viernes, 22 de marzo de 2024

LUCKY

Dir.: John Carroll Lynch
2017
88 min.

Última película de Harry Dean Stanton. Va de un tipo que tiene que aceptar con realismo que va a morir. La emotividad de la película es mayor cuando piensas que realmente murió al poco de terminarla. La película está en gran medida dedicada al anciano actor. La primera vez que vemos su rostro es bajo un cielo azulísimo. Un azul muy plano que llena todo el cuadro. Un anciano andando por el desierto, la apelación a “Paris, Texas” es inevitable.

He de decir que creo que esta es la sutilidad y claridad que una película necesita. El protagonista literalmente descubre lo que es el realismo. Y él mismo explica que su concepción de la vida es que cada quién tiene su realidad. Relata que se marcha del cielo porque no le dejan vivir libremente. Pero la realidad es otra.

David Lynch también tiene una historia en un papel secundario muy sencilla. Una segunda visión de la historia de Lucky. Con una seriedad absoluta y muy devastado. Diciendo que un galápago es mucho más grande que una persona. Lo dice en el sentido de que vivirán más. El papel de Lynch es el de las fantasías. Prefiere creer que su galápago ha ido a buscar aventuras antes que asumir que se ha escapado y que no la volverá a ver. Esencialmente: que ha muerto.

Las historias que cuenta Lynch son maravillosas. La ternura con las que las cuenta te ponen en una dicotomía como espectador. No sabes si dejarte embaucar por su cuento o si reírte de sus relatos acerca de cómo la tortuga hacía planes elaborados para escapar del jardín de Lynch.

La escena final repite los planos de su rutina diaria; ahora vacíos. Asumimos que ha muerto. Uno de ellos se detiene un poco más que los demás y le vemos aparecer con sus andares de anciano, cuidando de sus rodillas. Entonces se detiene delante de un cactus enorme. Toda la película los cactus y los galápagos han simbolizado la eternidad, por ancianos. Básicamente Lucky se está enfrentando a la eternidad, a la muerte, donde se encuentra con la tortuga de Lynch. Mirada a cámara y sonríe.

En esta escena, aunque preciosa, quizás están dos de las mayores debilidades de la película. Por un lado una propia de la juventud de Estados Unidos. Es difícil ver a un ser vivo como algo eterno desde una Europa que tiene construcciones milenarias. Por otro lado el realismo de Lucky a lo único que le lleva es a la resignación. El enfrentarse a la muerte lo único que le enseña es a sonreír. Es una enseñanza simple, efectiva a nivel emotivo pero realmente pobre.

Es maravillosa la escena en la que se asoma al infierno. Con una música atronadora y él fumando. El único lugar donde se le permite. También se le ve acostarse en unas sábanas que marcan sus huesos como si fuera ya un cadáver mientras suena “I see a darkness” Johnny Cash siendo ya anciano.

Hay un tema que no se explicita nunca pero siempre está sobrevolando la película. Que la muerte es algo indeseable en sí misma. Hay personajes como Lynch que al descubrir que van a morir empiezan a pensar qué hacer con sus bienes materiales, o cómo pagar su entierro. Se preocupan por la burocracia de la muerte. Sin embargo Lucky no tiene ese problema. Su muerte no será una carga para nadie: no tiene familia. Sólo conocidos. Aún así la muerte es problemática. Sea como sea la vida que vaya a segar. Lucky no tiene planes de futuro. Tiene unas rutinas que le gustan, pero ninguna le apasiona. ¿Cómo habrían de hacerlo? Se basan en crucigramas, tabaco, concursos de la tele y Blody Marys. A pesar de todo, no quiere morir, tiene miedo a morir.

Es inolvidable la ternura del hombre cantando “Volver, volver” en una fiesta mexicana junto a unos mariachis.


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