Digámoslo desde el principio:
lynchiana.
No en el sentido onírico habitual.
El tema del doppelganger con mujeres en un mundo de fama, brillos, luces cámaras y palmeras remite inevitablemente a “Mulholland Drive (2001)”.
Teniendo a Lynch
como referente es difícil ver el monstruo deforme final, con esa boca torcida y esa cabeza abultada sin pensar en “El hombre elefante (1980)”.
Aquel personaje nos generaba una compasión infinita.
El ser que aquí vemos, a pesar de pecar de vanidad, no deja de percibirse como algo sintiente y, por tanto, doliente.
Que reciba ese escarnio, no solo del público que le llama monstruo, sino también y principalmente, de la película resulta incómodo.
No se puede perpetrar ese derroche de sangre y vísceras sin una mirada enormemente sádica a lo Ari Aster
o Lanthimos.
El desnudo en esta película es una apuesta muy radical.
Se permite mostrar dos cuerpos de un atractivo deslumbrante en escenas totalmente desagradables.
Antes de que veamos a Demi Moore degradarse hemos podido ver su cuerpo llamativo ante una cámara que mira despacio, explícitamente.
Mostrando cómo los detalles que ella considera que la afean no desmerecen ese cuerpo cuidado por cirujanos.
En ese baño tan iluminado es difícil realzar las marcas en su piel.
Será mucho más sencillo lograrlo en los pasillos oscuros y llenos de sombras.
Por narrativa cuando veamos el cuerpo de Margaret Qualley el deslumbramiento será total.
Se muestran unos pechos esplendorosos, unos labios y dentadura perfectos, un culo de forma cincelada (ciertamente se perciben las poses forzadas de la actriz para realzar esta parte de su cuerpo).
Es decir:
antes de que nos adentremos en escenas sórdidas se nos convence de que estamos ante un cuerpo de diosa.
Hay algo un poco tramposo aquí porque de alguna manera se nos trata de convencer de que recorremos su cuerpo entero.
Sin embargo se evita mostrar lo que pueda llegar a evocar tejido cavernoso.
Es decir:
nunca se mostrarán explícitamente los genitales.
Por la postura de una mujer de pie podría pasar relativamente desapercibido este truco, pero donde resulta bastante evidente es cuando ella se está retorciendo de dolor en el suelo.
La cámara se pone a su altura, el punto de vista se arrastra.
Sin embargo cámara y actriz tendrán mucho cuidado de colocarse para que nunca se llegue a ver su entrepierna.
Es valiente también que cuando el monstruo se presenta ante el público, haya mujeres hermosas a su alrededor con potencial erótico, mostrando los pechos.
Sin embargo cuando la película se vuelve enormemente desagradable, con ese despertar casi de crustáceo, ahí se evita la desnudez.
Siempre que ambos cuerpos se han intercambiado, estaban desnudas.
Cuando la película busca escandalizar la apuesta se vuelca enteramente en lo gore, la sangre y la sordidez.
Un desmadre así nos puede remitir a “Sangre en los labios (2024)”.
Evidentemente los estándares de belleza que se manejaban en aquella están en las antípodas de esta.
Pero es que la monstruosidad de aquella giganta buscaba aumentar su gloria.
Aquí la arbitrariedad persigue ahondar en su degeneración.
La degeneración de Demi Moore al inicio es muy desagradable más que por la deformidad corporal, por la forma en la que debe arrastrarse.
Una vez que se nos ha convencido de que ha perdido el cuerpo funcional, cuando la narrativa lo necesita, se podrá mover con ademanes de criaturilla, pero con una muestra de fuerza del todo inesperada para alguien de esa edad.
He de decir que yo me alegro.
Es decir:
se plantea esa corporalidad para mostrar lo degradada que está y después pasa a convertirse casi en un abuelito entrañable.
En el momento que la vemos calva y vestida, en vez de parecer una mujer totalmente demacrada, parece casi un hombre anciano casi diríamos hasta de buen ver.
No deja de ser interesante que la persona que busca una versión mejorada de sí misma realmente lo único que puede odiar de sí misma sea la edad.
Ella sigue siendo bella.
A la vez gracias y a pesar de las operaciones estéticas.
