- Dir.: Robert Eggers
- 2024
- 132 min.
Me resulta un poco bochornoso que Nosferatu se presente como una alegoría del deseo sexual de la protagonista femenina. El diálogo que tienen ellos dos en la habitación me resulta un poco insoportable. Por un lado porque se le da al vampiro una explicación con la que uno entendería que es algo dentro de ella lo que ha traído la peste al pueblo. En general es imposible cogerle nada de cariño a este monstruo. La forma que tiene de hablar es hostil todo el rato. No hay rastro de esos modales exquisitos que veíamos en las anteriores películas. Entiendo que la idea es confrontarlo con el marido pusilánime, Thomas. Se intenta representar un juego a tres en el que la seducción, la entrega voluntaria de la chica, conlleva la pérdida total de la hombría de su esposo. Este personaje está muy maltratado en la película. Recordemos el juego perverso en el que Willem Dafoe incita a Thomas a hacerse el machote solo para que Ellen pueda pasar la noche sola en casa y recibir a su amante.
Una de las pocas cosas interesantes que se pueden rescatar del juego erótico es la reflexión de que si asumimos que chuparle la sangre a Ellen es una entrega carnal, chuparle la sangre a Thomas no tiene por qué ser distinto. Esto implica que cuando Nosferatu muerda a Thomas veremos un plano en el que evidentemente le está sometiendo sexualmente. A pesar de que esta lectura de la historia sea novedosa, lamento que esté ahí al servicio de unos valores tan toscos.
La historia de Nosferatu es más bien tonta. Se puede adornar dándole las lecturas que se quiera, pero al final es una historia de un monstruo. Si nos gusta “Nosferatu (1922)” y “Nosferatu, el vampiro de la noche (1979)” es porque ambas proponen estéticas muy fuertes. Aquí me cuesta simpatizar con la película porque todo tiene un aura de un gótico kitsch. Estéticamente vale muy poco. Pero además la historia me la están contando con unos aires de trascendencia que no puedo con ellos. La forma de hablar de Nosferatu es terrible, parece una parodia de quien intenta dar mucho, mucho miedo. Me resulta bochornoso el encuentro con la carroza embrujada. Casi a nivel de Tim Burton. Y es de una soberbia feroz que se apele a las sombras que hicieron mítica la obra de Murnau. No contento con tratar de remedar uno de los planos más famosos de la historia del cine, considera las sombras como algo a lo que se recurrirá siempre que más o menos cuadre. Lo tenemos nada más empezar, ese plano terrible de la mano acechante sobre la ciudad (más que a “Nosferatu (1922)” parece apelar a “Fausto (1926)”) y el plano que más explícitamente dialoga con la de Murnau, aquel en el que se suben las escaleras. Un plano que aparece sin potencia alguna, como un guiño travieso en el exordio del clímax de la película.
Si tenemos que reconocerle una invención estética a la película es el hecho de que Nosferatu luzca bigote. No solo bigote sino unos pelos mal puestos en la calva. Al contrario que Herzog y Murnau, que disfrutaban de mostrarnos a su lívido vampiro, aquí se trata de esconderlo el mayor tiempo posible. Esto permite a Robert Eggers crear hábilmente un susto muy efectivo. Cuando Nosferatu se acerca a morder por primera vez a Thomas, el vampiro se aparece desde las sombras y aproximándose al haz de luz nocturna que entra por la ventana: es la primera vez que vamos a ver el diseño de este personaje. Nuestra atención a la pantalla es máxima, entonces vemos la imagen de Hellen con la cara ensangrentada. El diseño de Nosferatu es prácticamente el punto fuerte del personaje frente a cualquier otro vampiro, que aproveche la revelación, la máxima concentración del espectador para aumentar la efectividad del susto me parece por lo menos sagaz.
La bodega del barco es, tanto en Nosferatu como en “Drácula (1931)”, un momento importante para entender el poder de este monstruo. Es decir: cuando se baja a la bodega es porque sabemos que Nosferatu va a salir de su caja. En ese sentido es también un buen momento para darnos un susto. Pero me parece que lo que se obtiene es bastante torpe.
El momento de la muerte de Nosferatu es otro de los momentos clave en la película. La transición en cortinilla horizontal es uno de los momentos estelares de “Nosferatu (1922)”. Su sucesora nos deja esa imagen tan ferozmente cómica de Klaus Kinski tirado en el suelo con los ojos en blanco, como si fuera una cucaracha muerta. Aquí el parguelas entra en la habitación a punto de descubrir a su amante. El contraplano de esa uva pasa, con las piernas de alambre es de un ridículo espantoso. No tengo pegas en que esto ocurra, insisto en que la historia de Nosferatu es una chorrada. Hace 100 años podemos entender que se la tomara en serio, hoy de ninguna de las maneras. Lo grave es que la película no parece darse cuenta del dislate que está narrando y no cede ni un segundo en la solemnidad que pretende insuflar a esa muerte.
También me parece un pastiche cuanto rodea a Willem Dafoe. Lo que en “Nosferatu (1922)” se resolvía con un librito que lee Thomas, aquí lo tiene que decir de viva voz este médico esotérico. Convencionalmente entendemos que no es elegante que se nos explique la trama por escrito. Pero es un recurso que está tan denostado que podría reivindicarse como algo estilístico. ¡Podría haber colado como un guiño a la obra original! Pero un personaje que viene a contarnos lo que pasa… Eso es terrible. Reconozco que quizás soy más duro con él de lo que se merece porque es el responsable de convertir la película de vampiros en una película de posesiones. Podemos ver a Hellen retorcerse en la cama con una corporalidad que dista muy poco de “El exorcista (1973)”.
La muerte de las dos niñas tiene el hoy en día típico momento de mirada de la violencia como algo anodino. Podemos reconocer en la forma en la que Nosferatu arroja al suelo con total falta de respeto a sus víctimas la misma posición soberbia que tenía la cámara ante el desagradable final de “Men (2022)”. Que muera su madre nos deja una escena de necrofilia muy innecesaria, aquí sí, sin ninguna solemnidad. Por lo gratuito y lo grave de la acción me ha parecido divertida. Antes de esto hemos visto los tres ataúdes bajar de la carroza fúnebre. Aquí creo que hay un golpe de efecto muy bueno: la cámara empieza mostrando la carroza; con un paneo horizontal recorremos todo lo largo que es el ataúd de la mujer adulta. Al terminar esta caja vemos los dos cofres mucho más cortos y, supongo que para hacerlo más evidente, absurdamente altos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario