viernes, 12 de septiembre de 2025

SIRAT. TRANCE EN EL DESIERTO

Dir.: Oliver Laxe
2025
114 min.

No creo ser original si señalo la fusión entre “Climax (2018)” y “Mad Max: Furia en la carretera (2015)”. El segundo paralelismo es inmediato porque la cabeza rapada de Jade Oukid a bordo de esas máquinas motorizadas nos recuerda forzosamente a Charlize Theron.

Visualmente es una gozada. Los cielos que logra son una delicia. A veces consigue que cielos azules resplandecientes tengan tonos casi amarillentos. Un color del cielo que recuerda al de “Asteroid City (2023)”. Aquí con unas arenas de tonos mucho más desaturados. Podemos señalar algún plano aéreo en el que se ve el escarpado camino que han de recorrer los vehículos en la ladera de una montaña. El cielo tiene colores magentas, grises azules… Todo con una luz suave, la ladera oscura. Las luces de los coches algo fuera de foco pero sin efecto astigmático. Esas luces que avanzan en la noche recibiendo de cara el viento polvoriento del desierto pueden recordar a los planos más abstractos de “Mandy (2018)”.

La cámara consigue encontrar patrones rítmicos en los estratos de las montañas o en las vías pulidas de un tren. El zumbido de la música es una maravilla. Su diseño sonoro exige rabiosamente que la película se vea en cine. Un sistema de sonido que permita a nuestras caja torácicas reverberar como reverbera ese desierto.

Aunque vemos que la película tontea con lo abstracto en varias ocasiones, por algún motivo difícil de definir la seguimos percibiendo como lastradamente narrativa. Por ello nos sorprende que muera su hijo. Ni siquiera la transición a la siguiente escena me permite liberarme del miedo a que todo se revierta por algún motivo. Casi más sorprendente que la muerte del hijo es que muera un perro que le acompaña. Animal con el que se nos ha forzado a empatizar llevándole a un estado crítico por haber consumido LSD.

Este miedo de la dependencia de la diégesis me impide disfrutar plenamente del final. Por un lado me parece evidente que se sostiene demasiado un estado en el espectador que trata de mantenerse solo por la música obsesiva. Lo cierto es que las imágenes rompen con esta intensidad creciente. Evidentemente los personajes que están en escena han mirado a la muerte muy de cerca. Este es el estado de trance poderoso. Después se nos lleva a un tren que no se sabe a dónde va. Puedo entender el aspecto nihilista de esto e incluso es elogiable que se apele una vez más a las vías brillantes y rítmicas. Pero desde luego no ayuda a mantener la carga de la escena que acabamos de abandonar. Me parece mucho más autocontenido y poderoso el plano que acerca más y más a los altavoces que quedan sonando solos en el desierto. Sin fuente de energía conocida. Casi como monolitos de “2001: Una odisea en el espacio (1968)”.

La escena que culmina con la explosión de Jade funciona increíblemente bien. Ver a todos ellos bailar es una maravilla. Se le da una muerte muy cruel. Sin atisbo de épica. El plano en el que la camioneta cae al vacío tiene este punto casi ridículo. Arbitrario. Hay un punto de indiferencia hacia la víctima como ocurriría con Lars von Trier y compañía. Me encanta que la víctima de la primera explosión sea el personaje con más carisma de ese grupo. Hay que decir que ninguno de ellos actúa particularmente bien, pero siempre quedan muy bien en cámara. Los planos más crueles para sus artes interpretativas son los que tienen que llorar una pérdida. Son bastante poco favorecedores.

Por supuesto nunca se llega a un punto con esa densidad. Pero el hecho de que lleguen noticias aisladas, confusas, el viento, el sonido difícil… Me ha recordado al nihilismo que se mostraba en “El caballo de Turín (2011)”. Más por la forma que por el fondo, ya que aquí sí se confía mucho en la generosidad. Hay claramente una enseñanza en el protagonista: ¿qué sentido tiene ser conservador o precavido cuando ya se ha perdido todo? Adoro, por supuesto, que llegado un momento la premisa de la película deje de mencionarse de forma tan descarada y desafiante.


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