- Dir.: Albert Serra
- 2024
- 125 min.
La actividad del torero queda retratada con cierta rutina. Las escenas dentro de la furgoneta que le trasladan entre la plaza y el hotel podrían ser la clase de momentos que muestren lo anodino de un oficio. Sin embargo son escenas con verdadera tensión. Podemos notar que, por lo menos en la cabeza de Andrés Roca Rey, hay una actividad importante. Por el contrario en la plaza, quizás por tener las corridas con poca diferencia de tiempo, porque los planos son limitados, porque los elementos que aparecen en cuadro se reducen al toro y al torero; el hecho es que le vemos repetir los mismos movimientos. Los alardes de valentía y virilidad son siempre reconocibles.
Escuchamos continuamente las mismas voces. Cómo a cada pase el torero repite: toro. Cómo la cuadrilla insulta y llama de todo al animal. Hay un momento dado en el que dos toreros están mareando al animal; colocándolo al gusto del señorito para que pueda matarlo. La cámara no nos muestra aquí sus rostros. Lo que sí oímos, sin embargo, son los ruidos rudos y animales que los dos toreros emiten para llamar su atención. El cuestionamiento moral de la película evidente es el de la tortura animal, es claro. Sin embargo hay algunos momentos en los que el retrato que recibe esta gente es casi el de un señorito del mundo de la alta cultura, que ha bajado a la arena a extraer todo lo estético que le interesa.
Lo cual agradezco. Aparece muy poco, pero hay algún plano en el que se cuela el público. Toda la solemnidad que la película haya podido generar lo cierto es que se diluye al ver a esas personas. Lo más desagradable de ver sin duda es la muerte del toro, pero lo que tiene de espectáculo de masas tampoco es que deje a uno con una sensación placentera.
Los planos de la muerte del toro son crudos, sí. Pero es que además no llegan a mostrar una sublimación de esa imagen. El torero cuando entra a matar tiene unos ojos blancos, pero que en cualquier ficción estarían inyectados en sangre. Son ojos asesinos, su boca es salvaje. Es un personaje totalmente terrorífico. Ello además se ve favorecido por la fotografía rojísima que tan bellamente le sienta al amarillo de la arena. El resultado de este espadazo ni siquiera es una muerte rotunda. El animal, que lleva varios minutos con la lengua fuera, aún da unos pasos hasta que cae al suelo. Los ojos, la manera en la que las patas siguen rígidas… Todo ello es muy desagradable de ver. Ni siquiera cuando le dan la puntilla tenemos una imagen que podamos ver con poesía: es un sufrimiento que parece no tener fin. Este horror tiene como conclusión un trato de total desprecio hacia el animal que yace en la arena; sin que su cuerpo se haya relajado por completo. Unos caballos entran a la plaza y, como un procedimiento industrial, sacan al animal arrastrándolo por la plaza. Es una imagen desoladora.
Ver estas imágenes tan despiadadas de alguna manera nos anestesian. Así para cuando vemos otras estampas cruentas como el flujo de sangre cayendo por el lomo del más claro de los toros podemos apreciar la potencia estética de ese plano macabro.
Cuando en el cuadro no se cuela nada que esté fuera de la arena se genera un efecto bastante abstracto. El plano final en el que la música se vuelve etérea y Roca Rey cruza la plaza entera casi parece uno de los planos finales de “Solaris (1972)”. Casi lamento que llegue a verse la puerta por la que abandona el ruedo. Que oigamos al público aplaudir, silbar o gritar puede acompañar a las imágenes que vemos. Aunque tengan el mismo efecto que las risas enlatadas, sirven para marcar un ritmo a lo que vemos. Lo que resulta muy disruptivo es lo terrenal de los pasodobles. Toda la tensión que se está generando en la escena pareciera que la rompe alguien porque percibe que el público pudiera estar aburriéndose.
Supongo que la imagen que más ensalza la hombría del torero es aquella en la que queda de frente, entre los dos cuernos del animal. Al tener la sucesión de corridas no podemos obviar que los pasos cortos que realiza para llegar a esta posición son siempre los mismos. No quiero decir que para él sea una acción trivial y que se limite a efectuarla como un profesional. Creo que la actitud del torero es siempre de gran entrega y de mucho peso escénico. Pero como espectador seguro que le resta algo de heroísmo.
Si algo se repite es el peloteo de su cuadrilla. Entiendo que por un lado tendrán justificación técnica, en el sentido de que ese hombre necesitará una confianza ciega para reunir el valor de hacer lo que hace. Creo que sin embargo hay un elogio genuino. Hay una especie de veneración a la persona. Mientras que Roca Rey tiene un gran porte, una mirada atractiva y todo él es bello, el resto de miembros parecen sacados de una viñeta de Pedro Vera. Insisto en que creo que este es el motivo principal para que estemos oyendo todo el rato Ole tus huevos y demás adulaciones. Pero tampoco se nos puede escapar que son sus empleados. En el mundo del toreo hay algún tufo rancio de respeto a las jerarquías.
En el cine de Serra son habituales los planos que de repente dedican algunos minutos a mirar a un actor que no es el protagonista de la escena. Son típicas sus miradas perdidas. Sin sabe muy bien si estamos viendo a un personaje mostrar indiferencia hacia la acción principal, o si el actor no se sabe enfocado y, por tanto, puede relajarse. Ha sido muy sorprendente reconocer ese mismo tropo en los miembros de la cuadrilla. Tras informarle de que la plaza le está midiendo, dos banderilleros se quedan cerca del burladero, la cámara no sigue a Roca Rey mientras camina al encuentro del toro. Estos dos individuos miran con interés pero relajados. Se puede discutir si esta imagen puede tener algún mérito, pero desde luego no es nada común en una película.
En el toreo hay una especie de igualdad fingida entre víctima y verdugo. Obviamente no para todos es un deseo, pero que exista la posibilidad de una cogida fatal es lo que hace a ese espectáculo único. Sabiendo que es un documental y sabiendo que Roca Rey no ha salido en las esquelas del periódico no podemos esperar grandes sorpresas de la película.
Hay una escena que es una maravilla: aquella en la que se viste. Se puede ver y oír una tensión en las telas que me recordaban a las de Antonio Gades en “Bodas de sangre (1981)”. Cómo levantan a ese tío del suelo un palmo sólo para que entre en sus pantalones, cómo se debe usar una aguja para abrochar un recóndito botón. Esa elegancia tan histriónica del traje de luces se contrasta con unos blancos, unos ámbares y unos dorados terribles del Hotel Ritz de Madrid.
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