viernes, 22 de septiembre de 2023

SOLOS EN LA MADRUGADA

Dir.: José Luis Garci
1978
102 min.

Una ilusión al diseñar un país, una sociedad. Una exigencia a un izquierdismo acomodado en su condición de marginados. Un impulso para trabajar por una nueva sociedad. Una cotidianeidad elevada a poesía… Es una película que me ha tenido al borde de la lágrima todo el rato. Los textos que José Sacristán declama delante del micrófono son preciosos y la presencia de voz y rostro le dan la fuerza necesaria para que lleguen al espectador. Una prosodia que poco tiene que ver con la radio, muy teatral, pero que, sin embargo, nos creemos la ficción de que realmente estén en un estudio de radio.

Lo precioso de la película es que aunque su tesis sea el mensaje final en el que carga la responsabilidad de que España avance a la recién liberada sociedad, la antítesis, ese lamerse las heridas, también está hecho con cariño. La manera en la que llora las miserias de una sociedad que goza del desarrollo del tardofranquismo y que, aun así, se ve frustrada, siguiendo las promesas de éxito que su época había reservado para ella. Que todos vacacionan en masa. Que pueden evitar las Semanas Santas lúgubres del nacionalcatolicismo, pueden votar al PCE… nada de eso debe ser el objetivo. Son condiciones de posibilidad para hacer una nueva sociedad. Quizás sea simplemente una nostalgia por un izquierdismo que no viví, pero me resultaba tremendamente emocionante.

En un momento dado en la emisora suena un anuncio. Un anuncio que no publicita ninguna empresa. El eslogan es simple: todas las personas que usted admira son de derechas: ¡Sea de derechas! La película se permite muchas bromas acerca de la derecha española. Me gusta mucho cuando Emma Coen pide a José Sacristán una sucesión de relaciones sexuales cuyo ritmo él no puede seguir. Ella, decepcionada le dice que pensaba que con tanta depresión ahora estaría toda esa generación desatada. Las escenas de cama me parece que aciertan mucho con su texto. No diré que sean diálogos realistas, nadie tiene la agilidad mental para esas frases, pero me gusta mucho todo lo que se habla, las manos inquietas de Sacristán… Me gusta también que la forma de encuadrar estas escenas no busca que los pechos siempre estén en pantalla. Con naturalidad se intercambian los valores de plano sin que haya una decisión evidente de cuánto pecho se ha de mostrar en la cinematografía española recién liberada de la censura.

La música es otra maravilla. Una música de cierta nostalgia. Que suena de fondo mientras vemos los planos de un Madrid que hoy está muy cambiado. Un Madrid vacío a altas horas de la madrugada. Un Madrid con scalextric en la glorieta de Atocha. Tras habernos entregado a este sentimentalismo durante toda la película, el mensaje final no nos juzga por haberlo hecho. Pero nos desafía y nos dice que ya está bien. Que todo el tiempo que dediquemos a esto no lo dedicamos a construir una nueva sociedad.

Me gusta mucho el estilo desnudo de las escenas. Muchas veces con un sonido que dificulta la comprensión de los actores. Cuando lo que vemos es emocionante hace que tome una fuerza mayúscula. Es lo mismo que tan bien funcionaba en “Mi querida señorita” y tan mal en “El crack”. La escena en la que Sacristán y su futura exmujer hablan de cómo es el novio de ella y de las ilusiones de sus primeros años de matrimonio cuenta una trama que no es mi favorita de la película, pero que me parece muy emocionante. No me gusta tanto otra escena que es bastante parecida pero cuenta una historia que no fue. Me refiero a aquella en la que la compañera de trabajo de Sacristán le confiesa que lleva años enamorada secretamente de él. La película trata de convertir a su protagonista en un galán. Una figura que no termina de casar con su actitud derrotista.

Lo que les da una fuerza inusitada a las narraciones de la radio es cuando se atreven al plano secuencia. Aquella en la que él, resentido, cuenta una historia de un matrimonio que ve cómo sus años pasan sin llegar a vivir su vida. Todo esto se cuenta sin cortes. La cámara empieza detrás de él. No le vemos la cara. Hace un giro a su alrededor muy lento, mientras la historia llega a su cénit. Es la solemnidad de lo cotidiano que tanto me gusta. El monólogo final tiene otro recurso para darle intensidad a todo: apaga las luces de contra. El fondo se hace oscuro y sólo le vemos a él iluminado.

En este último monólogo se incita a las mujeres que están en matrimonios que las hace infelices a que consigan el divorcio. Se anima a los reprimidos a que se travistan. En otra escena, en la que Sacristán justificaba ante su mujer los años que había descuidado su casa y su familia por sus largas jornadas laborales, ella reivindica el trabajo que hacía al cuidar de la casa y de los hijos como trabajo no remunerado.


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