- Dir.: Brady Corbet
- 2024
- 215 min.
Hay bastante rato en el que la película me interesa poco. Me refiero a todo el tiempo en el que se trata de la vida de un hombre que tiene que rehacer su vida en Estados Unidos. No me interesa mucho la relación con su primo y tampoco me interesará mucho lo que le ocurra a su mujer cuando consiga salir de Europa. Es cierto que se percibe una preocupación de la película por incluir al personaje femenino; por esquivar la crítica típica de que solo se muestra al genio y se deja de lado a las mujer que le rodean en su vida.
Creo que los puntos en los que la película más brilla son todos ellos estéticos, sensoriales. Por ejemplo adoro todo el rato el fortísimo acento de Adrien Brody. Me encantan esas consonantes arrastradas. ¡Qué rabia dará cuando su mecenas diga que habla como un limpiabotas! Una secuencia que la película sabe lucirse muy bien es la del viaje a Carrara. Es una maravilla la música central de la película, con esas trompas apabullantes, resonando contra esos bloques lisos de mármol. Me encantan esos planos de colores desaturados (muy propios de A24, todo hay que decirlo) mostrando la trabajada ladera de la montaña blanca. El hombre desarrapado italiano camina por esas piedras como en una escena onírica. Me gusta cómo el eco permite disociar el sonido de las palabras de este hombre y la imagen. Me ha recordado a la escena de las catacumbas en “Te querré siempre”. Me encanta cuando las tres figuras se adentran en la cantera, como siluetas diminutas negras frente a ese fondo blanco veteado.
Hay una cosa que da un poco de lástima y es que percibamos que las creaciones del protagonista nunca se vean en su esplendor. Se dará más espacio a las máquinas de construcción pesada en las que deberá trabajar cuando sea expulsado por su primero. Por ejemplo la biblioteca con la que arranca todo, lo máximo que vemos de ella será cuando ambos primos cierren las puertas de la librería. Unas puertas que transforman de golpe la estancia completa ya que cubren todas las paredes. Ocurre parecido con el edificio que ocupará toda la película. Se nos llega a mostrar que hay bloques gigantes de hormigón que giran con gran ligereza. Pero parece que nunca se consigue que la imagen transmita esa potencia que la música busca. Me gustan algunos planos que me resultan abstractos. Casi me gusta más esa escena en la que se pelea con el otro aquitecto en los cimientos de la obra. Ahí sí se da una sensación de que hay recovecos. Por supuesto me gusta la sala que almacena agua, con esas columnas sorprendentemente livianas. Con respecto al punto central de la obra, la cruz que se ilumina en el altar creo que es mucho menos impactante de lo que se busca. Se nos ha anunciado que el arquitecto busca que haya un corazón de belleza en sus edificios. Es cierto que nunca lo habíamos visto hasta el cierre de esa escena. Pero lo cierto es que nos lo habíamos más o menos configurado en la cabeza. No tengo la percepción de ver por fin lo que tanto se nos había prometido. Sí está bien que lo siguiente que vemos sea la cruz cristiana invertida en el techo.
Por supuesto me gusta que lo primero que vemos de Estados Unidos sea la imagen de la Estatua de la Libertad dada la vuelta. Una imagen quizás facilona, pero no por ello menos gustosa. A estos extranjeros se les promete la libertad, pero tendrán que enfrentarse a muchísima xenofobia. En este punto la música de la película truena. En general música con todo lo apabullante que es nunca sonará del todo limpia. Nunca se la permite brillar del todo. Esto me gusta. Siempre tendrá algún ruido por ahí al fondo.
Cuando el mecenas saque a sus invitados al frío para mostrarles el descampado donde construirá su edificio me recuerda, mucho menos onírico, a ese paseo noctámbulo en “La dolce vita”. Me resulta inevitable cuando veo andamios a las órdenes de un megalómano no acordarme de las escenas finales de “Ocho y medio”.
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