viernes, 25 de octubre de 2024

VAMP

Dir.: Richard Wenk
1986
93 min.

Hay muchos momentos en los que percibo los estereotipos de la puesta en escena de un cine estadounidense. Los montajes para que alguien se salve en el último minuto, la clara diferenciación de escenas para que sean más maleables en montaje, los cambios de escenario que justifican que la trama cierre con los acontecimientos del anterior…

La estética de la película me gusta. Miento, no es la estética lo que me gusta; es la manera en la que se toma esta determinación y se mantiene de forma consistente en todo momento. Sí me gusta el diseño de los vampiros blancos sobre todo al contraponerlo con la oscuridad de Grace Jones.

El número que ella protagoniza en el escenario es increíble. De hecho la cámara no duda en prestar toda su atención, el ritmo de la película se detiene para mostrar este baile. Es muy llamativo cómo un sujetador tan mínimo es capaz de hacer su función cobertora. El erotismo de esta mujer es alucinante. Creo que en general los cuerpos de las mujeres de ese club obedecen a una estética algo anticuada. Lejos de la exuberancia actualmente imperante, vemos sobre todo torsos más bien esqueléticos. Cuando aparece una mujer con notablemente más carne resulta que es una mujer cuyo reclamo es su musculatura.

Me gusta mucho la secuencia de acontecimientos. No me gusta tanto el estereotipo al que obedece el chico que les proporciona el coche. Me resulta bastante cargante por lo artificial de este personaje a pesar de que me resulte cómico en alguna ocasión. No soy original si comparo esta película con “¡Jo, qué noche!”.

Lo que no soporto de ninguna manera es el preámbulo. Todo ese trozo de amigos planeando cómo entrar en la fraternidad, la primera conversación con el apéndice incómodo que les sale… Para rematar el cuadro, la introducción esta insoportable termina con una referencia a “El mago de Oz”.


viernes, 18 de octubre de 2024

EL TREN

Dir.: John Frankenheimer
1964
133 min.

La primera mitad es inaudita. Hacen de todo con los trenes. Velocidades de vértigo, una iluminación dura, un sonido intenso, complots fastuosos con personas de toda Francia colaborando para desubicar a los nazis que tratan de llevar las obras de arte a Alemania. Es una gozada. No podemos creernos de ninguna de las maneras lo que vemos, pero nos lo pasamos tan bien con ese engranaje, que nada nos importa. A pesar de que Burt Lancaster acapara más minutos ante la cámara por ser el maquinista, no se pierde ni por un momento esa sensación de trabajo en equipo.

Todo esto se desmorona después del grandioso choque de trenes. La secuencia del transporte es larguísima. Este momento es un cierre perfecto. A partir de aquí se deshecha la acción y se pasa a adoptar un tono mucho más bélico y culmina en una secuencia casi sonrojante diseñada para que el protagonista tenga su dosis de heroísmo.

La secuencia final no desmonta toda la película, pero es cierto que es feísimo esa contraposición entre dos hombres que luchan por poseer unos cuadros. El nazi los reclama con argumentos elitistas. Que él ha alcanzado un estado de contemplación que le permite apreciar las obras de arte. Mientras tanto nuestro héroe repentinamente sanguinario los reclama o bien por el mero acto del heroísmo o bien por el discurso nacionalista en virtud del cual las obras de arte pertenecen a Francia. El legado que deja tan excelsa nación en la historia. Ambos son argumentos perversos. Por supuesto entendemos que, siendo la película estadounidense evidentemente se va a posicionar del lado del nacionalismo. Pero el único argumento con el que acalla al nazi es con una ráfaga de metralleta.

La acción está rodada espectacularmente y sin miedo al exceso. Por ejemplo hay un bombardeo aéreo a una estación. Todo lo que hay en el escenario explota. Nunca vemos aviones que perpetren ese bombardeo. Mejor así porque nadie creería que esas explosiones vienen del aire. Vemos explotar los vagones desde dentro. Todo se destroza sin mesura. Hay una máquina militar que me gusta mucho ver sobre los raíles. Una especie de tanque ferroviario.

Cuando la cámara debe mostrarnos cómo un personaje se mueve por un escenario hace unas acrobacias admirables. Por ejemplo vemos a un chaval salir por el tejado. No diré el tópico de que la cámara vuela, pero desde luego, escala con gran pericia. Igualmente está genial rodada la escena en la que unos nazis tratan de localizar a nuestro protagonista, que trata de ocultar que ha abandonado la habitación en la que se hospeda. Es una maravilla cómo se juega con la profundidad de campo para que veamos a los nazis acercarse mientras él, en primer término huye dentro del hostal.

