viernes, 31 de enero de 2025

LA GUITARRA FLAMENCA DE YERAI CORTÉS

Dir.: C. Tangana
2024
91 min.

Me ha gustado mucho. Me he reído con los diálogos de los gitanos. Me ha emocionado la historia de un personaje que conocemos por destellos. El flamenco está rodado con una fuerza arrolladora. Los elementos narrativos funcionan muy bien, pero las escenas musicales son soberbias.

La puesta en escena es imaginativa. Incluso cuando la escenografía corre más riesgo de desbarrar, como es el momento en el que Yerai le canta a su madre subida en un altar, el momento más simbólico, ahí la estética sigue siendo muy llamativa. Esos zapatos brillantes golpeando el suelo, arrastrando la arena, qué forma de llenar el espacio sonoro. Es cierto que la cámara en mano en esta escena se mueve un poco errática. En particular me refiero a ese paseo que hace desde el maravilloso órgano de tubos que tan bien amalgama la música hasta Yerai. Este plano busca posicionar la cámara frente a su madre para construir el clímax con el que concluye la escena. Un clímax en el que percibimos claramente la mano de Raül Refree. Como digo, en algunos de los paseos de la cámara sobre la arena roja, vemos que el objetivo, más que caótico, parece perdido. Quiere mostrar ese deambular de las mujeres cubiertas con tejidos blancos, pero el resultado es un mareo.

Todos los momentos musicales funcionan genial. Es bonito que Yerai, siendo el protagonista del documental, nunca despliegue un virtuosismo que se coma las actuaciones. Al contrario: solemos fijarnos mucho más en quien esté cantando o bailando. El baile y las palmas de “La Plaza Argel” es una absoluta gozada. A lo largo de la actuación la cámara cambia de altura, gira desde dentro del círculo que forman los gitanos palmeros. Es una sensación muy inmersiva. Es la primera escena en la que vemos a tantos gitanos juntos. La estética de muchos de ellos nos resulta muy ajena. Unas tripas, unas barbas, unos tatuajes… Esta es la puerta de entrada a esta sociedad y por el resto de la película nos quedamos encandilados de ellos. Creo que hay algo hábil en la película a la hora de elegir qué cosas del mundo gitano, no digo esconder, porque no creo que se esconda nada, pero sí se elige hacia dónde dirigir el foco. Por ejemplo hay una charla maravillosa en el patio de una casa en la que se habla de cómo reaccionó el mundo gitano al enterarse de que Yerai tenía una novia paya. Aquí se habla de lo tóxico que son los hombres gitanos. Por la gracia que tienen todos ellos al hablar, se puede sacar este turbio tema sin que perdamos el cariño por ellos. El esperpento máximo se alcanza en la canción “Los gitanos sonamos así”. Se recrea en un río seco una vida gitana antigua. Con un patriarca que parece salido del sketch más ofensivo de Juan Muñoz. Un mero figurante Israel Fernández. Un teclista berbenero a más no poder. Es una delicia.

Narrativamente se busca que la historia no esté en primer plano todo el rato. Vamos oyendo conversaciones acerca de Tania. Descubrimos que Tania es su novia paya. Después oímos algo de una infidelidad. De repente Tania cambia de color de pelo, lo que por un momento, nos puede confundir acerca de quién es esa persona. Pero a la vez se habla de Tania como alguien que ha muerto y cuya tumba va a visitar Yerai… Es todo muy confuso. Pero nunca es críptico. No se trata de ir recogiendo las piezas de un puzzle. Se nos desorienta con una conversación y en la siguiente escena se nos revela de qué se estaba hablando.

Hay que ser muy hábil para conseguir emocionarnos de esa manera simplemente poniendo la cámara delante del nicho de esa chica muerta con 24 años. Esto es un documental, no hay forma de que nos creamos las supersticiones que todo el mundo da por ciertas al rededor de la muerte de esta chica. Toda esa poesía de que murió por haber tenido que guardar un secreto… No podemos creernos todo eso y sin embargo cuando Yerai llora delante de la lápida, todo aquello de lo que habíamos renegado desde la butaca, surte efecto y la lágrima aflora.

Los testimonios de los dos padres son muy divertidos. Me gusta esa incontinencia verbal que tiene la madre. Lo efímero de sus eso no se puede decir, que se traicionan en cuanto Antón sostiene la mirada un segundo más. Me gusta esa narración del padre, la de la persecución policial en coche, que revela el final, a lo Shyamalan, que todo le ocurrió con 12 años. Me encanta cuando el padre le dice a su hijo: ¿tú de esto estás pillando algo? Me encanta ese hombre persiguiendo a C. Tangana, Poncho, para que grabe algo con su hijo. Me gustan sus subjuntivos imposibles.


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