viernes, 3 de octubre de 2025

LE LLAMABAN TRINIDAD

Dir.: Enzo Barboni
1970
109 min.

Comete el error que hace fracasar a las películas de explotación: no abraza con fuerza el elemento de reclamo. A esta película hemos venido a ver los golpes. Queremos la violencia inverosímil. Me produce una pereza horrible cada vez que arranca a hablar el barbudo representante de los mormones. Puedo entender la intención del retrato de esta gente humilde, de gente que rechaza la violencia, para tener esa escena final en la que han de usar los puños. No me parece un chiste que merezca la pena de habernos tragado tantos minutos de las miserias de esta gente.

Igual pasa con los agravios que sufren. Estas gentes podrán tener nuestra simpatía, pero son retrógrados y fanáticos, no llegaremos nunca a empatizar con ellos. No queremos verles una y otra vez quedarse como pasmarotes ante los abusos de los vándalos mexicanos. Tampoco nos gusta el rico gobernador que quiere echarlos del valle. Entiendo que todo esto son elementos para mayor gloria de los hermanos Trinidad. Al fin y al cabo son los héroes. Pero en general son soberbios y es difícil que les lleguemos a admirar. Se han mostrado tan omnisapienciales, sabemos que la película va tan a favor de ellos, que les percibimos casi como tramposos. Todas las escenas están montadas para que ellos sean los más listos. Ven lo que el espectador puede ver pero ellos no están mirando. Y, si hace falta, seducen a una chica que les mira por primera vez.

Esas dos ninfas que se bañan en el agua y que convenientemente rechazan la monogamia, sí son lo suficientemente gratuitas y desvergonzadas como para que me resulten divertidas. Le dan una antigüedad a la película que me permite mirarla con benevolencia.

La imagen de Terrence Hill es muy llamativa. Su piel tiznada, oscura contrasta con unos ojos y dientes claros. Un contraste muy conveniente para que resalte su sonrisa burlona. Hay que decir que no siempre se conseguirá el alivio cómico que se pretende. En una pelea en un bar él salta detrás de la barra y despacha puñetazos a sus adversarios como si él fuera un camarero. Todo ello ocurre con una falta de ritmo que nos hace mirar esa actitud de Bugs Bunny con cierta lástima.

Me ha gustado ese medio de transporte chulesco. Tumbado sobre una lona detrás de un caballo. Una idea que sobre el papel puede resultar icónica. Abandonamos la película con esta imagen en la memoria pero la olvidamos durante la mayor parte del metraje. En cierto sentido es como el ataúd de “Django (1966)”. Pero ahí sí tenía sentido para la sorpresa final del guión. Casi igual de grabada se nos queda una imagen totalmente accidental. En la primera escena entrará a una taberna sobre cuyo tejado parece estar una vaca.

Igual de gratuito es el título. Verdaderamente él se presenta como Trinidad. Se dice al inicio y, yo diría, nadie se llega a referir a él por ese nombre. Por supuesto que existen muchas películas cuyo título es el nombre de su protagonista, pero aquí se complejiza el título para darle un misterio, un aire de leyenda que nunca se recoge.

Los golpes ni son tan exagerados como típicamente se piensa de estas películas ni son tantos ni demasiado imaginativos. La primera vez que Bud Spencer hace gala de su fuerza es llevando en volandas a un pobre diablillo chiquitujo que está apresado. Le coloca sobre una cama como si fuera un pelele. Pero lo vemos más como quien reconoce el rasgo característico de esta pareja de actores que como quien se maravilla por una imagen imposible.

Quizás la primera vez que funciona su fuerza sobrehumana es en la escena en la que el capataz de los mexicanos pone a los mormones en fila para ir tumbándolos de una bofetada uno por uno. Le llega el turno a Bud Spencer. Aventuramos el chiste. Por eso es de vergüenza ajena el exordio del mexicano con su a ti no recuerdo haberte pegado antes.


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