Hay muchos planos en los que varios rostros en distintos términos deben ocupar todo el cuadro. Sobre todo es muy útil cuando tienes a un alto cargo dando órdenes y vemos detrás al subalterno encargado de ejecutarlas. Por el tipo de recinto que es la locomotora de un tren, es muy habitual que tengamos a todos sus ocupantes alineados y dan lugar a este tipo de composiciones en el cuadro.


domingo, 13 de octubre de 2024

LA SUSTANCIA

Dir.: Coralie Fargeat
2024
140 min.

Digámoslo desde el principio: lynchiana. No en el sentido onírico habitual. El tema del doppelganger con mujeres en un mundo de fama, brillos, luces cámaras y palmeras remite inevitablemente a “Mulholland Drive (2001)”. Teniendo a Lynch como referente es difícil ver el monstruo deforme final, con esa boca torcida y esa cabeza abultada sin pensar en “El hombre elefante (1980)”. Aquel personaje nos generaba una compasión infinita. El ser que aquí vemos, a pesar de pecar de vanidad, no deja de percibirse como algo sintiente y, por tanto, doliente. Que reciba ese escarnio, no solo del público que le llama monstruo, sino también y principalmente, de la película resulta incómodo. No se puede perpetrar ese derroche de sangre y vísceras sin una mirada enormemente sádica a lo Ari Aster o Lanthimos.

El desnudo en esta película es una apuesta muy radical. Se permite mostrar dos cuerpos de un atractivo deslumbrante en escenas totalmente desagradables. Antes de que veamos a Demi Moore degradarse hemos podido ver su cuerpo llamativo ante una cámara que mira despacio, explícitamente. Mostrando cómo los detalles que ella considera que la afean no desmerecen ese cuerpo cuidado por cirujanos. En ese baño tan iluminado es difícil realzar las marcas en su piel. Será mucho más sencillo lograrlo en los pasillos oscuros y llenos de sombras.

Por narrativa cuando veamos el cuerpo de Margaret Qualley el deslumbramiento será total. Se muestran unos pechos esplendorosos, unos labios y dentadura perfectos, un culo de forma cincelada (ciertamente se perciben las poses forzadas de la actriz para realzar esta parte de su cuerpo). Es decir: antes de que nos adentremos en escenas sórdidas se nos convence de que estamos ante un cuerpo de diosa. Hay algo un poco tramposo aquí porque de alguna manera se nos trata de convencer de que recorremos su cuerpo entero. Sin embargo se evita mostrar lo que pueda llegar a evocar tejido cavernoso. Es decir: nunca se mostrarán explícitamente los genitales. Por la postura de una mujer de pie podría pasar relativamente desapercibido este truco, pero donde resulta bastante evidente es cuando ella se está retorciendo de dolor en el suelo. La cámara se pone a su altura, el punto de vista se arrastra. Sin embargo cámara y actriz tendrán mucho cuidado de colocarse para que nunca se llegue a ver su entrepierna.

Es valiente también que cuando el monstruo se presenta ante el público, haya mujeres hermosas a su alrededor con potencial erótico, mostrando los pechos. Sin embargo cuando la película se vuelve enormemente desagradable, con ese despertar casi de crustáceo, ahí se evita la desnudez. Siempre que ambos cuerpos se han intercambiado, estaban desnudas. Cuando la película busca escandalizar la apuesta se vuelca enteramente en lo gore, la sangre y la sordidez. Un desmadre así nos puede remitir a “Sangre en los labios (2024)”. Evidentemente los estándares de belleza que se manejaban en aquella están en las antípodas de esta. Pero es que la monstruosidad de aquella giganta buscaba aumentar su gloria. Aquí la arbitrariedad persigue ahondar en su degeneración.

La degeneración de Demi Moore al inicio es muy desagradable más que por la deformidad corporal, por la forma en la que debe arrastrarse. Una vez que se nos ha convencido de que ha perdido el cuerpo funcional, cuando la narrativa lo necesita, se podrá mover con ademanes de criaturilla, pero con una muestra de fuerza del todo inesperada para alguien de esa edad. He de decir que yo me alegro. Es decir: se plantea esa corporalidad para mostrar lo degradada que está y después pasa a convertirse casi en un abuelito entrañable. En el momento que la vemos calva y vestida, en vez de parecer una mujer totalmente demacrada, parece casi un hombre anciano casi diríamos hasta de buen ver.

