viernes, 10 de enero de 2025

PARTHENOPE

Dir.: Paolo Sorrentino
2024
136 min.

Arranca con la belleza típica de las películas de Sorrentino. El primer plano de hecho es una imagen que me encanta: de la niebla acerćandose a la costa, una enorme y barroca carroza emerge flotando en una nave acompañada de un magnate gordo y presuntuoso. Lo cierto es que rápidamente la película se convierte en una pura adoración a su actriz principal: Celeste Dalla Porta. Es guapísima, es cierto. Las escenas en las que rebosa juventud luce un rostro, unos labios que generan un tipo de sensualidad como el de Sue en “La sustancia (2024)”. Por supuesto con una elegancia que aquella película no tenía.

Puedo entender que esta primera parte trate de mostrarnos lo bellísima que ella es en su juventud. Pero toda la mirada busca exprimir tanto la belleza y con tan poca sutilidad que la estética resultante es casi de anuncio. El uso de la cámara lenta a veces me resulta hasta bochornoso. Tampoco es lo más bonito que ella emerja de las aguas mediterráneas con el maquillaje impecable. Creo que en la parte final, cuando se debería recoger todo esto, tampoco se llega a sitios interesantes. De hecho me parece que la película se descalabra un poco. Me suena a un señor mayor diciendo a los jóvenes que aprovechen mientras puedan, que ya tendrán tiempo de convertirse en gente seria más adelante.

Todo lo que tiene que ver con la subtrama de convertirse en una actriz no me interesa demasiado. En particular el discurso que esa vieja gloria decadente ofrece delante de los habitantes de Nápoles. Puedo entender que para alguien de esa región escuchar esas palabras pueda servirle para generar una identidad, pero a mí es algo que narrativamente me da igual y en contenido me resulta demasiado ajeno. Además este negociado de convertirse en una diva tiene la rara escena de la ducha. Un momento en el que se genera un erotismo cuyo grado de ironía es difícil de calibrar: las siluetas de dos mujeres se dan un beso lésbico que tampoco entendemos del todo. Por el vapor de la ducha, por la belleza de la joven y por la promesa de la fealdad de la mayor podemos pensar de nuevo en el dúo de protagonistas de “La sustancia”.

Las fiestas sí me gustan bastante. Más la primera, que desencadenará el suicidio de su hermano, que la segunda, con el extraño encuentro con el cura. Me gusta mucho cómo ella se pasea por esos jardines llenos de gente rica, un jardín de las vanidades como el que se evocaba en “La gran belleza (2013)”, por transitividad la referencia es “La dolce vita (1960)”. Me encanta cómo las parejas de gente vestida con alta costura están casi tiradas por las esquinas. Esos abrazos que deambulan por esos mármoles. Hay algún momento hasta onírico casi: ese hombre joven trajeado, repeinado moviéndose por las estancias repitiendo: mamá, mamá, mamá… Hay un letargo en estas escenas que me recuerda a los pesados paseos de “El año pasado en Merienbad (1961)”.

Hay muchas cosas que se introducen sin saber muy bien a dónde vamos con ellas. Mi favorita es el tema del incesto. Me gusta que se sugiera una especie de amor platónico, que no va a ningún sitio. Se explica con poca profundidad. Se roza con la suficiente cercanía como para que no quepa lugar a dudas. Y encima se resuelve de forma trágica por lo que es ineludible.

En la segunda mitad se entretiene con el desagradable cura, deseoso por recibir las miradas de la gente cuando le piden un milagro a San Genaro en una escena que nos hace pensar en la iglesia de “Las noches de Cabiria (1957)”. Creo que lo peor de este juego sexual es que parece que Parthenope nunca actúa por deseo propio. Parece que los hombres se rinden a sus pies y que ella es casi una deidad que arbitrariamente decide a quién le concede su favor y a quién no. Un retrato totalmente despersonalizador. El escalabre total de la película llegará cuando aparezca el bebé amorfo. Aquí podemos ponernos a enumerar una ristra de monstruos con los que A24 acostumbra a cerrar sus películas.

El problema no solo es que la película se vaya de madre. Es que además las frases están todas escritas de una manera muy cargante. Se dice alguna vez que a Parthenope le gusta mucho tener siempre la respuesta precisa; como en las películas antiguas. Y es cierto que muchos diálogos parecen sacados de películas de los años 50. Lo entiendo como decisión estilística y me parece bien. Pero si la historia me la estás contando a través de ellos y no tiene un fuste propio, se me desmonta todo. Casi peor que el bebé me parece la despedida de ese novio de juventud. Es una despedida que se toma en serio a sí misma. Se da mucha importancia sin que todo sea lo suficientemente rimbombante como para poder verla con ojos irónicos.

Me gusta mucho la secuencia de la mafia. Es cierto que no soporto mucho el arranque porque nace de una conversación con un desconocido, al que ningún humano le dedicaría la más mínima atención. Es todo muy artificial. Pero cuando llegamos vemos unos bajos fondos con una serie de estampas que me encanta. Un paseo por esas calles sin apenas diálogos. Viendo las condiciones de vida de esas familias… Eso me gusta mucho. Me gusta incluso la sordidez con la que se graba la violación consentida necesaria para que dos familias de la mafia napolitana se unan. Hay un contacto visual entre las dos mujeres que, en cualquier otra película que tuviera una mirada menos masculina, resultaría reivindicativa; un canto a la sororidad. Tiene el mismo tono que ese roce de dedos en “Nunca, casi nunca, a veces, siempre (2020)”.

Musicalmente tampoco creo que esté particularmente acertada. Se usan mucho unas trompetas de notas sostenidas que parecen querer darle un ambiente etéreo a unas escenas cuyos textos no las permiten volar de ninguna de las maneras. Sí me gusta cuando suena ida de madre la canción italiana mientras Parthenope se enreda con su hermano y su amante. Pero cuando vuelva a aparecer esta canción casi al final de la película la banda sonora hace un fundido que parece salido del peor telefilme.


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