Hay un componente edadista evidente en esta decisión.
De hecho cuando la matriz
se empieza a corromper a lo “El retrato de Dorian Gray” realmente lo que le ocurre, por lo menos al inicio, es que envejece.
Desde el primer momento que se explica la dinámica del juego ya nos vemos venir que se van a romper las reglas.
Esto por un lado me da pereza, pero también agradezco que se haga rápidamente para entrar en el conflicto.
En este juego de Doctor Jekyll y Mr.
Hyde es un poco inverosímil que la joven, por muy encantada de sí misma que esté, desprecie a quien le permite mantenerse con vida.
La adicción que adquiere la chica joven por las agujas, la podredumbre y purulencia que aparece en la espalda de la matriz no puede sino recordarnos al brazo que veíamos en “Requiem por un sueño (2000)”.
Película que ya habíamos evocado cuando vimos a la señora mayor, que espera 7 días para tener su dosis de juventud, pasarlos sentada delante del sofá.
Esto nos resulta lamentable porque desperdicia su vida.
Se ve expulsada de la vida pública.
Su fama la henchía de orgullo.
Al arrebatarle esto vemos que su vida es totalmente vacía.
A la chica joven esto le escandaliza por los mismos motivos que le escandaliza todo:
por vanidad.
Se plantea la idea, que nunca se confirma, que el dejarse ir de la sexagenaria tendrá repercusiones en el físico de la joven.
Esto tan solo ocurre en un desagradable sueño de la joven, pero, hasta donde sabemos, no es cierto.
Entiendo que la chica joven puede sufrir los remordimientos de la mayor, pero por la información que recibimos, no debería tener mayores consecuencias.
No puedo evitar sorprenderme de que una mujer estadounidense considere particularmente insana la cocina francesa.
En cuestión de género la película tiene una mirada misándrica.
El personaje del productor es repulsivo.
Esa forma de comer gambas es grotesca.
No se trata solo de que la película sea explícita:
es que la mirada de la cámara es muy directa.
Mismamente la forma de morder el cigarro, cómo se consume el tabaco a lo “Carretera perdida (1997)” con el sonido muy intensificado, incluso cuando por fin lo apaga contra el cenicero de cristal.
No es que cada una de estas acciones sea desagradable:
es que la cámara lo mira directamente, con total claridad.
Aunque no hay hombres estrictamente positivos, la relación de Sue con ellos será de objeto deseado.
Ella está espectacular con su traje de cuero negro, se siente atractiva ante el motero que sube a su casa.
Pero incluso ante el repulsivo vecino de enfrente ella disfruta su cara de atontado.
Diría que el único momento en el que ella muestra algún tipo de reparo a un par de ojos masculinos que la devoren será cuando esté perdiendo los dientes y tema por su vida.
Es mirada imperturbable de la cámara la tenemos también en la escena en la que Sue cose la espalda de la matriz.
No es algo particularmente desagradable.
Antes de esta operación hemos visto agujas mucho más grandes.
Lo que resulta desafiante es la claridad diáfana con la que se ve.
El plano se alarga, se muestra cómo la carne se abulta al albergar la aguja.
Eso se puede ver muy claramente en las primeras películas de Cronenberg como “Vinieron de dentro de…
(1975)”.
Ahí es claro que no hay cuerpos abiertos, que nada está bajo la piel.
Según va perfeccionándose técnicamente y vemos más aberraciones se consiguen efectos más parecidos a los de esta película o “Titane (2021)”.
Hay un guiño a “El resplandor (1980)”, en la moqueta del estudio de grabación, que tiene algo de arbitraria.
Tampoco es el único caso.
Las luces y las llamas cuando se produce la activación
son discordantes con la estética del resto de la película sin que obedezcan a nada.
Me gusta sin embargo cómo se permite crear ese espacio etéreo tras la pared del baño.
Un rincón oscuro que me remite al lugar lleno de negrura que aparecía en “Under the skin (2013)”.
Me gusta también cómo se permite deformar la ducha cuando la mujer mayor está asimilando su desgracia.
Ahí la cámara asciende y asciende mostrando cuatro paredes de azulejo prescindiendo de la mampara de cristal para formar un profundo pozo.