No deja de ser interesante que la persona que busca una versión mejorada de sí misma realmente lo único que puede odiar de sí misma sea la edad. Ella sigue siendo bella. A la vez gracias y a pesar de las operaciones estéticas. Hay un componente edadista evidente en esta decisión. De hecho cuando la matriz se empieza a corromper a lo “El retrato de Dorian Gray” realmente lo que le ocurre, por lo menos al inicio, es que envejece.

Desde el primer momento que se explica la dinámica del juego ya nos vemos venir que se van a romper las reglas. Esto por un lado me da pereza, pero también agradezco que se haga rápidamente para entrar en el conflicto. En este juego de Doctor Jekyll y Mr. Hyde es un poco inverosímil que la joven, por muy encantada de sí misma que esté, desprecie a quien le permite mantenerse con vida.

La adicción que adquiere la chica joven por las agujas, la podredumbre y purulencia que aparece en la espalda de la matriz no puede sino recordarnos al brazo que veíamos en “Requiem por un sueño (2000)”. Película que ya habíamos evocado cuando vimos a la señora mayor, que espera 7 días para tener su dosis de juventud, pasarlos sentada delante del sofá. Esto nos resulta lamentable porque desperdicia su vida. Se ve expulsada de la vida pública. Su fama la henchía de orgullo. Al arrebatarle esto vemos que su vida es totalmente vacía. A la chica joven esto le escandaliza por los mismos motivos que le escandaliza todo: por vanidad. Se plantea la idea, que nunca se confirma, que el dejarse ir de la sexagenaria tendrá repercusiones en el físico de la joven. Esto tan solo ocurre en un desagradable sueño de la joven, pero, hasta donde sabemos, no es cierto. Entiendo que la chica joven puede sufrir los remordimientos de la mayor, pero por la información que recibimos, no debería tener mayores consecuencias. No puedo evitar sorprenderme de que una mujer estadounidense considere particularmente insana la cocina francesa.

En cuestión de género la película tiene una mirada misándrica. El personaje del productor es repulsivo. Esa forma de comer gambas es grotesca. No se trata solo de que la película sea explícita: es que la mirada de la cámara es muy directa. Mismamente la forma de morder el cigarro, cómo se consume el tabaco a lo “Carretera perdida (1997)” con el sonido muy intensificado, incluso cuando por fin lo apaga contra el cenicero de cristal. No es que cada una de estas acciones sea desagradable: es que la cámara lo mira directamente, con total claridad. Aunque no hay hombres estrictamente positivos, la relación de Sue con ellos será de objeto deseado. Ella está espectacular con su traje de cuero negro, se siente atractiva ante el motero que sube a su casa. Pero incluso ante el repulsivo vecino de enfrente ella disfruta su cara de atontado. Diría que el único momento en el que ella muestra algún tipo de reparo a un par de ojos masculinos que la devoren será cuando esté perdiendo los dientes y tema por su vida.

Es mirada imperturbable de la cámara la tenemos también en la escena en la que Sue cose la espalda de la matriz. No es algo particularmente desagradable. Antes de esta operación hemos visto agujas mucho más grandes. Lo que resulta desafiante es la claridad diáfana con la que se ve. El plano se alarga, se muestra cómo la carne se abulta al albergar la aguja. Eso se puede ver muy claramente en las primeras películas de Cronenberg como “Vinieron de dentro de… (1975)”. Ahí es claro que no hay cuerpos abiertos, que nada está bajo la piel. Según va perfeccionándose técnicamente y vemos más aberraciones se consiguen efectos más parecidos a los de esta película o “Titane (2021)”.

Hay un guiño a “El resplandor (1980)”, en la moqueta del estudio de grabación, que tiene algo de arbitraria. Tampoco es el único caso. Las luces y las llamas cuando se produce la activación son discordantes con la estética del resto de la película sin que obedezcan a nada.

Me gusta sin embargo cómo se permite crear ese espacio etéreo tras la pared del baño. Un rincón oscuro que me remite al lugar lleno de negrura que aparecía en “Under the skin (2013)”. Me gusta también cómo se permite deformar la ducha cuando la mujer mayor está asimilando su desgracia. Ahí la cámara asciende y asciende mostrando cuatro paredes de azulejo prescindiendo de la mampara de cristal para formar un profundo pozo.


viernes, 11 de octubre de 2024

EL FERROVIARIO

Dir.: Pietro Germi
1956
118 min.

