viernes, 8 de enero de 2021

ROMA, CIUDAD ABIERTA

Dir.: Roberto Rossellini
1945
100 min.

La película está borracha de cine estadounidense. La narración lleva la marca de agua de Hollywood. Sin embargo se permite muchas más libertades que el cine americano. Por ejemplo se utiliza una cámara en lugares poco canónicos como entre los barrotes de una escalera. Se graba desde una camioneta a una mujer corriendo. No se busca una limpieza en la escena como sí hacen los americanos. Por otro lado está más que excusado el tono extranjero. Hacía poco tiempo que el modo de hacer estadounidense había mostrado sus posibilidades en “Casablanca”. Esta clase de grandeza es la que necesita el pueblo Italiano en una Europa aún en guerra.

El movimiento se llama neorrealismo. Uno podría esperar aquí naturalismo, pero el nombre no dice eso y, de hecho, no es lo que nos encontramos en la película. Vemos realidad. Sobre todo en los escenarios. Los exteriores son palpables y más aún los interiores. Vemos una curiosa cafetera, antigua, con uso. Los edificios medio derruidos por la artillería son reales.

El retrato que se hace del nazismo es de absoluta barbarie. De hecho uno de los militares de alto rango en una noche en estado de embriaguez sentencia que lo único que saben hacer los alemanes es matar. Han llenado Europa de cadáveres sin conseguir nada. Esto se muestra también con una pareja de alemanes que llegan a un restaurante con dos corderos y quieres que se los cocinen. Al responder el mesonero que él no es carnicero y que así no le valen de nada, los soldados se llevan los animales detrás de la casa y los matan de un tiro asegurando con orgullo que esa tarea se les da bien.

El argumento es la supervivencia de los opositores al nazismo. No es un relato sólo de activistas políticos. Todo el pueblo de Roma sufre la ocupación. Es tremenda la imagen de los nazis vaciando un edificio entero porque buscan a una persona. Es algo mucho más trágico que las clases de inspecciones que podemos ver en otras películas como “El pianista”. Esta escena termina con una mujer embarazada corriendo detrás el camión en el que se llevan a su prometido. Los alemanes abren fuego. Cae al suelo y el cura y su hijo recogen su cuerpo. La actuación de Anna Magnani es una maravilla.

Hay ciertas imágenes muy crudas. Quizás por la tragedia general que se vive, no se perciben como tales. Durante la inspección del edificio el cura sube a la azotea. Allí encuentra a un niño que tiene una bomba. Una bomba que los niños del edificio guardan de forma habitual para sus pequeños atentados. El propósito del niño es detonar la bomba matándose él y a todo el edificio pero también a unos pocos nazis. Se muestra la impactante imagen de un cura peleando con un niño por conseguir una bomba. Más cruda es incluso la imagen de la mujer que es seducida por los nazis a cambio de morfina. Esa mujer nazi recibiendo en su regazo a la italiana completamente drogada. Ahí hay una maldad genuina que no se muestra siempre con tanta explicitud.

Una de las grandes escenas de la película es el silencio de los prisioneros. El general alemán, de largas pestañas y entallado uniforme, no da crédito a su silencio. Él estaba convencido de que hablaría. Hablaría a pesar de usar golpes y sopletes. Hablaría porque no hablar sería estar a la altura de un alemán y eso no es tolerable en un no ario. El discurso que da el cura en ese momento acerca de que él sólo ha ayudado a gente es muy efectivo. Para este efecto se basa en el modo de hacer americano.

El final de la película es la muerte en un fusilamiento del cura. Aquí hay una gran provocación al hacer que dos filocomunistas mueran como mártires y, más aún, con referencias a Jesucristo. Tras esta muerte los niños entran de nuevo a Roma. A Roma entran los romanos, no los fascistas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario