viernes, 29 de marzo de 2024

THE ACT OF KILLING

Dir.: Joshua Oppenheimer
2012
117 min.

Es arrolladora. Un retrato de la maldad único. Alejado de cualquier otro problema moral antes planteado. La impunidad del mal la hemos visto por ejemplo en “El experimento (2001)”. Hemos visto múltiples historias sobre nazis en las que los verdugos deshumanizan por completo a sus víctimas. Pero la situación en esta película es de una complejidad increíble: mientras que ellos tienen remordimientos por sus acciones, la sociedad en la que viven glorifica su masacre.

La misma película tiene elementos que nos hacen incomodarnos. Quizás uno de los momentos más potentes sea aquel en el que el protagonista y verdugo: Anwar Congo interpreta a una de sus víctimas. Es tremendo porque el actor sufre realmente al hacer esta escena. Hemos oído muchas veces a lo largo de la película que los fantasmas de sus víctimas le atormentan por las noches. Sabemos que tiene remordimientos. Pero en este momento se derrumba y no puede completar la grabación. Sabemos que cada quien lleva sus traumas como puede y nos generamos en la cabeza las justificaciones necesarias para sobrellevar nuestras acciones.

A pesar de ello es de no dar crédito sus comentarios a esta escena. Explica al director que la humillación a la que se ve sometido le aterroriza. Hasta tal punto retuerce la realidad que dice: Me he sentido como se sentían mis víctimas. Esta frase tan desubicada revela hasta qué punto él se distanciaba de las personas que torturaba. Pensaba tan poco en lo que implicaban sus acciones, que considera comparable un rodaje y una ejecución real. El disparate es tal, que el propio director interviene para señalarle el sinsentido.

El sufrimiento de este hombre nos sitúa en un lugar muy incómodo. Al fin y al cabo estamos viendo a un hombre destruido. Pero es un hombre con un pasado tan terrible que nos resulta imposible empatizar con él. Vemos una dosis de realidad abrumadora, lo que hay delante de la cámara es sólo una muestra de un padecimiento que ya dura décadas. Pero es un padecimiento que él mismo se ha buscado. No se trata de una sociedad como la nazi en la que se deba cumplir un ideario, es una revolución que se ha impuesto en ese país y con la que él ha decidido colaborar.

Pero no es la única persona que sufre en la película. Hay una recreación de una matanza en la que se utiliza a una serie de extras. Cuando la cámara corta vemos a mujeres y niños realmente conmocionados por lo que acaba de ocurrir. Hay una niña que llora mientras uno de los asesinos le felicita por la toma que acaba de realizar. Ya antes de esto hemos visto llorar a niños cuando un hombre mayor interpreta a una víctima. Los asesinos, buscando la violencia que ellos han aprendido del cine de gánsteres, no escatiman en gritos y maltratos. Los nietos de este hombre se tiran al suelo a intentar ayudarle sensiblemente afectados.

El aspecto político es enormemente único. Saben que lo que hicieron está mal. Pero no existen leyes que les vayan a condenar. Las convenciones de derechos humanos las rechazan. Hay quien opina que es mejor no desvelar la Historia no por mantener pulcra su imagen, sino para que eso no provoque inestabilidad social. Desde una perspectiva española es imposible no pensar que esas opiniones se vierten tan solo tras haber transcurrido 40 años de los crímenes y aquí seguimos sin querer desvelar los muertos de hace 80. Como muestra de lo próximo que está el asunto, un miembro del equipo de rodaje relata cómo teniendo él 11 años tuvo que recoger con la ayuda de su madre el cuerpo de su padre la mañana siguiente de que lo obligaran a abandonar de su casa. Hubieron de enterrarlo sin que nadie les ayudara para no ser asociados con comunistas.

Un miembro del gobierno visita el rodaje y el tipo también mantiene una posición delicadísima. Por un lado quieren mostrarse fieros para evitar revueltas de tipo vengativo. Se llega a explicitar que no hay levantamientos comunistas porque les temen. Pero por otro lado no le gusta el resultado de la escena porque le parece que les muestra como gente cruel. La palabra cruel se repite muchas veces. Buscan hacer ver que son capaces de cometer los actos que niegan haber cometido.

El líder de las juventudes es un tremendamente despreciable. Aficionado al golf. Baboso con las mujeres que le rodean… Las juventudes se declaran colaborativas en todo tipo de actividades ilegales. En sus discursos asegura que los comunistas son una amenaza para la patria. No deja de ser llamativo que un ideario como ese no tenga ningún problema en abrazar las formas de ocio estadounidenses: bolos, golf o el letrero de McDonalds con el que abre la película. El cine estadounidense, de hecho, es algo casi personal para nuestros protagonistas. Aparte de que su violencia es la que asimilan como estética propia, la venta de entradas a estas películas era parte importante de su sustento. Así la represión comunista a este tipo de cine les afectaba directísimamente.

Son los protagonistas de la película los que deciden cómo ha de ser. Esto provoca un par de escenas de una estética terrible. La icónica imagen de unas mujeres bailando saliendo de la boca de un pez incluye a un hombre gordo travestido. Casi al estilo de Divine en las películas de John Waters. La idea de estos zumbados es que interprete a un personaje femenino, grotesco y cómico. Cómico porque protagoniza escenas en las que sufre violaciones por comunista. Esta fealdad no se limita a la película que planean. Uno de ellos muestra a cámara una colección de figuras de cristal que va comprando por sus viajes a lo largo del mundo. Unas figuras terriblemente horteras, brillantes… Feísimo.

Por tratarse de un régimen cimentado en el odio a los comunistas, tienen la libertad como concepto clave. Enarbolan la etiqueta de gánster porque etimológicamente en su idioma significa hombre libre. Por supuesto resulta muy grotesco escuchar este valor en la boca de un régimen represor. El punto más llamativo a este respecto es un plano en el que unos coches esperan en un paso a nivel mientras lo atraviesa un tren. Por megafonía escuchamos por qué los ciudadanos deben obedecer las leyes de tráfico.


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