No es la tónica general, pero hay algunos planos en los que el escenario queda en penumbra y los elementos iluminados hacen un juego de claroscuros muy impactante.

Me gustan mucho los primeros momentos de la película en los que vemos cómo se prepara el atropello que desencadenará la decadencia del protagonista. El tren avanza a gran velocidad. El montaje es rápido. El cigarro del maquinista echa humo. Es frenético. Es un poco llamativo que el atropello se mantenga como punto de partida de la trama, cuando realmente la muerte de su nieto es el punto donde arranca la película. Además, dado que se termina en un día de Navidad, un año justo después de que desatienda el parto de su hija, tendría sentido que fuera este el punto sobre el que pivota todo.

Quizás lo que más chirría es la redención. Creo que la única excusa que tiene es el espíritu navideño. Como que todos los conocidos de este hombre conmovidos por el calendario decidan hacer las paces con él el mismo día. Lo cierto es que, salvo la humildad de ir a visitarles al bar de la cooperativa no hace nada para reconstruir su vida. Él no pide perdón a nadie, no hace el esfuerzo por hablar con sus hijos…

Nada permitía presagiarlo, pero el niño no me ha caído mal. Creo que la voz en off con la que narra algunos fragmentos de la historia le aportan una cierta madurez que me hace simpatizar con él. Quizás en los momentos en los que las desgracias se acumulan, se tira de su visión inocente para apelar al tópico de que los mayores se meten en conflictos que los niños no entienden. En este caso se sostiene muy poco. Están muy claras las irresponsabilidades del padre, sus pretensiones de controlar todo lo que sucede en la familia.

A pesar de todo, el padre me ha caído muy simpático.


viernes, 4 de octubre de 2024

MEGALÓPOLIS

Dir.: Francis Ford Coppola
2024
138 min.

Es agotadora. Es un cúmulo de cosas. Eso da una sensación deslavazada. Pero además de eso tiene una estética muy fuerte estéticamente: unos colores dorados muy cansados y, quizás lo más fatigoso, el frenético montaje. Los cortes dentro de las escenas son rápidos, pero además hay escenas que se despachan con una duración arbitraria. Incluso en algún momento se rompe el eje de la cámara.

No hay un esfuerzo por hacer que las escenas por ordenador luzcan realistas. Hay una subida por un ascensor en la fachada de un edificio con un croma lamentable y con una iluminación terrorífica. Hay muchas escenas con luz de contra. Una iluminación que recuerda a la que tenían en “Barbie (2023)”. Ocurre que la película no es tan irreal como “Sin City (2005)”. No tiene esos filtros que amalgamen imagen real y por ordenador.

El paralelismo entre la Roma imperial y Estados Unidos es imposible de aceptar. Por ejemplo el discurso de la decadencia moral aparte de sonar manido, no parece que pronostique ninguna caída de ninguna época cuando el desenfreno que aquí se muestra remite a las orgías del Hollywood de hace más de un siglo que retrata “Babylon (2022)”. Establecer el vínculo entra ambas películas es muy inmediato aunque solo sea por los mismos colores dorados. Un poco en la misma línea de querer hacer películas epatantes podemos señalar las recientes entregas de Mad Max, especialmente “Mad Max: Furia en la carretera (2015)”.

El personaje de Adam Driver como utopista tecnológico nos puede recordar a Elon Musk. Su megalomanía es ciertamente difícil de percibir. Más que alguien con un proyecto gigantesco, parece una especie de mago. Alguien que ha accedido a una tecnología infinitamente superior. Esta idea está planteada con mucha inconcreción. Ha creado algo que para el tiempo, pero que controla el espacio… No hay Dios que lo entienda. Por ello digo que no parece tanto alguien que luche por conseguir sus objetivos. Nunca tenemos esa sensación de “Fitzcarraldo (1982)”.

En aquella película se enfrentaba violentamente la burla de alguien con grandes pulsiones de grandeza contra el hecho de que la producción cinematográfica de Herzog tenía que llevar a cabo los delirios de su protagonista para que se pudiera recrear ante la cámara. Pero esta película tiene tanto croma, es todo tan falso. Lo percibimos todo tan de plató, que esa grandeza no termina de epatar. Me refiero a la producción, porque la obra en sí misma sí tiene esta vocación de ir embalada y sin frenos. Una aceptación de cualquier idea o recurso que a Coppola se le haya ocurrido. Imagen partida, entiendo que con intención de ser proyectada en tres pantallas al estilo de Abel Gance en “Napoleón (1927)”. Pero, insisto, utilizada con una arbitrariedad pasmosa.

