruzarse con esta palabra) en un pueblo destruido tomado por los alemanes en vez de tener un discurso acerca de haber dado su vida por ideales o por Francia, pide a uno de sus soldados que reproche a su mujer su infidelidad mientras él se desvivía en las trincheras. Es cierto que este personaje en sus últimos instantes tendrá una redención y evita a su mujer pasar por este mal trance pensando en lo mejor para su hija, pero desde luego no hay ni un ápice de heroicidad en su muerte.

Lo mismo ocurre con el jovencísimo soldado protagonista. Muere por un disparo en un asalto que dura días y días. Es decir, como él acabaron muchos otros. Y este muere en el suelo, en una agonía lentísima. Recibe el disparo y dice que va a esperar hasta la noche, momento en el que le recogerán los paramédicos. Aquí ya sospechamos que nadie va a salvarle la vida. Se enfrenta por tanto a una espera tortuosa en la que se aferra a una fragilísima esperanza. El plano final en el que por fin muere también es lamentable. En vez de caer al suelo con dramatismo y significar su muerte con idealismos o nacionalismos, le vemos poner unos ojos en blanco totalmente agónicos y crudos.

Hay algunos ratos en los que la película se me hace aburrida. Son las secuencias que nos deberían servir para humanizar a los personajes. Supongo que si algún veterano de guerra ve las charlas en las que cada quien cuenta sus preocupaciones, se queja de la vida en el ejército y se adapta a su nueva cotidianeidad pueda llegar a verse reflejado. Pero en general a mí son escenas que me aburren. Y no lo digo por falta de acción. Al revés: una de mis escenas favoritas es aquella en la que descubren que bajo su trinchera los alemanes están excavando un túnel para colocarles una mina. Es maravilloso cómo escuchan los sonidos sordos del pico contra la roca. Cómo ese segundero que les recuerda que se acerca su muerte es a la vez una promesa de un segundo más de vida. Por supuesto lo que es desolador es cómo ellos se alegran de que hayan salvado su vida al ver a su refuerzo. A pocos metros de ahí ven la explosión confirmando la muerte de los hombres a los que se acaban de cruzar.

Aunque no sea una imagen excesivamente elaborada es potentísima la transición inicial. Aquella en la que están las filas de soldados firmes formando y vemos cómo cada uno de sus puestos lo ocupa una cruz clavada en el suelo. Cómo se extienden las hileras hasta el infinito reduciendo la vida humana a la nada absoluta.

Con esta imagen rima la escena en la que defienden un cementerio por la noche. Antes de que arranque la acción lo primero que vemos es una cruz blanquísima, como caída. La cruz está fuera de foco. Es una imagen casi abstracta. En primer término aparece una cabeza como surgida de la tierra que nos situará. Los muertos tienen mucho protagonismo en una escena en la que los soldados marchan contra su voluntad con un aspecto deplorable para celebrar la victoria. En un montaje que parece imposible para lo pequeño que aparenta ser el cuadro vemos la hilera de los vivos que desfilan sobre la tierra y otras dos hileras de soldados muertos que tanto merecen el homenaje, que desfilan fantasmales en la parte superior del cuadro.


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