sábado, 11 de febrero de 2023

BABYLON

Dir.: Damien Chazelle
2022
189 min.

Chazelle parece que ha encontrado su cortijo en el jazz. Parece que le quiere arrebatar el título de cineasta jazzista a Woody Allen. En “Whiplash” y “La La Land (la ciudad de las estrellas)” ya nos había mostrado lo potente de una cámara enfatizando una trompeta para ir a parar a su misma campana. No sé cuántas veces se repite esa imagen en esta película pero las suficientes como para que yo llegara a pensar que parecía casi una parodia. También notamos claramente que el tema romántico en un desafinado piano tiene la cadencia perfecta para poder sonar de manera evocadora como lo hacía el tema principal de “La La Land”. El hecho de subrayar tanto el truco hace que se le vean las costuras. Si no fuera por eso, realmente Chazelle parecería un virtuoso de la cámara.

Además ha cometido el atrevimiento de hacer una escena de presentación grandilocuente, desaforada. Una que empieza con una cámara volando y haciendo unas florituras que recuerdan a la fiesta de “El placer”. Claro, no sorprende tanto ésta cuando recordamos el tamaño de la cámara que hizo volar aquélla. Diría que el baile erotiquísimo de Margot Robbie tiene una puesta en escena que recuerda a la de “Climax (2018)”. Nótese que en la escena de “Babylon” se intenta mostrar una bacanal mientras que en la de Gaspar Noé se muestra una coreografía. Mientras que “Climax” es muy sucia en muchos sentidos, “Babylon” es estilizada hasta la exageración.

No es algo que deba sorprendernos: es marca de la casa. Lo que sí resulta llamativo es que se permita disfrutar tanto cuando lo que se nos muestra es absolutamente abyecto, una alta sociedad californiana totalmente hedonista. Sobre todo es sorprendente cuando tenemos tan fresca “Última noche en el Soho”. A pesar de que vemos caer inconsciente a una actriz que está pagando con favores sexuales el trato preferente que su productor le procura, la escena sigue siendo festiva. Y no sólo festiva, sino que busca epatar.

Es cierto que la película es consciente de esta degradación moral. Lo llamativo es que la película aproveche estos comportamientos como un componente estético. Me parece casi vergonzoso cómo la película habla de una época en la que progresivamente la sociedad estadounidense exige a sus celebridades un comportamiento más correcto. Pareciera simplemente una ola de conservadurismo que los estudios tuvieron que seguir para continuar facturando. Hábilmente la película olvida mencionar que las películas debían someterse a la censura del Código Hays. En el mismo sentido se evita mostrar la cara tiznada del protagonista de “El cantor de jazz”.

Personalmente el romance principal no me funciona en absoluto. Sobre todo la parte femenina. En particular tenemos una escena en la que la insoportable actriz despechada con el mundo estilizado de Hollywood vomita en sus carísimas alfombras mientras grita que no son mejores que ella. Es una escena que roza la misoginia (aunque se queda en pañales al lado de la esposa húngara de Brad Pitt). Sí me parece muy valiosa la banda sonora de esa escena: una percusión como la del bolero de Ravel y que termina en una orquestación frenética. Entiendo que la película quiere volver a traer a colación el discurso de “El crepúsculo de los dioses”, incluso de “Érase una vez en… Hollywood”. Pero es que creo que en este aspecto no aporta nada nuevo. Sólo un hombre, que en un ambiente relativamente hostil con un par de golpes de suerte y esfuerzo consigue cierta importancia en ese negocio, ve su carrera frustrada por los caprichos de una famosa acabada.

La secuencia que termina con él abandonando la ciudad parece retorcerse por escandalizar tanto como a ella le gustaría. Esas catacumbas de Hollywood en las que lo que se nos presenta como lo más abyecto de la sociedad un forzudo que come ratas vivas por dinero… Sí, comprendo que es una crítica al ansia de fama que el cine genera en la sociedad. Pero siendo el Virgilio que nos acompaña un hombre tan cínico, no sé por qué encuentra eso realmente entretenido. En esos pasillos vemos a un individuo que, juraría, es el protagonista de “El hombre elefante”. Lo último que dirá el protagonista antes de irse de la ciudad se lo dice a un pistolero que le encañona. Él llorando en el suelo le suplicará: No me mate, soy mexicano. ¡Qué es esto! En el punto más álgido… Se desmorona la escena por completo.

La película hace guiños a “El séptimo sello”, Al Pacino en “El padrino” e incluso diría que hay un figurante en un autobús que parece un remedo de un cameo de Hitchcock. En su soberbia se atreve a emular el momento lacrimógeno de los besos de “Cinema Paradiso”. Mientras nuestro protagonista ve en una butaca “Cantando bajo la lluvia” se emociona al ver los dramas de los que la película hace comedia. Es llamativo cómo la idea de cine que tenía Brad Pitt y el Hollywood más clásico era un psicologismo, un cine como espectáculo, puesto frente los fogonazos que resumen la historia del cine incluyendo “Avatar”, para cimentar esa idea, intercalado con sus antítesis “Un perro andaluz” o “2001: una odisea del espacio”.

He disfrutado a la vez que mirado con escepticismo el desquiciado rodaje de una escena de batalla dirigido por un alemán dictatorial. No me termino de creer que el equipo se permita esa cantidad de contratiempos. Entiendo que la idea es transmitir un Hollywood salvaje antes de que llegara la necesidad de rodar en platós. Pero no cuadra mucho esta metodología con la premura que imprime el inexorable movimiento del sol. Casi nos queda sentir compasión por esos románticos cineastas con la creatividad coartada en Estados Unidos mientras el retrato que se haría del mundo del cine en Italia es “Fellini, ocho y medio”.

No quiero dejar de comentar el enorme mérito de hacer una película de tres horas en las que no he deseado en ningún momento que acabara. Aunque sí he querido varias veces que Brad Pitt y Margot Robbie murieran cuanto antes.


No hay comentarios:

Publicar un comentario