Del mismo modo que la famosa escena de Adam Driver hablando con una persona que se dirige a la pantalla. Obviamente en el pase al que yo asistí no hubo nadie leyendo ese texto. Pero si ese actor debe decir las palabras a las cuales contesta Adam Driver, es una propuesta formal radical al servicio de la nada más absoluta. El cuadro, sin sentido, se vuelve pequeño. Quizás solo sea para que podamos reconocer más fácilmente que algo raro está pasando ahí. La escena que tanto boato arrastra es ¡una rueda de prensa! Este es el hecho extraordinario para el que Coppola ha necesitado reinventar el lenguaje audiovisual.

Hay una ligera sensación de “Fellini, ocho y medio”. Se ha hecho traer un poco de todo. Una estética que puede recordar a “El gran Gatsby”, pero un futurismo que no nos deja nunca reconocer cuán lejano pretende ser. Por supuesto que vengan los romanos. No sólo la parte cortesana en la que hay traiciones, seducciones y asesinatos. Que vengan los romanos con sus carreras de cuádrigas. Antes he mencionado que la película tiene aspecto de plató. Las carreras de caballos son reales, pero hay algo tan artificial en lo que vemos que a pesar de percibir el gasto en la producción, ello no se traduce en las grandísimas imágenes de “Ben-Hur (1959)”.

En esta parte del circo será donde ocurran las locuras que más me interesan. Hay un elemento extrañísimo: unos payasos saltimbanquis. Es un delirio absoluto. Asistimos a este grupo de personas nosotros, pero bien pudiera ser que no fueran diegéticos. Nadie interactúa con ellos, no se recoge nunca este elemento que acontece sobre un croma obsceno. La película en este segmento no se decide a representar un circo: se decide a coinvertirse en uno. Es que toda esta locura desenfrenada después no tendrá elementos estéticos con que rimar cuando la acción se traslade a la calle, al mundo real.

Puede que el paralelismo se me haya ocurrido solo por el protagonista. Pero he pensado en “Annette (2021)”. Hay un gusto por explicitar la narración. Su chófer de repente es una voz en off... También hay una asunción de su propia espectacularidad cuando Adan Driver empieza a drogarse. Se abraza la pantomima. Desata un histrionismo que me resulta muy divertido de ver. Parece que Coppola quería reproducir lo que vio en “Doctor Extraño (2016)” o, con mejor reputación “Todo a la vez en todas partes (2022)”. Aquí el montaje endiablado sí está al servicio de la situación. Nunca será algo pesadillesco como “Clímax (2018)”. Por no abandonar a Leos Carax, podemos señalar su despliegue de elementos deslabazados en “Holy Motors (2012)”. Pero aquella película no trataba de contarnos una trama tan intermitente como los enredos palaciegos de esta. Pero por ejemplo me ha gustado cómo se decide que las estatuas que representan los grandes mitos de la antigüedad de esa civilización cobren vida. Con unos efectos correctos, pero sin que sean apabullantes, se muestran agotados.

Ese diálogo con el pasado es una constante. El protagonista obsesionado con alguien de su pasado cuando tiene todas sus esperanzas puestas en el futuro no es una idea particularmente original y tampoco se la explota muy bien. Él tiene visiones del pasado de su exmujer. Digamos que es una relación con el pasado como la que podrían tener los protagonistas de “Interstellar (2014)” u “Origen (2010)”. Se remata con una especie de canto de esperanza en los niños nuevos que nacen. Este es el final de la película y es un momento muy torpe. No hay nada interesante en ese discurso y la imagen de todos los protagonistas en picado sobre un suelo transparente es feísima. Entiendo que se abandone la película con la sensación de que se ha asistido a un despropósito.

Mencionemos algún elemento más que me ha gustado. Cuando caen unas bombas, creo que procedentes de un satélite soviético, se proyecta sobre los edificios las sombras de los ciudadanos aterrorizados. Unas sombras gigantes e imposibles.

También me ha gustado una mención en un titular de periódico a Hitchcock. Bastante cogido con pinzas. En un momento en el que un personaje resulta que recopila recortes de prensa oportunamente para que se facilite la narración. Aquí de nuevo el problema: ¿qué clase de futuro es este en el que la gente aún compra periódicos? A Hitchcock lo volveremos a recordar cuando una figura femenina aparezca como cabeza giratoria, remitiendo a “Vértigo (1958)” o, por buscar un referente femenino, “Carretera perdida (1997)”.